De boxeador buscavidas a arquitecto de éxito: la increíble historia de Tadao Ando
Vivió en la miseria, se ganó la vida como púgil y terminó revolucionando la arquitectura mundial con luz y cemento. El artista nipón presenta una retrospectiva en el Pompidou de París.
En la fachada sur del Centro Pompidou, un grupo de trabajadores levanta un muro de cemento con un crucifijo en el centro, guiño a la exposición que se celebra, hasta el 31 de diciembre, al otro lado de esa pared. El museo parisino rinde homenaje a uno de los grandes maestros de la arquitectura contemporánea, el japonés Tadao Ando, que aguarda al otro lado de esa muralla mientras da los últimos retoques a la muestra en las horas previas a la inauguración. Ando visitó París por primera vez hace más de medio siglo. En 1965 decidió subirse al Transiberiano con la misión de conocer...
En la fachada sur del Centro Pompidou, un grupo de trabajadores levanta un muro de cemento con un crucifijo en el centro, guiño a la exposición que se celebra, hasta el 31 de diciembre, al otro lado de esa pared. El museo parisino rinde homenaje a uno de los grandes maestros de la arquitectura contemporánea, el japonés Tadao Ando, que aguarda al otro lado de esa muralla mientras da los últimos retoques a la muestra en las horas previas a la inauguración. Ando visitó París por primera vez hace más de medio siglo. En 1965 decidió subirse al Transiberiano con la misión de conocer a su ídolo, Le Corbusier, en la capital francesa. Nunca llegarían a coincidir: el gran arquitecto suizo había fallecido solo unos días antes de su llegada a Europa. Pese a todo, Ando aprovechó su estancia para visitar sus grandes proyectos, como la Cité Radieuse de Marsella o la Villa Savoye, entonces en estado ruinoso. De ese encuentro iniciático extrajo una lección: «Si un edificio no comunica nada, no es arquitectura».
Esa máxima le impulsaría a decidir crear su agencia en 1969, pocos meses después de las revueltas estudiantiles del año anterior, que asegura que le enseñaron a rebelarse contra el orden establecido. Aunque su insurrección, a base de luz, geometría y hormigón, haya sido particularmente sutil. Ando tiene poco que ver con el resto de starquitectos. Creció en la miseria de la posguerra japonesa, cuando se ganaba la vida como boxeador profesional mientras se formaba como arquitecto de manera autodidacta. Entre los 300 proyectos de Ando sobresalen sus templos religiosos, como la iglesia de la Luz, en las afueras de su Osaka natal, o la iglesia del Agua, en la isla de Hokkaido. Pero también sus extraordinarios museos en la isla de Naoshima y los dos centros de arte que diseñó para el magnate François Pinault en Venecia, a los que se sumará un tercero en la Bolsa de Comercio de París, que debería abrir a finales de 2019. A sus 77 años, tras superar una larga enfermedad que le ha dejado con cinco órganos vitales menos, Ando pasa revista a su trayectoria en París, a la vez que protagoniza una segunda muestra en Chicago, donde acaba de inaugurar el centro de arte Wrightwood 659.
Lo primero que sorprende es lo pequeño que es su estudio. Emplea a solo 30 personas, mientras que otros arquitectos tienen plantillas de más de un millar. ¿Prefiere trabajar en la intimidad?
Treinta personas es el número máximo que puedo alcanzar. Así logro revisar y controlar cada proyecto en el que trabajan mis colaboradores. Si mi estudio superase la cifra de 30, no creo que fuese lo mismo… Soy consciente de que otros arquitectos tienen a muchísimas más personas a su servicio, pero yo prefiero contar con una oficina pequeña.
¿Cómo le marcó como arquitecto el hecho de crecer en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con el país en ruinas y bajo control estadounidense?
En la arquitectura japonesa de posguerra, muchas cosas fueron descartadas en nombre del racionalismo. Por ejemplo, el contacto con la naturaleza, los rayos del sol, el soplo del viento y el sonido de la lluvia. Como arquitecto, no quise dejar de lado elementos directamente relacionados con el cuerpo y el espíritu. Quiero crear espacios de vida que estén integrados en la naturaleza, para que las personas puedan sentir que están vivas. A veces, la intrusión de la naturaleza en un edificio puede resultar fría o incómoda, pero en última instancia conduce a experiencias fuertes y puras. Por ejemplo, en la Row House de Sumiyoshi, una pequeña vivienda que construí en la ciudad de Osaka, se necesita coger un paraguas para ir al baño cuando está lloviendo. En esa casa no hay calefacción ni aire acondicionado. Cuando mi cliente me preguntó cómo protegerse si hacía frío, le respondí que se pusiera un jersey. Y cuando insistió preguntándome qué haría si el frío aumentaba, le dije que se pusiera muchos jerséis…
Pertenece a la misma generación que artistas tan influyentes como Yoko Ono o Yayoi Kusama y diseñadores de moda como Kenzo Takada, Rei Kawakubo o las hermanas Koshino [Hiroko, Junko y Michiko], que le encargaron una residencia en los años ochenta. ¿Qué diría que tienen en común?
