En el refugio de ‘monsieur’ Dior
Casi 60 años después de su muerte, renace La Colle Noire, la mansión al sur de Francia del modisto. Dior Parfums nos invita en exclusiva a recorrerla.
Un símil recurrente. La casa como metáfora de un personaje la hemos visto en Jorge Luis Borges, Marcel Proust o Julio Cortázar. La alegoría se materializa en el castillo de La Colle Noire, en Montauroux, al sur de Francia, inaugurado el pasado mayo por la firma Dior. En esta mansión del siglo XIX vivió el diseñador y fundador de la marca, Christian. «Era su refugio, aquí descansaba del tumulto parisino. La compró en 1951, en pleno éxito de su trabajo. Tenía fobia al avión, pero sus viajes se multiplican. Vivió bajo mucha presión. Resulta emotivo pensar que aquí, poco antes de ...
Un símil recurrente. La casa como metáfora de un personaje la hemos visto en Jorge Luis Borges, Marcel Proust o Julio Cortázar. La alegoría se materializa en el castillo de La Colle Noire, en Montauroux, al sur de Francia, inaugurado el pasado mayo por la firma Dior. En esta mansión del siglo XIX vivió el diseñador y fundador de la marca, Christian. «Era su refugio, aquí descansaba del tumulto parisino. La compró en 1951, en pleno éxito de su trabajo. Tenía fobia al avión, pero sus viajes se multiplican. Vivió bajo mucha presión. Resulta emotivo pensar que aquí, poco antes de fallecer en 1957 [de un ataque al corazón], escribió las últimas páginas de sus memorias [Christian Dior y yo; editorial Gustavo Gili], en las que confiesa que se sentía cansado y que pensaba afrontar entre sus paredes el periodo final de su vida», cuenta a S Moda Frédéric Bourdelier, director de Patrimonio de la enseña francesa. Lo recuerda sentado en una silla estilo Luis XVI, en el que fuera el despacho del creador.
Una reforma de emociones
«Me persigue una sensación extraña… Conocía cada habitación al dedillo. Las he estudiado en blanco y negro durante tanto tiempo… Para mí todo era pura abstracción. Pero ahora estoy aquí, en un mundo coloreado. Es como haberme metido en una película. Es fascinante, hemos pintado el mundo de monsieur Dior». ¿Y cómo han resucitado su espíritu? «Con fotografías, revistas de la época como Connaissances des Arts, donde se publicaron reportajes ilustrados sobre esta casa, y con los dibujos que realizó el modisto junto a su arquitecto, André Svetchine», dice el director de Patrimonio.
Es una historia de amor. Y de regreso a las raíces. Bourdelier lleva años rastreando Francia en busca de huellas del maestro. «El esfuerzo arranca en 2008, hasta entonces fueron los vecinos del valle quienes mantuvieron su memoria viva», confiesa el historiador. Y añade: «Murió de manera abrupta e inesperada a los 52 años, hasta hace poco seguía siendo un trauma. Además, hace una década, las marcas de lujo más tradicionales buscaban la modernidad e ignoraban el pasado. Hoy es diferente», confiesa. Y añade: «No se trata de una tendencia, es nuestro ADN. Otras firmas deben construirse e inventar unos valores. Los nuestros están ahí, solo teníamos que reclamarlos. El pasado nos sirve para forjar un futuro más rico». Más de 200 personas han participado en la reforma de esta casa durante dos años: «Nuestra intención ha sido recuperar La Colle y acabar las obras que Christian no pudo terminar». ¿La inversión? «La desconozco y si la supiera, posiblemente no podría comunicarla», responde Bourdelier.
Una maleta con sus iniciales, un teléfono, esculturas. Hasta hace poco, no tenían dónde ubicarlos. No querían instalarlos en el museo de Dior en Granville. Y hasta 2013 este castillo, de 1.460 metros cuadrados, estaba en manos privadas. Su hermana, Catherine Dior, vendió el domicilio. «No se sentía cómoda en este universo chic. Ella nunca durmió en la habitación que Christian había ideado para ella… Prefería recibirlo en Caillan, donde residía, a pocos kilómetros. Pasó un año en un campo de concentración. No se sabe cuáles fueron sus labores en la resistencia, nada sobre las torturas… pero no debió ser fácil».
Huele a pintura. Y a nuevo. Decenas de periodistas bajan y suben por las escaleras la noche de la inauguración. Una de las invitadas es la actriz Charlize Theron, imagen de Dior: «Me siento como en un sueño, no dejo de imaginar qué sucedió en cada una de las estancias». La casa es un símbolo de su personalidad. Christian quiso ser arquitecto. «Así lo confesó en una conferencia en la Universidad de La Sorbona», apunta el experto. «Trabajó mano a mano con el arquitecto, cuando compró La Colle era un hotel», cuenta el historiador. Y apostilla: «Esta casa es como el New Look (su colección de 1947 y la estética que cambió las reglas de la moda), nostálgica y revolucionaria. Después de la Segunda Guerra Mundial y en medio de la austeridad, el diseñador devolvió la joie de vivre a la mujer: con las curvas del traje enfatizaba los pechos y las caderas. Pero lo hizo sin perder de vista la tradición. Como sucede con la decoración, llena de guiños a la Belle Époque y al Segundo Imperio».
