Opinión

Los finales

Podemos engañar a casi todo el mundo, menos a nuestro algodón de desmaquillar.

Me obsesionan los finales: los de las películas, las novelas, las relaciones, las conversaciones. Pensaba en ellos en este comienzo del año, aprovechando que terminaba de ver por enésima vez Las amistades peligrosas. Esta película tiene uno de mis finales favoritos de la historia del cine. En su último plano la marquesa de Merteuil se desmaquilla tras volver del teatro, en el que ha sido abucheada por todo París. De vuelta a su mansión, se mira al espejo sola, despreciada, y se pasa un pañuelo por el rostro y va eliminando el maquillaje blanco y el rojo de los labios hasta que ap...

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Me obsesionan los finales: los de las películas, las novelas, las relaciones, las conversaciones. Pensaba en ellos en este comienzo del año, aprovechando que terminaba de ver por enésima vez Las amistades peligrosas. Esta película tiene uno de mis finales favoritos de la historia del cine. En su último plano la marquesa de Merteuil se desmaquilla tras volver del teatro, en el que ha sido abucheada por todo París. De vuelta a su mansión, se mira al espejo sola, despreciada, y se pasa un pañuelo por el rostro y va eliminando el maquillaje blanco y el rojo de los labios hasta que aparece piel desnuda; ya no hay máscara. Es un minuto y medio en el que Glenn Close, sin pronunciar una sola palabra, lo transmite todo. Es en ese momento cuando se enfrenta a quién es: una persona sin el más mínimo amor. The End. 

Podemos engañar a casi todo el mundo, menos a nuestro algodón de desmaquillar. Por la forma en que lo tomamos con las manos, por cómo lo masajeamos o lo impregnamos de un producto u otro (los bálsamos son más lentos, los jabones más rápidos) sabrá deducir cómo estamos por dentro. Ni la marquesa de Merteuil ni nadie escapa del momento de desmaquillarse, que es el del encuentro con el yo más profundo. Pienso a veces en cómo se desmaquillan los derrotados, quienes vuelven a casa sin lograr un premio cantado, unas elecciones que parecían ganadas. La limpieza del rostro suele coincidir en tiempo y ánimo con el final del día, es su cierre. A un día tranquilo le corresponde un desmaquillado en calma, con su masaje, su regodeo y sus suspiros. A uno ajetreado le seguirá un gesto rápido, un poco de agua micelar y pispás, mañana será otro día. Es nuestro plano final. Sería ideal hacerlo sentada, como lo hacía la marquesa de Merteuil, pero no con sus productos: en esa época la cosmética contenía ingredientes peligrosos. Lo ha sido así durante décadas. Diana Vreeland confiesa en su libro de memorias D.V. (Ed. Superflua) que en su juventud se blanqueaba la piel del rostro y del cuerpo con calcimina y tenía que alejarse de su acompañante al bailar para no manchar de blanco su chaqueta. Lo que hubieran dado esas dos mujeres por cualquiera de los productos que inundarían más tarde el mercado, tan limpios, tan delicados. Liberté, egalité, securité.  

En un episodio de la magnífica serie The Split vemos la siguiente situación: un matrimonio en crisis habla en el cuarto de baño. Los dos son abogados exitosos y ven su relación amenazada por una infidelidad. El marido (Stephen Mangan) intenta disuadir a la mujer (Nicola Walker) diciéndole que lo que ella siente por el otro hombre no es amor. En ese momento ella agarra un algodón y comienza a desmaquillarse el ojo mientras él dice: «El amor es esto. Lo que hacemos ahora, todo esto». Love is this, y lo dice con una cara tan triste que entran ganas de saltarse Filmin y abrazarle. No desvelaré si logra convencerla de que se vaya con el otro, «más rubio, más alto» que él. La escena continúa con él lavándose los dientes y ella eliminando la máscara de pestañas del otro ojo.  Así que el amor era eso. 

Desmaquillarse frente a alguien significa, si no amor, al menos intimidad; y ese alguien podemos ser nosotros mismos. Es un acto frente al espejo y remata el día, con todo el artificio que acarrea. Estos últimos meses nos hemos maquillado menos que nunca y, sin embargo, nos hemos cuidado la piel como jamás lo habíamos hecho. Limpiar el rostro, aunque no nos hayamos movido de casa, nos hace sentir, ja, que tenemos, ja, control, ja, de nuestra vida. Detesto los consejos cosméticos y más cuando van adornados de autoayuda barata; sin embargo, doy un par de ellos cada día. Hay uno que regalo a quien se me ponga por delante: «Límpiate la piel todas las noches, aunque no te maquilles». «No seas cobarde», me falta añadir. 

No hay que ser un lince ni dirigir una empresa de tendencias para intuir que en 2021 volverán los labios rojos, los iluminadores, el colorete: benditos sean. Los puristas defienden la limpieza de día y la de noche. Aunque soy una punki cosmética, no los desacreditaré, pero la de día no me interesa: es un trámite. La mía es la limpieza nocturna, la que me convierte en una actriz en su camerino al terminar la función. Algunas noches hasta me siento para realizarla; solo me falta la música de Fenton de fondo. Defiendo ese momento de fin del día porque obliga a colocarnos frente al espejo y a desprendernos de nuestro personaje, como le pasó a la marquesa de Merteuil. Ese final, ese minuto y medio, por cierto, merecía un Oscar. El mundo entero (y hasta Jodie Foster, que lo ganó ese año) lo sabe. Me gusta pensar que esa noche cuando llegó a casa Glenn Close se desmaquilló con rabia. Yo lo hubiera hecho. 

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