Los trajes tradicionales tienen ocultos mensajes que jamás imaginarías
Conocer la vestimenta tradicional es otra excusa para dar la vuelta al mundo y culturizarse.
Al igual que la arquitectura y la comida de una etnia o región ayudan a conocer su historia, costumbres, clima, creencias y sistema social, la indumentaria también lo hace. Si durante un viaje se agudiza la vista, y también el tacto o el oído, se comprende la dimensión antropológica y cultural de la vestimenta de lugares tan diversos como Bolivia o Laponia, lo cual permite aprender todavía más de nuestras escapadas.
Ya lo decía el psicólogo y teórico de la comunicación Paul Watzlawick: ...
Al igual que la arquitectura y la comida de una etnia o región ayudan a conocer su historia, costumbres, clima, creencias y sistema social, la indumentaria también lo hace. Si durante un viaje se agudiza la vista, y también el tacto o el oído, se comprende la dimensión antropológica y cultural de la vestimenta de lugares tan diversos como Bolivia o Laponia, lo cual permite aprender todavía más de nuestras escapadas.
Ya lo decía el psicólogo y teórico de la comunicación Paul Watzlawick: «Es imposible no comunicar», y es que hasta un collar de cuentas de colores tiene sus propios códigos que, al descubrir cómo interpretarlos, son capaces de expresar estatus, estado civil o pertenencia a un clan. La ropa tradicional no es una moda efímera; lejos de ser el último grito, es más bien el primero: nos habla de influencias –por ejemplo, ciertos colores y tejidos llegaron a África a través de los colonos– y también de cómo las sociedades han ido haciendo suyo lo que otros llevaron a sus tierras, y ahora lo lucen como propio. Son parte de la herencia histórica de quien los viste.
La ropa tradicional es la construcción cultural de la identidad manifestada sobre el cuerpo, por lo tanto, cuando utiliza un estampado escocés de cuadros o un chal producido en un telar peruano, se está vistiendo toda una cultura. El atuendo de cualquier pueblo, junto a su bisutería y pintura corporal, reflejan diversidad, pero también lo parecidos que somos los seres humanos en nuestro deseo de embellecernos, ser admirados y conmemorar momentos vitales significativos. Iniciamos aquí una travesía imaginaria por todo el planeta, sin más guía que la de los armarios autóctonos.
EL PUEBLO DE LA MANTA ROJA (XHOSA, SUDÁFRICA)
De la provincia sudafricana del Cabo Oriental es originario Nelson Mandela, pero también la etnia de los xhosa. El umbhaco es el vestido femenino principal que identifica a esta cultura. Se acompaña de abundantes complementos: collares, brazaletes y tobilleras de cuentas llamados intsimbi; tampoco puede faltar un pequeño bolsito de mano de nombre ingxowa. Los hombres, que son guerreros y cazadores, le dan gran importancia a la piel de animal en sus vestidos. A los xhosa se les conoce como ‘el pueblo de la manta roja’, pues a menudo la llevan como complemento, teñidas con ocre bermellón en distintas intensidades. Otras ropas xhosa incluyen estampados y telas con cuentas engarzadas. La región donde vive este pueblo se encuentra cerca de los arrecifes de coral de Devil’s Reef, en Port Elizabeth, y también del parque nacional de Kragga Kamma.
EL ARTE DE LA ENAGUA (HERERO, NAMIBIA)
El puritanismo victoriano llegó hasta Namibia de la mano de los misioneros alemanes que se instalaron en el país a finales del siglo XIX. Antes, la vestimenta de las mujeres de la etnia herero era bastante más ligera, pero los siglos de pudor importados de Europa impusieron en ellas este vistoso atuendo, que ahora aceptan como parte de su herencia cultural. El vestido, que fue bautizado como ohorokova, incluye un corpiño ajustado y varias enaguas de algodón en su interior. También un llamativo tocado para el pelo de nombre otjikalva. Hasta ocho capas de enaguas se llegan a poner en cualquier evento importante, ya sea triste, como un funeral, o alegre, como la celebración del día de Samuel Maharero, un héroe para la comunidad. Se conmemora en Okahandja el fin de semana más cercano al 23 de agosto y el lugar se convierte en un desfile cromático en el que los vestidos femeninos son, sin duda, los grandes protagonistas.
LA DANZA DE LOS ANCESTROS (YORUBA, NIGERIA)
El vudú es la religión que practican los miembros del pueblo yoruba, que habitan en la región Oyo de Nigeria. Entre su vestimenta típica destaca un traje con ‘poderes’ que les permite conectarse con los espíritus: es el Egungun, un bailarín enmascarado que, en la cosmología espiritual yoruba, encarna a las almas de los antepasados. Para ellos, el cosmos está dividido en dos: el ayé, donde habitan los vivos, y el orun, el mundo en el que viven quienes ya han fallecido, personas a las que se encarga de honrar el Egungun. La elaboración de esta indumentaria es un proceso largo y costoso: cuando un individuo decide que quiere homenajear a un familiar que ya no está, primero habla con un fabricante sobre todos los detalles de la confección: a menudo la adivinación y la meditación ayudan a decidir qué tipo de tejidos emplear y también qué amuletos deben acompañarlo. Además de visitar la región de los yoruba, el parque nacional Yankari es parada obligada para cualquiera que viaje a Nigeria.
