Historia (viva y gráfica) de la pasarela
Pionero de la fotografía de los desfiles, Chris Moore publica un libro que reúne sus 500 imágenes favoritas. Y en verano, una exposición en su Inglaterra natal resumirá sus más de 60 años en la moda.
Siempre ha estado ahí, dando codazos entre una maraña de reporteros gráficos, luchando por obtener la mejor foto desde los lejanos años cincuenta. Igual que Bill Cunningham inventó la fotografía de moda callejera –el llamado street style–, este inconfundible británico puede ser considerado un pionero de las imágenes de pasarela. Nadie les ha dado el mismo fulgor que Chris Moore (Newcastle, 1934). En sus retratos, las modelos parecen cobrar vida.
Mientras otros proponen clichés asépticos y casi intercambiables, él logra impregnar a sus fotografí...
Siempre ha estado ahí, dando codazos entre una maraña de reporteros gráficos, luchando por obtener la mejor foto desde los lejanos años cincuenta. Igual que Bill Cunningham inventó la fotografía de moda callejera –el llamado street style–, este inconfundible británico puede ser considerado un pionero de las imágenes de pasarela. Nadie les ha dado el mismo fulgor que Chris Moore (Newcastle, 1934). En sus retratos, las modelos parecen cobrar vida.
Mientras otros proponen clichés asépticos y casi intercambiables, él logra impregnar a sus fotografías de alegría y tristeza, ironía y melancolía, fascinación y desagrado. Siempre ha tratado la pasarela como un asunto serio. No es casualidad que equipare su trabajo al reportaje. Tras cumplir más de 60 años en la moda, Moore publica Catwalking (Laurence King), un monumental volumen en el que reúne las mejores 500 imágenes de su carrera, en colaboración con el crítico Alexander Fury. Además, el Bowes Museum, fastuoso palacete situado en la cadena montañosa de los Peninos ingleses, le dedicará una exposición a partir del 7 de julio en homenaje a su larga trayectoria.
¿Cuándo empezó su interés por la moda? «No sé si habría que utilizar esa palabra para definir mis inicios. Mi primer interés fue, más bien, la fotografía a secas», afirma desde su casa en el barrio londinense de Islington. Su primer trabajo lo consiguió, siendo todavía un adolescente, en el estudio fotográfico de Vogue en Londres. Entonces no sabía en qué consistía la alta costura. «Me pareció un trabajo interesante, pero eso es todo. Lo que sucedió allí me hizo tomar conciencia de lo que era el estilo», explica.
«Yo era joven y de clase obrera. Las modelos y los editores que me rodeaban, e incluso los demás fotógrafos, eran distintos a la gente que yo conocía. No entendí hasta bastante tiempo después que el estilo era para cualquier persona que quisiera tener uno, que no era una cuestión de género o de clase social…». En aquel tiempo, todavía era poco habitual cruzarse con personas de extracción humilde en la alta costura. «La ola de personalidades de clase obrera que tuvieron éxito en campos creativos, como Michael Caine, Vidal Sassoon o David Bailey, llegó más tarde, a finales de los sesenta», recuerda Moore. Sus primeros encargos consistieron en ejercer de asistente de algunos de los mayores fotógrafos de moda del siglo pasado, como Cecil Beaton, Henry Clark o Clifford Coffin. Con ellos aprendió el oficio. «A quien asistí más a menudo fue a Clark. Gracias a él empecé a viajar», dice Moore, recordando un trabajo en Sicilia con dos modelos, la italiana Elsa Martinelli, que después hizo carrera como actriz, y Fiona Campbell-Walter, futura baronesa Thyssen. «Allí bebí mi primera copa de vino, mientras Martinelli me enseñaba cómo comer los espaguetis… Fue una semana difícil de superar», rememora.
Recuerda también la maestría de Beaton. Mientras los demás le hacían cambiar sin cesar la iluminación «hasta roer el suelo del estudio», el gran fotógrafo británico trabajaba de manera distinta. «La primera vez que coincidimos, simplemente entró y dijo: ‘¡Encended las luces!’. Y eso fue todo, no hubo que hacer nada más. Aprendí que, a veces, no hay que pensar demasiado. Y que es mejor dejar que el destino decida…», afirma. De ahí surgió, probablemente, su gusto por los encuadres improvisados y la iluminación que han decidido otros, propia de esa jungla fotográfica que es la pasarela.