No es un museo. Y no solo porque no funcione como tal (el acceso es privado, únicamente con invitación). La casa está viva. No es de cartón piedra, no tiene placas informativas; pero sí sábanas, toallas, vajilla… «Servirá para proyectos colaborativos con la prensa o con artistas. Una idea: nuestro diseñador o nuestro perfumista podrían venir a inspirarse aquí». Otra: ¿un desfile? «No lo descartamos. A Christian le habría encantado, era un propósito montar una pasarela aquí».
Es un ejercicio de homenaje; el 50% de los muebles son originales. «Muchos provienen de una subasta celebrada en 2012 de las pertenencias de su hermana, que había heredado bienes de Christian», informa el experto. Sofás y canapés tapizados, sillas con estética del siglo XVIII, espejos neoprovenzales, un baño de estilo imperio con una bañera de mármol de Carrara, floreros art déco y mucho papel pintado. «Es una casa con varias capas. No le dio tiempo a terminar dos espacios –el pequeño y el gran salón–; nosotros los hemos renovado como él había proyectado».
Abundan los cuadros. Sorprende no ver algunos de Chirico, de Dalí o de Raoul Dufy; el diseñador fue galerista en París desde 1928 a 1934. «Lo vendió todo y se arrepintió. Si los hubiera conservado, no habría vivido estrecheces». Las experimentó. Una carta encima de su escritorio lo revela. La escribe en 1940, en el paro y desde Caillan, a tres kilómetros de La Colle, en la casa de su familia donde se había mudado. En la misma, solicita un empleo. En seis años fundaría su compañía.
Un jardín muy maternal
«Residir en una casa que no se nos asemeja es como vestir ropa de otra persona», le gustaba decir al creador. Cinceló su habitación y le otorgó sus rasgos: el maestro era discreto. «Su cuarto es el más pequeño, su intención era sentirse protegido». Una estrella esculpida en la moldura de la pared habla del Dior supersticioso. «Ya había trabajado con los grandes costureros de la época, cuando Marcel Boussac, el empresario más famoso, conocido como “el rey del algodón”, le propone fundar su marca. Christian duda, pero en 1946, mientras camina por la calle Faubourg Saint-Honoré, tropieza con una estrella de metal. Lo interpreta como una señal del destino y acepta». Ese símbolo se repite como un eco por toda la casa. No es el único. Amaba los círculos y abrió ventanas con su forma en la mansión.
También estilizó este castillo con dos torreones. Lo esculpió como hizo con la mujer. «El acceso al hotel era más impresionante, pero menos cálido, por eso lo cambió». El nuevo, más elegante, traza un camino delineado por cipreses. Él mismo ideó la entrada: una rosa de los vientos octogonal, con adoquines negros, blancos y rosas, el símbolo de la villa normanda donde creció, Les Rhumbs. «Tenía un don y era perseverante: en una entrevista a la televisión estadounidense aseguró que bocetaba maniquíes en el baño, en la cama o en el salón de este castillo». Su obsesión era hacer un guiño a su madre: «Era una apasionada de la jardinería; estaba suscrita a catálogos de plantas y su hijo los copiaba». Conocía los nombres de las flores en latín. «Visitó 30 casas antes de decidirse por esta. No quería vivir en la Costa Azul [Montauroux se encuentra a 50 kilómetros del mar], quería vivir en el campo. Le fascinaron la luz, los colores del paisaje, la tranquilidad». Y le sedujeron las rosas del jardín de La Colle. «Es la flor de la zona, estamos muy cerca de Grasse», nos informa François Démachy, perfumista de la maison. «Vamos a intentar sembrar muchas más; la idea es poder usarlas en nuestras fragancias», anuncia.
Plantó olivos, almendros y cipreses, y cultivó un huerto. También en esto fue visionario: se adelantó al fenómeno de la ecología y de la agricultura local. Lucienne Rostanio tiene 89 años y casi no ve. Pero la visión de su pasado es límpida. «Mi marido se ocupaba de los viñedos; yo, de las rosas. Christian creó un vergel, un paraíso. Era un hombre muy trabajador y simpático. Los vecinos lo adoraban», cuenta sentada en un sofá amarillo. Y su servicio. «Mi abuelo, Pierre Grosselin, era el administrador de la finca. Yo aprendí a nadar aquí y comí varias veces con Dior, en su mesa. Era un hombre amable, dulce y muy accesible. Cuando murió, todos lloramos, fue un schock», rememora Jean Pierre Tomico, de 70 años.
Opulenta, pero discreta y con siete habitaciones para invitados. Sus allegados no eran primos, sobrinos o hermanos. Eran sus amigos, los artistas que lo visitaron y sus colaboradores. Tras el acceso, y en el vestíbulo, nos recibe un libro de visitas. «Encierra entre 200 a 250 firmas de Marc Chagall, Picasso, Dalí, Cocteau… Solía celebrar cenas hasta tarde, con unos 12 comensales. Esta era una casa abierta». Si París era el músculo de Dior, donde estaban sus talleres y su negocio, La Colle era la mente y el corazón. «Aquí creaba, y no solo ropa. Junto a su nariz, Edmond Roudnitska, que residía cerca, lanzó cuatro jugos: Eau Fraiche, Diorisime, Diorama y Miss Dior».
La Colle también era su estómago. «Solía pasar de una a dos horas decidiendo los ágapes con su chef. Y él mismo bajaba en bicicleta a comprar al pueblo. El menú era burgués y tradicional. Muy años 50, aves, crema fresca, trufas», detalla Bourdelier.