Irene Escolar: “Tuve un encuentro con Manuela Carmena antes de interpretarla. Quería sentirme bendecida”
A los nueve años debutó en el teatro con una obra de Lorca, con 15 en el cine junto a Antonio Banderas y Emma Thompson. A punto de cumplir los 36, Irene Escolar quiere cambiar intensidad por ligereza y dibujar una carrera sin límites. Será Manuela Carmena en la serie ‘Las abogadas’, estará en la película ‘Ariel’, de Lois Patiño, y volverá al teatro con Pablo Messiez
Antes, Irene Escolar tenía mucha prisa. Ahora se mueve a otro ritmo. Busca cambiar exigencias por ligereza, huir de encasillamientos e ideas formadas en torno a ella, la más joven de una familia ligada a las artes escénicas desde tiempos de su tatarabuelo, la nieta, y heredera de nombre, de Irene Gutiérrez Caba. “Tengo ganas de disfrute, de quitar muchas capas para buscar quién está detrás de todo eso. No es una tarea fácil, pero poco a poco voy sintiendo que voy por ahí. Y creo que las decisiones que estoy tomando a nivel profesional están ligadas a eso. Estos últimos años han sido para mí de mucha transición y también muy gozosos. He aprendido mucho”, dice. Reflexiona sobre ello hecha un ovillo en un sofá tras la sesión de fotos. Luego va a ir a ver Volveréis, la última película de Jonás Trueba —con quien rodó Tenéis que venir a verla—, al parque de la Bombilla de Madrid.
El 19 de octubre cumple 36 años, pero a sus espaldas acumula una extensa carrera que alterna teatro, cine y series. Se formó con Cristina Rota y en la Royal Academy of Dramatic Arts de Londres; su primer papel fue a los nueve años, en Mariana Pineda, de Lorca. “Era como un animalito que salía al escenario, era un juego”, precisa. A los 15 debutó en el cine, junto a Emma Thompson y Antonio Banderas en Imagining Argentina, dirigida por Christopher Hampton (Las amistades peligrosas). Reconoce que ahí aún lo veía como un juego. “Toda la parte más consciente vino después”, rememora, “a los 17 fue la primera vez que sentí que subía a un escenario, en La Abadía con Àlex Rigola, en Días mejores. Yo hacía de una tía joven que era ninfómana. Mucha gente se iba porque había momentos fuertes. Fue catártico”.
Nunca olvida las tablas —el año pasado llevó a escena con Israel Elejalde Finlandia, de Pascal Rambert, y ahora prepara con Pablo Messiez una obra que ella misma producirá, sobre las adicciones en el mundo del arte—, pero últimamente está explorando más a fondo el audiovisual. En mayo presentó Las largas sombras (Disney+), dirigida por Clara Roquet; este otoño estrena Las abogadas (La1), serie en la que interpreta a una joven Manuela Carmena, y tiene pendiente la llegada al cine de Ariel, una película de Lois Patiño inspirada en Shakespeare. “También hay una serie para Atresplayer de la que no puedo hablar...”, apunta, “proyectos muy diferentes que me han permitido explorar otros tonos. No estar encasillada en un lugar en el teatro ni en el cine”.
¿Habló con Manuela Carmena para abordar su personaje?
No quería atosigarla mucho. Leí sobre su vida y luego sí tuve un pequeño encuentro con ella, supongo que de alguna manera quería sentirme bendecida. No hay casi imágenes de Manuela en esa época, solo una entrevista que le hizo Carmen Maura ya con 30 años, y la serie empieza antes. Era más un trabajo de quedarse con la esencia o con la energía que un trabajo de imitación.
¿Qué sabía de la matanza de los abogados laboralistas de Atocha de 1977, qué le habían contado en casa de la época?
Es la primera vez que hago una ficción ubicada en esta época en España. Como hay un monumento en Antón Martín [El abrazo, de Juan Genovés], recuerdo pasar por allí de adolescente y que mi madre, que siempre ha insistido mucho en contarme cómo era la época en la que era joven, me explicara por qué estaba ahí.
¿Es importante recordar historias como esta?
