Por qué Chanel eligió Cuba y no cualquier otro lugar del mundo

Si nos hubieran dicho hace unos años que la firma desfilaría en La Habana, nos habríamos echado a reír a carcajadas. Analizamos por qué el país caribeño es el elegido.

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11 millones de habitantes, tres millones de turistas al año, un proceso de apertura al libre comercio y la histórica aprobación de los norteamericanos. Pasará mucho, muchísimo tiempo hasta que Cuba entre en el grupo de esos países denominados ‘economías emergentes’ (si es que lo hace), pero a estas alturas del capitalismo, existe una dinámica social innegable que se repite de forma casi matemática: allí donde se abren las economías, donde la transición de un modelo de sociedad a otro da sus primeros pasos, la industria de la moda (o más bien, del lujo) se apresura a instalarse.

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11 millones de habitantes, tres millones de turistas al año, un proceso de apertura al libre comercio y la histórica aprobación de los norteamericanos. Pasará mucho, muchísimo tiempo hasta que Cuba entre en el grupo de esos países denominados ‘economías emergentes’ (si es que lo hace), pero a estas alturas del capitalismo, existe una dinámica social innegable que se repite de forma casi matemática: allí donde se abren las economías, donde la transición de un modelo de sociedad a otro da sus primeros pasos, la industria de la moda (o más bien, del lujo) se apresura a instalarse.

Chanel acaba de anunciar que su desfile de la próxima colección crucero tendrá lugar en Cuba. Cuba y Chanel. Si nos lo hubieran dicho hace unos años, nos habríamos echado a reir a carcajadas. Recordemos, por ejemplo, que hasta hace muy poco los norteamericanos tenían muy difícil lo de viajar a la isla. O que las vacaciones de Beyoncé y Jay- Z a La Habana levantaron más de una ampolla hace unos años. Ahora una legión de celebridades, ataviadas con carísimos modelos y rodeadas de flashes, aterrizarán allí para contemplar qué tiene que decir esta temporada la casa moda francesa más exquisita del mundo.

Pero antes estuvo LVMH, el conglomerado dueño de emblemas de la moda como Louis Vuitton, Givenchy o Céline. El pasado mayo, puso en marcha una iniciativa de patrocinio a artistas cubanos. Un paso iniciático para tantear el terreno y plantar una semilla que es probable que florezca en forma de tiendas y vallas publicitarias. No es nuevo; antes de Cuba, para LVMH estuvieron Corea del sur, Mongolia o Kazajstán.

¿Colonialismo del siglo XXI? “Estas empresas desean instalarse en esos territorios que quedan por explorar. Hay un punto de excentricidad en sus movimientos”, apunta Ángeles Caballero, periodista económica. “Ya no es ‘territorio maldito’; acaban de lograr la bendición de Obama”, añade. Las puertas acaban de abrirse y Cuba se ha convertido en una carrera por ver quién llega antes. Y más lejos.

El lujo acaba de llegar, pero hace años que las marcas de gama media están introduciéndose en la isla de forma lenta pero segura. Zara, Mango o Lacoste ya tienen locales en La Habana. Eso sí, con restricciones. En el caso de la enseña de Inditex, no se trata de un local propio, sino franquiciado; controlado por proveedores locales y por el propio Consejo de Estado. Una estrategia que ya se ha convertido en recurrente en países que han seguido un proceso de apertura similar: en China, sin ir más lejos, ciertos templos del lujo occidental, como los almacenes americanos Barney’s, ceden el nombre a empresarios chinos, que explotan la marca en Oriente.

Obviamente, y dado el salario medio de los cubanos (unos treinta dólares mensuales), el consumo de esta incipiente moda está destinado a los turistas. Y ahora, con la flexibilización de su espacio aéreo, llegará las familias poderosas de todas partes del mundo”, apunta Ángeles Caballero. Si ahora la isla recibe tres millones de visitantes al año, es probable que, con la reciente apertura, la cifra se duplique en poco tiempo.

Más allá de las variables económicas, lo cierto es que Cuba ha sido y es caldo de cultivo para el diseño. De allí proceden, curiosamente, dos de los diseñadores favoritos de Michelle Obama: Narciso Rodríguez e Isabel Toledo. Quizá desde la Casa Blanca no estén dando puntada sin hilo, y la indumentaria de la Primera Dama  haya funcionado como una especie de estrategia de acercamiento. Como lo han hecho varias de las colecciones presentadas para esta y la pasada temporada: el verano de Versace se basaba en la arquitectura de la Habana, la colección Crucero de Proenza Schouler en el colorismo y la marca de Stella McCartney ha optado por ser mucho más literal: en una de sus nuevas campañas, se puede ver una escena cotidiana en la que uno de sus protagonistas está disfrazado como el Che Guevara.

Sea esta una estrategia premonitoria o no, no hay que olvidar que la moda siempre ha basado buena parte de sus contenidos en el exotismo: las marcas occidentales han explotado (a su manera) el imaginario del extremo Oriente o se han apropiado de los símbolos indumentarios africanos. En este sentido, Cuba siempre ha sido un oasis estético. Cerrada al mundo y con un modelo económico propio, sus calles, su estética y sus formas de vida llevan siendo las mismas desde hace años, ajenas a los vaivenes del gusto y a la uniformización occidental. Y esto, que supone un paso atrás a nivel socioeconómico, representa, en cierto modo, una mina de oro en términos visuales para un sinfín de diseñadores. ¿Recuerdan cuando, hace un tiempo, las casas de moda europeas sólo invertían en China mientras las élites del gigante asiático devoraban logos y firmas de lujo? Cuba podría ser la siguiente. Al menos, ya tiene el sello que certifica que es el nuevo destino de moda: las dos C de Chanel.

El último desfile de Chanel en París.

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