De ‘picnic’ literario
Tupperware, tupper sex y ahora tupper book, la versión intelectual de las reuniones de venta. Ni tarteras ni dildos. Lo que va de mano en mano esta vez son libros.
Al tupperware también se le llama fiambrera o tartera. Pero no es lo mismo. Según el diccionario de la RAE, esta última es un «recipiente cerrado herméticamente, que sirve para llevar los guisos fuera de casa o conservarlos en el frigorífico». Pero es que, además, el tupper viene precedido por la «demostración Tupperware». El santo y seña de la casa que fundó en 1938 el empresario de los plásticos, el americano Earl Silas Tupper: «Los productos son mostrados en un entorno relajado, donde es posible explicar su calidad y las ventajas de su utilización».
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Al tupperware también se le llama fiambrera o tartera. Pero no es lo mismo. Según el diccionario de la RAE, esta última es un «recipiente cerrado herméticamente, que sirve para llevar los guisos fuera de casa o conservarlos en el frigorífico». Pero es que, además, el tupper viene precedido por la «demostración Tupperware». El santo y seña de la casa que fundó en 1938 el empresario de los plásticos, el americano Earl Silas Tupper: «Los productos son mostrados en un entorno relajado, donde es posible explicar su calidad y las ventajas de su utilización».
En el caso del tupper book no hay plásticos pero sí papel y mucha cocina literaria. Si se trata de probar el producto, lo suyo es verlo, tocarlo, olerlo y manosearlo hasta que el cliente quede convencido. Así pasa en las sesiones que prepara Cristina Serrano, creadora de la librería ambulante Un Cuarto Propio (www.uncuartopropiolibreria.blogspot.com). Va con sus libros a cuestas adonde sea. Es su estrategia del caracol. El éxito de su tupper book le ha llevado a cambiar bolsa por maleta. Todo por el cierre de su librería de Ciudad Real, que la echó a la calle (literal). «Dándole vueltas a cómo poder reunir a varios lectores afines para que conocieran libros de su gusto, recordé las reuniones que hace un montón de años hacían las amas de casa para vender cacerolas», cuenta. Mezcló esto con el reverdecido tupper sex y obtuvo lo que tiene ahora. Una venta entre el realismo galdosiano y la erudición fantástica de un Borges. Reúne grupos de entre 6 y 14 personas, mayoritariamente mujeres, «aunque hay de todo, y con edades comprendidas entre los 30 y los 45 años», explica esta «librera nómada». Pero Cristina Serrano no solo se mueve con el material vendible: «Llevo galletas o un bizcocho casero, los lectores ponen el café o té y empezamos merendando y charlando para conocernos un poco». Las lectoras son clientas. Porque «para hablar sobre un libro están los clubes de lectura. Esto no quita que disfrutemos con el encuentro o que salgan otros proyectos a partir de la reunión. Lo que no hacemos es obligar a comprar».
Sirve para estar en la onda, compartir lecturas y hacer vida social. Los hay también en centros educativos y librerías. Por la librería Laie de Barcelona (www.laie.es) han pasado algunos de los editores más carismáticos del momento, invitados a desvelar secretos y ofrecer novedades presentes y futuras. Salidos de la sombra, por fin, y enfrentados a su público. Jan Martí, editor de Blackie Books (www.blackiebooks.org), vivió una sesión de tupper en toda regla. La experiencia le arranca estas palabras: «En mi caso, lo que hubo fue una asistencia inesperada. Creo que es bonito, para un lector, que el editor le explique por qué ha elegido ese libro para él. En esas cosas no se puede mentir. Se ve en los ojos». Martí, responsable de títulos como La agenda que cambiará tu vida para 2013, y de la resurrección de Pippi Calzaslargas, apuesta por mezclar todos los tupper. Los une el ser capaces de crear emociones: «Uno puede llevarse a casa un consolador y una novela de Jardiel Poncela tranquilamente», sugiere. En cualquier caso, «es una experiencia que tiene su valor en lo efímero. Que pase una vez, en un sitio, con una gente que no se conoce, y a ver cómo acaba».