Por supuesto, y también teniendo en cuenta que es la historia de estas cuatro mujeres, y cómo era ser mujer en esa época. Leí que en aquel momento había muy pocas mujeres que fueran a la universidad, y generalmente lo hacían para tener una carrera y luego casarse bien, este dato me sorprendió mucho. Muy pocas, después, desarrollaban una vida profesional vinculada a sus estudios.
¿En su carrera le ha pesado alguna vez el pasado, venir de una estirpe relacionada con la escena desde el siglo XIX?
Yo siento haber sido una persona muy privilegiada y reconozco ese privilegio, sobre todo en cuanto a que ese legado ha sido de las cosas que más feliz me han hecho en mi vida, porque me ha regalado una vocación. Y porque yo no tuve, como muchas de mis amigas, o amigos, que explicar que esta era una profesión digna, en la que te podías ganar la vida, también muy precaria… Esas cosas intrínsecas estaban ya muy incorporadas y muy entendidas.
La validación familiar ya existía.
Claro, no me pasó como a mi abuelo paterno, que luego se casó con mi abuela Irene. Su familia era de Sevilla, de Triana. Su mamá, que debía ser una mujer fascinante, de raza gitana, con mucho duende, con mucha fuerza, murió cuando era joven, y su papá era farmacéutico. Mi abuelo dejó la carrera de farmacéutico y se vino a Madrid a intentar ganarse la vida como artista, y su familia le repudió. Yo nunca he tenido que pasar por ahí, ni aprender que el fracaso forma parte de esta profesión. Todo esto me da un lugar muy privilegiado, no tanto por el hecho de que me hayan dado más o menos trabajos por esa razón, cosa que no tengo la sensación que haya sido así, sino por entender una profesión rara y complicada. Durante mucho tiempo pensé que este legado que tenía era natural, pero ahora creo que me he quitado ese peso, y me doy cuenta de que esa chica jovencita que estaba empezando sí que debía sentirlo. Me siento mucho más libre y sin prejuicios.
Coincide con lo que ha dicho Jonás Trueba al hablar de “emancipación y una ligereza” respecto al peso de su apellido. ¿Eso hace difícil encontrar una identidad propia?
Yo creo que es difícil encontrar esa identidad. Siempre venimos con algo, una educación, unos referentes, un contexto. En mi caso, eso era muy grande, muchas generaciones. Cada vez entiendo más la identidad como algo muy fluido, cambiante, vas creciendo y evolucionando. Lo que es difícil es que desde fuera no te pongan unas etiquetas por ciertas cosas, que vienen dadas contigo, que por otro lado encuentro totalmente normales, y que tú misma puedas seguir evolucionando y descubriendo quién eres. A parte de mi familia, la que me tocó, yo he ido encontrando otras familias artísticas y gracias a ellas he podido ir elaborando y descubriendo mi propia identidad. Ahora empiezo a entender un poco más quién me gustaría ser.
¿Y quién le gustaría ser?
Una persona fiel a su instinto... Ligera, humilde, con ganas de disfrute.
Habla de la familia elegida, ¿qué importancia tiene crear redes en un sector donde muchas veces se habla de egos?
Esas familias han sido muy importantes para ir creciendo artísticamente y para sentirme muy acogida en esta profesión y muy acompañada. Y luego han sido amigos y amigas de vida con los que me voy de vacaciones, a cenar, a tomar algo, salir de fiesta o comparto las cosas más traumáticas o complejas.
Ha dicho que en sus inicios se tomaba demasiado en serio.
Era muy curiosa y supongo que sentía todo ese peso... Había algo como de voy a tomar las decisiones más complicadas, porque si me demuestro que puedo estar aquí, entonces es que igual me merezco este sitio, porque no quiero quitárselo a nadie.
¿Ha necesitado explorar nuevas facetas de usted misma, a través no solo de los papeles, sino también de las sesiones de fotos, de las alfombras rojas?
A mí me pasa una cosa de siempre, que es que yo me vestía con las ropas de mis amigas, un día de una y otro día de otra, y no acababa de encontrar muy bien cuál era mi identidad. Esto lo he reflexionado hace poco. Por eso me encantaba tener que adoptar la identidad de otra persona, y eso implicaba un look, un cambio.
