Alba Donati, o cómo dejarlo todo para abrir una librería en una colina toscana
Tras 25 años trabajando en el sector editorial, Alba Donati regresó en 2019 a su pueblo de 180 habitantes y dio un giro a su vida. Ahora cuenta su historia en ‘La librería en la colina’.
“Lo primero que hago al levantarme es ver qué ha pasado durante la noche a las rosas, las peonías y las hortensias. Miro cómo están creciendo los tréboles; si es verano riego, si es invierno quito el exceso de agua de las macetas. Entonces preparo un buen té para los visitantes que vendrán y luego le doy unas galletitas a Margot, la gata adoptada de los voluntarios de la librería. Luego ordeno los cojines y abro”. Así es la rutina de Alba Donati (Lucca, Italia, 61 años) en Lucignana, ...
“Lo primero que hago al levantarme es ver qué ha pasado durante la noche a las rosas, las peonías y las hortensias. Miro cómo están creciendo los tréboles; si es verano riego, si es invierno quito el exceso de agua de las macetas. Entonces preparo un buen té para los visitantes que vendrán y luego le doy unas galletitas a Margot, la gata adoptada de los voluntarios de la librería. Luego ordeno los cojines y abro”. Así es la rutina de Alba Donati (Lucca, Italia, 61 años) en Lucignana, el pueblo toscano situado a casi dos horas al noroeste de Florencia donde el 7 de diciembre de 2019 abrió la librería Sopra la Penna. Con 59 años, esta poeta y activista cultural, que durante 25 años había estado vinculada al sector editorial, decidió dar un giro a su vida y ahora explica qué la llevó a tomar esa decisión en La librería en la colina (Lumen).
Mezcla de biografía familiar, diario de la covid, listado de lecturas y crónica de una revolución personal, el libro plantea por qué cuesta tanto dar el paso de hacer lo que uno en realidad quiere. Donati recuerda sus inicios, cuando empezó a trabajar en Sandro P., tienda de moda en la Florencia de los ochenta, donde trató a Vivienne Westwood y Malcolm McLaren. “Conocí a Westwood en enero de 1987, nos había traído unas minifaldas. Yo era demasiado joven para hablarle, pero la adoraba, no podía creer que esa persona enfundada en un abrigo, sin maquillaje y con aire campechano, nada vanguardista, fuese ella”, rememora.
En el libro también repasa a los autores con los que ha trabajado, compartiendo ruedas de prensa o ferias. “Muchas personas del sector de la comunicación se sienten privilegiadas, trabajan sin horarios. Otras hacen trabajos que odian. La verdad es que habría que escuchar nuestros sueños, nuestras pasiones”, subraya. Ella se mudó al pueblo donde creció acompañada por su madre, ya centenaria, y abrió su librería gracias al crowdfunding. “La idea llevaba incubándose mucho tiempo, desde mi infancia, cuando me enfrentaba al miedo de subir por una escalera destartalada, a lo Casa Usher, para llegar a un desván en el que jugaba a ser maestra de una clase imaginaria”, recuerda. Siguiendo los pasos de Sylvia Beach, fundadora de la parisina Shakespeare & Co., decidió dar una nueva vida a esas escaleras y a ese ático, llenarlos no de alumnos ficticios, sino de lectores reales que muchas veces comienzan siendo virtuales y luego viajan hasta su pueblo entre montañas para tomar té y hablar de libros.
“Me gusta escuchar las sugerencias de los lectores, aunque no las comparta”, comenta la autora, que destaca la importancia de la cultura como dinamizador de áreas que acusan la despoblación. Se ha tenido que enfrentar a contratiempos como el incendio que arrasó su refugio de papel poco después de inaugurarlo, pero no le faltan planes: “En verano tenemos un festival llamado Little Lucy, organizamos paseos literarios hasta la ermita de la parte alta del pueblo y cursos de escritura y lectura. Tengo un sueño: traer a Patti Smith para que lea a Bolaño”. El sentido de comunidad es el pilar sobre el que ha construido su proyecto. “Mis clientes sienten que la librería les pertenece. Son un ejército que está cansado de algoritmos y quiere oír la voz de un ser humano, confiar. ‘¿Pero tú lo has leído?’, me preguntan mirándome fijamente a los ojos, y esto no se lo pueden preguntar a Amazon”, reflexiona. Aunque admite que no todo es idílico. “Lucignana es así, siempre hay un treinta por ciento contra un setenta. Con la librería ocurre lo mismo. Algunos no la soportan”, escribe Donati en su libro. “Pero ¿por qué pensar en el 30% y no en el 70% que participa, que siente la mejora de la vida del pueblo? Ha surgido un alma creativa, gente que talla la madera, pinta, cultiva fresas o hace una miel estupenda”, responde al preguntar sobre esos críticos. Para ella, todo es cuestión de perspectiva: “La librería me ha empujado a ver otra realidad. Atrae un turismo consciente e inteligente. El mundo visto desde aquí arriba es maravilloso”.