‘La chica de rosa’: una joven humilde hecha a sí misma
Andie Walsh, el personaje de Molly Ringwald, encarnó las inquietudes de una adolescente de clase trabajadora en tiempos del ‘boom’ de la MTV
John Hughes, el rey Midas del cine adolescente de los ochenta, escribió La chica de rosa (1986) pensado en Molly Ringwald después del éxito de Dieciséis velas y El club de los cinco. En las tres brillaba la magnética candidez de la actriz. Cuando Hughes murió en 2009, a los 59 años, Ringwald escribió una ...
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John Hughes, el rey Midas del cine adolescente de los ochenta, escribió La chica de rosa (1986) pensado en Molly Ringwald después del éxito de Dieciséis velas y El club de los cinco. En las tres brillaba la magnética candidez de la actriz. Cuando Hughes murió en 2009, a los 59 años, Ringwald escribió una emocionante despedida en The New York Times. Hacía 20 años que no sabía nada de su mentor, el hombre que según la actriz cambió el curso de su vida haciéndole creer en sí misma: “Todo el mundo sabe que John se retiró de Hollywood para convertirse en una especie de J. D. Salinger de la generación X”. Ringwald tituló su artículo El club de nunca jamás, porque ella siempre se sintió parte de los niños perdidos de Peter Pan.
Su personaje en La chica de rosa, Andie Walsh, pertenece a esa estirpe. Andie es una chica pobre abandonada por su madre y que cuida con extrema delicadeza a su padre desempleado. Trabaja en una tienda de discos y le gusta arreglarse de forma excéntrica: la música y la ropa son cruciales en una película imbuida por la era de la MTV. Su estilo, muy de entonces, es la mezcla de cierto orientalismo californiano pasado por el estilo Memphis y por aquella tendencia que impuso Madonna en su etapa azul: encajes blancos, telas jacquard y brocados, accesorios nacarados, sombreritos... En el cuarto de Andie, toda una fantasía ochentera, los quimonos estampados cuelgan en las paredes junto a pósteres de dibujos geométricos, los muebles están decorados con flores y de cualquier rincón surgen cajas y cajas de bisutería. Los mercadillos de entonces eran una curiosa mezcla que abastecía por igual a punkis y nuevos románticos.
El mismo año del rodaje de La chica de rosa, Madonna había participado con el pelo teñido de color cobre en el multitudinario concierto del Live Aid y había estrenado la que sigue siendo su mejor película, Buscando a Susan desesperadamente (1985). La aparente ingenuidad del personaje de Ringwald, su condición de chica de clase humilde hecha a sí misma, tenía mucho que ver con la nueva estrella del pop mundial, pero también con las heroínas tristes de Shirley MacLaine, maravillosa intérprete de Irma la dulce y El apartamento. En un momento de la película, el chico pijo que interpreta Andrew McCarthy nombra a Madonna y aunque ambos la definen con un absurdo “demasiado profunda”, ella resuelve al puro estilo Ciccone: “Sí, pero tiene tanto estilo”.