Necesitaba que definieran quién era...
Que yo pudiera coger esas características de alguien y crear una nueva vida. Por eso me ha encantado este año poder hacer Las largas sombras, Clara [Roquet] y José Manuel [Lorenzo, el productor] confiaron en que yo podía hacer algo que en audiovisual no me habían dado la oportunidad de hacer nunca.
Paula, una tipa dura.
Sí, una tipa dura, emocionalmente muy bloqueada, muy desconectada, con una coraza, también de alguna manera jugando como una especie de ruptura de género. Entiendo que esa no es la imagen que doy a priori. Es a lo que nos dedicamos, ¿no? A estar siempre buscando nuevos personajes y nuevas máscaras. Me gustaría poder huir de los juicios y las etiquetas anteriores para poder encontrar y seguir buscando por otros lados.
¿Se ve protagonizando una comedia romántica?
Eso me encantaría, interpretar a un personaje totalmente luminoso. Ir descubriendo cosas que no he hecho. Y mi gran espinita es un buen proyecto en inglés, porque me formé en ese idioma.
Ha trabajado últimamente con varias directoras.
Se nota una manera nueva, diferente, de hacer las cosas. Es una energía distinta en el set. El otro día hablaba con unas amigas sobre si es por una manera nueva de ejercer el poder, si tiene que ver con un cambio generacional, con que también los hombres ahora están repensando mucho esto... Yo he visto un cambio en los últimos cuatro años; cuando había trabajado antes con mujeres había una condescendencia en la mirada hacia ellas y a su manera de hacer las cosas. Esto ha cambiado mucho.
¿Experimentó esa condescendencia cuando debutó junto a Bárbara Lennie como productora en Escenario 0?
Ese proyecto fue muy difícil para nosotras, porque era la primera vez que ambas hacíamos algo como productoras. Era un momento muy raro [tras el confinamiento], pero sí siento que igual, ahora mismo, se nos hubiera dado otro nivel de confianza.
¿Le atrae la idea de ponerse detrás de la cámara?
No, y me encantaría decir que sí, pero creo que hay que tener unas capacidades que yo asumo que no tengo. A mí me gusta más producir. Me gusta mucho estar rodeada de gente. Gente que genera buen ambiente, que tiene talento y que es buena persona. Bárbara y yo tenemos otro proyecto audiovisual que estamos intentando sacar adelante, voy a hacer una obra de teatro con Pablo Messiez... Me interesa hacer equipos, proyectos donde sea todo horizontal, con personas que quieren estar juntas y que aportan ideas. Cada vez me gusta más la cosa del grupo y de ese intercambio. Siento que las cosas van por ese camino, que cada vez hay más escucha.
¿Qué momento viven las artes escénicas en España? Ha sido un año convulso, que acabará con Lluís Homar fuera de la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Ahí me falta un montón de información, pero sí siento que hay que repensarlo todo, ver hacia dónde van las artes escénicas en los próximos años. Confío en que por lo menos se tenga en cuenta esta convulsión social y que está ocurriendo dentro de esta profesión de cambiar un poco los paradigmas, y que todo eso se refleje y se modernice y sea todo más horizontal dentro de las propias instituciones o dentro de los propios teatros.
Hoy en día las redes sociales son muchas veces otra parte del trabajo para un intérprete. ¿Cómo convive con ello?
Me dan respeto. Hay gente a la que se le da muy bien, lo hace con muchísima naturalidad. Y es algo que yo asumí que igual no se me daba tan bien. Siento que hay que generar marcos o modelos de concentración. Porque noto que todo este caos que me genera muchas veces todo lo que viene del móvil o de las redes sociales me desconcentra. Pierdo mucho la atención. Cuando trabajo, me los quito. Radicalmente. Porque no me hacen bien.
¿Con quién le gustaría trabajar en el futuro?
Todos los nombres que pienso me parecen imposible que vayan a ocurrir… Pero también me he relajado con eso. Uno a veces tiene unas expectativas sobre las cosas, y no ocurren de esa manera, sino de otra. Los deseos está bien ponerlos ahí, pero que si no ocurren no sea algo que te pueda frustrar.