“Grande, desnuda y endemoniadamente obscena”: adiós a Brigid Berlin, la millonaria heredera que huyó para revolucionar la Factory de Andy Warhol
Su padre se codeaba con el presidente Nixon y su madre era una ‘socialité’ obsesionada con el peso de su hija. Ella era adicta a las anfetaminas, documentaba todo con sus Polaroids, pintaba con sus pechos desnudos y fue la mejor amiga del gurú del Pop Art.
“Era dinero viejo combinado con peligro (…) mi estrella de cine favorita; grande, a menudo desnuda y endemoniadamente obscena”. Así describía el cineasta John Waters a la recientemente desaparecida Brigid Berlin–que falleció en Nueva York el 17 de julio– en el prefacio del libro de fotografías Polaroid de la creadora. A ella no le gustaba que la llamaran artista, pero quienes la conocieron coincidían en que su propia vida fue una obra de arte: nació y se crio en...
“Era dinero viejo combinado con peligro (…) mi estrella de cine favorita; grande, a menudo desnuda y endemoniadamente obscena”. Así describía el cineasta John Waters a la recientemente desaparecida Brigid Berlin–que falleció en Nueva York el 17 de julio– en el prefacio del libro de fotografías Polaroid de la creadora. A ella no le gustaba que la llamaran artista, pero quienes la conocieron coincidían en que su propia vida fue una obra de arte: nació y se crio en la alta sociedad de Manhattan, pero renunció a ella para sumergirse en el lado salvaje, la escena underground neoyorquina de los sesenta y setenta. Por el objetivo de su cámara, con la que documentaba cada momento de su vida, pasaron figuras como Andy Warhol y los miembros de The Factory, Willem de Kooning, Lou Reed, Nico, Jim Carroll, Dennis Hopper, Paloma Picasso o Roy Lichtenstein.
Waters la dirigió en películas como Los asesinatos de mamá (1994) o Pecker (1998), pero el nombre de Brigid Berlin –también apodada Brigid Polk por su afición a inyectarse anfetaminas– es inseparable del de Andy Warhol. Se conocieron en 1964, cuando ella vivía en el Hotel Chelsea, y el artista siempre la consideró su mejor amiga. “Si quieres saber qué va mal en tu vida no te mires en un espejo, dale a Brigid un vaso de vino y ella te lo dirá”, decía Warhol. Berlin era visceral, sincera, no respetaba las normas establecidas y fue una de las “superestrellas” de las que se rodeó el gurú de la Factory.
Brigid Berlin nació el 6 de septiembre de 1939 y creció en un elegante edificio de la Quinta Avenida. Era la mayor de los cuatro hijos de Richard E. Berlin y Muriel ‘Honey’ Berlin. Su padre fue durante 32 años presidente del gigante mediático estadounidense Hearts y su madre era una socialité de la época que no se perdía un desfile de moda. Visitaban su casa presidentes como Richard Nixon o Lyndon B. Johnson y personajes como Clark Gable o Joan Crawford, sus padres se carteaban con los duques de Windsor… Pero ella decidió romper con esa vida y muy joven, a los 21 años, se rebeló contrayendo un fugaz matrimonio con John Parker, un escaparatista abiertamente homosexual, lo que provocó un escándalo en su círculo.
“Mi madre quería que fuera una figura de la alta sociedad respetable y delgada. En lugar de eso, me convertí en una alborotadora con sobrepeso”, llegó a resumir Berlin. Desde niña fue sometida a dietas y su madre incluso intentó que perdiera peso con el doctor Max Jacobson, conocido como Doctor Feelgood por su uso excesivo de las anfetaminas. De esa forma, Brigid se aficionó a esas drogas, que no dudaba en inyectarse en cualquier momento, hubiera o no gente delante. Para ella, su cuerpo se convirtió en una declaración de intenciones: en muchas de las fotos con otros miembros de la Factory de Warhol posa con los pechos descubiertos y creó las llamadas tit paintings, que hacía con sus senos sobre lienzos.
En una entrevista con ArtForum publicada en 2013, la propia Berlin explicaba que fue ella quien le descubrió la magia de las instantáneas a Andy Warhol: “Me aficioné a las Polaroids antes que Andy porque vi unas fotos de Marie Cosindas en Vogue y me gustaron. Ella fue de los primeros fotógrafos en usar las Polaroids de forma seria. Y yo quería hacer fotos como las suyas. Para eso utilizaba una Polaroid Electronic 360 con un difusor y diferentes lentes”. Documentaba de manera constante todo lo que hacía con su cámara, y también grababa muchas de sus conversaciones, obsesión que compartía con su mejor amigo. Warhol y ella colaboraron estrechamente: actuó en varias de sus películas –The Nude Restaurant, Tub Girls, Imitation of Christ, Chelsea Girls–, fue una de las trabajadoras de su revista, Interview, y grabó las actuaciones de The Velvet Underground.
El genio del Pop Art contó que hablaban por teléfono nada más levantarse cada mañana. De hecho, a Berlin le encantaba hacer llamadas telefónicas, algo que incluso llegó a convertir en una performance a finales de los sesenta con el espectáculo Bridget Polk Strikes! Her Satanic Majesty in Person. Lo presentó en 1968 en el Bouwerie Lane Theatre, donde cada noche llamaba en directo a distintos amigos sobre el escenario sin decirles que el público los estaba escuchando.
En 1975 comenzó a trabajar como empleada fija de la Factory, donde respondía al teléfono y transcribía entrevistas que se publicaban en Interview. Pero además de con Warhol también se codeó con otros artistas, como Robert Rauschenberg, Jasper Johns, John Chamberlain o Larry Rivers, con algunos de los cuales colaboró en The Cock Book (en el que también participaron Leonard Cohen o Richard Avedon). Su vinculación con el mundo del arte fue constante y Warhol llegó a afirmar en una entrevista publicada en 1969 en la revista Time que ella era la autora real de sus obras. Poco después, al ver el galerista Leo Castelli que la cotización de Warhol caía tras esa revelación, los dos amigos emitieron comunicados diciendo que había sido una broma planeada por ambos.
Con el paso de los años, Berlin dejó atrás su figura polémica, dejó el alcohol y se recluyó en su apartamento de Manhattan. Era una gran aficionada a tejer y al punto de cruz, y llegó a exponer algunas de sus obras en esa técnica, con la que replicaba portadas de revistas y periódicos. Según explicaba uno de sus conocidos en The New York Times tras conocer la noticia de su muerte, de mayor comenzó a vestir como su madre de la alta sociedad y apenas abandonaba su domicilio, del que solo salía para comprar hilos para sus labores.