Instado a escoger los desfiles que más le han marcado, el fotógrafo se detiene a reflexionar. De su primera etapa evoca el shock provocado por Yves Saint Laurent en los setenta con sus colecciones de prêt-à-porter. «Cada década ha tenido sus buenos momentos. Son demasiados para mencionarlos todos, pero me acuerdo de mi entusiasmo por los primeros desfiles de los japoneses en París, como Kenzo Takada e Issey Miyake. Ambos cambiaron la manera de presentar la moda. Los del primero eran una locura, rápidos y alegres. Los de Miyake, más espirituales y elegantes», indica. «En aquel tiempo, los shows de Thierry Mugler supusieron otro giro decisivo, por ser los primeros que fueron como blockbusters, con performances y arias. Pero fue Gianni Versace y su manera de utilizar a las supermodelos en los primeros años noventa lo que llevó la moda hacia un público más amplio».
Revive también la irrupción de Alexander McQueen, quien confirmó lo que Moore ya sabía: que la pasarela podía ser «un foro único en el que presentar un mensaje». Una visión personal y una puesta en escena total. En otras palabras, una forma de arte. Moore guarda un recuerdo especial de las modelos que tuvo ante el objetivo, sin las que nada sería posible. «Ya hubo grandes nombres en las pasarelas previamente a la era de las supermodelos. Por ejemplo, Iman Abdulmajid, Marie Helvin, Jerry Hall, Pat Cleveland o Grace Jones en los setenta y ochenta», opina. Entre sus sucesoras, recuerda el furor que generaron, una década después, Linda Evangelista, Cindy Crawford, Claudia Schiffer o Christy Turlington. Y, sobre todo, Naomi Campbell y Kate Moss, que amplificaron el interés por la moda en su país. «Los lectores nunca se hartaban de ellas. Durante gran parte de los noventa, las modelos fueron más importantes para los editores de moda que la propia ropa», asegura.
Al fotógrafo le cuesta discernir, en cambio, quiénes son los mayores talentos de nuestro tiempo. «Es difícil. Hay mucho hype coordinado. Con algunas colecciones sucede un poco como en El traje nuevo del emperador…», critica. «Pese a todo, el talento auténtico sigue brillando frente a la adversidad y las marcas jóvenes y con pocos recursos son más fáciles de detectar que en otros tiempos». Entre los nuevos nombres, se queda con tres firmas londinenses: Martine Rose, Simone Rocha y JW Anderson. «A menudo, presentan su ropa en espacios desnudos y blancos, sin superproducciones colosales detrás de las que esconderse. Se necesita valentía y lucidez para salir ahí de esa forma…», dice Moore. Denuncia también, como ya se ha vuelto costumbre, la aceleración creciente a la que se enfrentan los modistos de hoy: «Antes decía que no conocía a muchos diseñadores felices, porque todos trabajan mucho y con una presión enorme. Ahora hay colecciones que antes no existían, como pre-fall y resort, además de la nueva moda del see now buy now, por lo que la presión ha aumentado todavía más». Esa celeridad y multiplicación de citas con la pasarela también ha afectado a su ritmo de trabajo. «Antes, cuando iba a la fashion week de París, me daba tiempo de almorzar pausadamente y de ir a ver un museo entre un desfile y el siguiente. Ahora, si logro comer algo antes de la que cierre la cocina de un restaurante por la noche, ya me considero afortunado», ironiza.
Moore es uno de los fotógrafos de la vieja guardia que mejor ha sabido adaptarse a los cambios. Ante el avance imparable de Internet, decidió crear la agencia Catwalking.com en 1999, de la mano de su socia Maxine Millar, después convertida en su esposa. Tampoco la irrupción de las redes sociales logró desestabilizarle. «Durante mucho tiempo, esas redes fueron, como decimos en inglés, el elefante en la habitación [el tema incómodo del que nadie quiere hablar]. Se han acabado convirtiendo en una manera de atraer al consumidor de moda joven», relativiza. Detecta otros cambios en la pasarela actual: «La atención se ha desviado de las modelos a las celebridades, por lo que la cobertura del front row y la alfombra roja ahora es por lo menos tan importante como lo que ocurre en el propio desfile», afirma. Moore está convencido de que la cámara profesional y el teléfono móvil son complementarios: «Solo depende de lo que quiera el consumidor. A veces se necesita un punto de vista profesional y otras una opción informal. No creo que tengamos que elegir. Todavía hay apetito por ambas cosas».
El fotógrafo acaba de cumplir 84 años. ¿La jubilación entra en sus planes? «Sí y no. No voy a retirarme, pero tal vez cambiaré de dirección. Tengo un nuevo estudio en un lugar recóndito del norte de Inglaterra y me gustaría volver a hacer naturalezas muertas y retratos», confiesa. Sin embargo, no da una fecha precisa para ejecutar sus planes. «De momento, no me hago a la idea de abandonar del todo el circuito de la moda. Tengo demasiados amigos allí, y también algunos enemigos, a los que echaría de menos…».