APOGEO ROJINEGRO (NAGALAND, INDIA)
Los yimchunger son una tribu de la etnia naga. Viven en el estado Nagaland del noreste de la India y en algunas areas occidentales de Myanmar. Para conocer sus costumbres la ocasión perfecta es acudir la primera semana de diciembre al festival Hornbill, en el pueblo de Kohima. Allí los individuos se envuelven en sus atractivos chales, los rongkhim, que antes solamente engalanaban a los guerreros más valerosos. De color rojo y negro con bandas grises en los extremos, se tiñen de modo natural desde tiempos remotos. Los hombres no ponen impedimentos a la hora de acicalarse con pendientes, pulseras y brazaletes de marfil. Para fabricar sus tocados utilizan pelo de animal, colmillos de jabalí, plumas de bucero y caña de bambú.
SABROSO CÓCTEL DE INFLUENCIAS (CERDEÑA)
Si bien hoy podríamos decir que es más italiana que la pizza, Cerdeña estuvo vinculada durante siglos a otros reinos y países. La colonia catalana de Alghero es un buen ejemplo, y las colonias corsas y genovesas en distintas partes de la isla también reflejan estas influencias culturales que han dejado su impronta en la manera de vivir y también en la de vestirse. El festival de la Cavalcata Sarda es un excelente acontecimiento para ver desfilar todos los trajes regionales de la zona, muchos de ellos con guiños al folclore castellano. Eso sí, las parejas no se arrancan por jotas; lo suyo es el ballu tundu, una danza local que se baila en círculo abierto o cerrado. Las coreografías se acompañan de unos instrumentos musicales de viento antiquísimos, las launeddas, así como de campanas, tambores, guitarras y armónicas. Su canto coral, llamado A tenores, imita los sonidos de la naturaleza y es patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
COFIAS COMO RASCACIELOS (BRETAÑA FRANCESA)
Les Filets Bleus («Las redes azules») es una celebración centenaria que tiene lugar todos los meses de agosto en el pueblo bretón de Concarneau. El festejo muestra el deseo de recuperar los orígenes celtas de la región, incluyendo la vestimenta folclórica. Su nombre hace alusión a las redes de pesca color índigo que usan los marineros; pero en la fiesta, lo que más llama la atención, son las altísimas cofias blancas almidonadas de las damas, las coiffe bigoudène, que datan del siglo XVII. Una de las últimas mujeres en vestir este accesorio a diario fue Maria Lambour, fallecida en 2014 y convertida hoy en símbolo de este enclave de Francia, el país Bigouden, en cuyos puertos aún se practica la pesca artesanal. Hoy, la nonagenaria Alexia Caoudal sigue portando la cofia con orgullo, y otras féminas más jóvenes la secundan, pero solamente se les permite en fechas señaladas.
EL PADRE DE TODOS LOS TURBANTES (PUNYAB, INDIA)
Los nihang eran bien conocidos por sus victorias y su bravura. Hoy se considera una secta fundada hace más de 300 años dentro del sijismo. Su nombre, nihang, significa «cocodrilo» en punyabi. Además de sus habilidades con la espada y de practicar un arte marcial llamado gatka, los integrantes se distinguen por su indumentaria azul eléctrico y sus turbantes, altos como torres, que
incluyen elementos metálicos con los que atacar a sus enemigos. Su vestimenta, la khalsa swarupa, también lleva unos brazaletes afilados de hierro, por el mismo motivo. Por supuesto, no puede faltar la kirpan, la daga tradicional de los sijs. Tanto es así que en algunos países de la zona hasta se les permite subirla a la cabina del avión.
VESTIDOS QUE SUENAN (OJIBWA, EE UU)
El sector de la indumentaria se ha centrado en el textil (el tacto) y ha descuidado, por norma, lo sonoro (el oído), pero los vestidos para la jingle dance (o danza de las campanillas) es una de las excepciones que confirman la regla y lo tiene muy presente. Los ojibwa, un pueblo nativo de Norteamérica, acostumbran a colgar campanas cónicas de su atuendo típico para que suenen al compás de la música mientras bailan. Si bien hoy en día cualquier color vivo forma parte de su traje, el rojo, el verde, el amarillo y el negro han sido las tonalidades a las que este pueblo, desde su existencia, ha considerado como «saludables». Para disfrutar en directo de estos espectáculos musicales hay que acudir a un Pow wow, una reunión en la que se congregan varias comunidades de poblaciones nativas norteamericanas. Es una gran excusa para disfrutar, cantar y bailar, y también para detenerse en los detalles del vestuario de los participantes.
ESPANTAR MALES (KUBERI, BULGARIA)
Los kukeri son unas criaturas creadas bajo un objetivo claro: espantar diablos y, en general, todo tipo de males. En localidades de Bulgaria como Yambol los tienen presentes desde tiempos de los tracios, y por eso los dejan participar activamente en su carnaval, el kukerlandia, que tiene lugar anualmente justo antes de la Cuaresma. Debajo de un disfraz de kukeri puede haber oculto un hombre, una mujer o una niña: hace décadas no era tan democrático, pero hoy la comunidad entera se ha ganado el derecho de encarnar este personaje de tradición pagana. El festival de máscaras Surva de Pernik, que tiene lugar durante el mes de enero, es otro punto de encuentro relevante de kukeri y por ello ha sido declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. En los países balcánicos, este tipo de ritos han servido durante siglos para conmemorar el final del invierno y también para restaurar la fertilidad de la tierra de cara a la primavera.
EL EPICENTRO DEL COLLAR (MASÁI, TANZANIA)
Los masái son un pueblo de pastores y guerreros extendidos principalmente por Kenia y Tanzania. Entre sus creencias está la de haber recibido de Dios todo el ganado de la Tierra. Su ropa tradicional, el shuka, es muy reconocible: una tela de color brillante, con frecuencia rojiza, con la que envuelven todo su cuerpo. El tono simboliza la cultura masái, pues sus miembros están convencidos de que es el único pigmento que realmente asusta y auyenta a los leones, por lejos que estos se encuentren. Pero en verdad son sus joyas las que atraen más miradas (y las que más se imitan): elaboradas con cuentas y alambre, las llevan hombres y mujeres en forma de pulseras, tobilleras, collares y cinturones. En el pasado, los masái confeccionaban sus prendas con pieles de animales teñidas con elementos vegetales, pero fue tras la llegada de los colonos cuando comenzaron a emplear la lana y el algodón.
SOMBREROS QUE CRUZAN LOS OCÉANOS (LA PAZ, BOLIVIA)
No es raro que esos bombines que llevan habitualmente las mujeres mestizas de Bolivia nos recuerden a señores ingleses tan ilustres como Charles Chaplin o Winston Churchill. Y es que el sombrero de hongo llegó a Perú través de los colonos, en este caso, de los obreros británicos que construían el ferrocarril a principios del siglo XX. Sin embargo, actualmente, este accesorio indígena, llamado borsalino por la fábrica italiana que los comercializaba en el país andino, ha adquirido su narrativa propia, y en Bolivia representa la autoridad dentro de una comunidad, de ahí que lo usen principalmente las mujeres ancianas. Es un complemento casi obligatorio en el atuendo de las cholas, las mujeres mestizas bolivianas. Sobre sus faldas negras acampanadas –las polleras–, que al girar se abren como abanicos, destacan unos preciosos bordados elaborados con hilos brillantes.
DE LAS TIERRAS ALTAS A NUESTRAS BUFANDAS (BRAEMER, ESCOCIA)
Cuando se estereotipa a un escocés, comúnmente se le visualiza tocando la gaita y ataviado con una falda de cuadros –su apelativo correcto es kilt– de tejido tartán con el estampado propio de su clan familiar, calcetines hasta las rodillas y una riñonera de piel de potro, el sporran. Otra pregunta frecuente de la que tampoco se libran estos aguerridos mancebos es si –haga sol, llueva o truene– llevan o no ropa interior debajo de la prenda. La leyenda de que se pasean sin ella ha dado lugar a la expresión «True Scottish Man» («hombre verdadero escocés»), que es el modo de apodar a quien solamente va vestido con su kilt. Para observar cientos de tartanes con prints distintos, lo ideal es acercarse a Braemar, en las Tierras Altas escocesas, donde se celebran anualmente los juegos tradicionales de la región (Braemar Gathering). Otra posibilidad es acudir en agosto a Edimburgo, donde tiene lugar el festival Royal Military Tattoo, en el que los militares escoceses exhiben sus dotes para tamborilear y tocar la gaita, además de sus ropas autóctonas.
LOS ROSTROS NÓMADAS DEL DESIERTO (TUAREGS, MALI)
Si los tuaregs son conocidos popularmente como ‘los hombres azules’ no es solamente a causa del velo-turbante que cubre su cabeza y parte de su rostro, sino también porque esta tela de algodón, de al menos ocho metros de largo, deja restos de color añil en sus caras, al haberse teñido de modo natural con colorante procedente de la planta índigo. El largo velo, el tagelmust, lo visten solamente los hombres –por una vez son ellos quien se cubren el rostro– y sirve para proteger su identidad, pero también su piel de los frecuentes días ventosos en el desierto. De hecho, el tono de las telas es siempre oscuro porque los tejidos opacos dejan pasar mucha menos radiación. El carácter seminómada de esta etnia bereber nos permite cruzarnos con ellos en el desierto del Sáhara y en otros lugares como Níger, Mali y el sur de Argelia, o incluso en Burkina Faso .