Todos nosotros fuimos pobres. No teníamos ni recursos ni acceso a la información, pero sí un apetito voraz por el conocimiento y la creatividad. Gracias a eso logramos avanzar hacia el futuro, guiados por sueños enormes…
Nació en Osaka, una ciudad de mayoría obrera, frente a la aristocracia de Kioto y la burguesía industrial de Tokio. ¿Han influido esos orígenes en su estilo como arquitecto?
Osaka es una ciudad comercial, que está llena de personas de clase trabajadora. Al crecer allí, aprendí la importancia de la frugalidad y del sentido común al enfrentarme a cualquier situación. Esta forma de pensar me ayudó mucho a la hora de edificar. Diseñar una arquitectura interesante cuando tienes un presupuesto limitado fue un desafío conmigo mismo.
Da la sensación de que la primera pregunta que se hace ante cualquier proyecto es qué hacer con la luz, cómo filtrarla hacia el interior. ¿Diría que es el elemento primordial en su arquitectura? Y, si es así, ¿de dónde procede esa obsesión?
Nací y crecí en un barrio residencial tradicional del centro de Osaka. Mi casa era un lugar oscuro y de ventanas altas. En ese sombrío interior, apreciaba la escasa luz que llegaba dentro. A menudo, intentaba recoger la que entraba en mi habitación haciendo un cuenco con mis manos. Ese es el tipo de edificios que he querido construir: una arquitectura que aprecia la luz y que me recuerda a lo que sentía respecto a ella cuando era niño.
¿De dónde surgió la idea de utilizar el hormigón? Pocos arquitectos antes que usted lo habían visto como un material noble y bello…
De entrada, la receta para el hormigón es sencilla: guijarros, cemento, arena y agua. Sus componentes son materiales comunes, no tenemos una fórmula secreta. Deben mezclarse con cuidado, pero eso puede hacerse sin demasiada dificultad. Yo pienso en un edificio de hormigón como una metáfora del cuerpo humano. Las barras de refuerzo son los equivalentes a los huesos, mientras que el cemento se parece a la carne. Si tienes huesos gruesos y no cuentas con suficiente músculo y piel, el hueso se pronunciará. Si tienes muy poco hueso y demasiada piel, el edificio se verá gordo e hinchado… Cuando prestas atención a estas cosas, el hormigón se convierte en un material muy armonioso.
¿Qué opina del revival del brutalismo arquitectónico en los últimos años? Se ha convertido en un fenómeno en las redes sociales y en el mundo editorial, cuando durante décadas fue considerado un material espantoso…
Si le digo la verdad, no se me ocurre nada que decir.
Para muchos, su obra maestra es la iglesia de la Luz, que construyó en 1989 en Irabaki, cerca de Osaka. Se trata de un cubículo de hormigón con una simple apertura en forma de cruz que deja pasar el aire y la luz. ¿Cómo la concibió?
Conté con un presupuesto limitado, por lo que el edificio debía ser obligatoriamente un cubículo: no había dinero para más. De modo que me pregunté cómo convertirlo en un espacio sagrado, un lugar apropiado para que las personas se congregasen e hicieran sus rezos. Es un espacio desnudo, sin ningún elemento decorativo. La sala solo contiene bancos y un púlpito hecho de materiales simples. Una simple incisión en forma de cruz en la pared frontal proyecta el símbolo de la iglesia en este espacio poco iluminado. La verdadera dificultad del proyecto consistía en la siguiente etapa: erigir el edificio. Al iniciarla, la falta de fondos se volvió evidente y la construcción de la iglesia se detuvo una vez que se terminaron las paredes. Incluso tuve que sopesar un plan alternativo para poder convertirlo en un lugar de plegaria sin techo, al aire libre. El proceso de creación de esta pequeña obra arquitectónica es una prueba mayúscula de que el esfuerzo humano logra trascender a veces los problemas económicos…
Otro de sus grandes proyectos se encuentra en la isla de Naoshima, en el mar interior del Japón, donde lleva 30 años construyendo distintos equipamientos culturales. ¿Es el lugar que mejor condensa todos sus principios arquitectónicos?
El proyecto cultural de Naoshima es un encargo que me llegó, a finales de los años ochenta, de parte del empresario Soichiro Fukutake [propietario del grupo Benesse, gigante de la educación a distancia y el aprendizaje de idiomas]. Hoy sigue adelante, más de tres décadas después. Allí he diseñado el Benesse House Museum, el Benesse House Oval, el museo de Lee Ufan y el Chichu Art Museum [gran museo creado en 2004 con solo una decena de obras de tres artistas: Claude Monet, Walter de Maria y James Turrell], además de tres nuevas galerías de arte que están siendo planeadas en este mismo momento. Allí he tenido la oportunidad de ser testigo de la revitalización de la región gracias a la introducción del arte y la cultura. Esa minúscula isla olvidada, donde vivían apenas unas 3.000 personas, se ha convertido en un santuario del arte que visitan más de 200.000 turistas cada año.
En los últimos 10 años, le han extirpado cinco órganos vitales. ¿Cómo le ha afectado ese proceso?
Hasta ahora, me he enfrentado a dos periodos de gran dolencia. El primero llegó en 2009, cuando me extirparon el conducto biliar, la vesícula biliar y el duodeno debido a un cáncer. El siguiente, cinco años después, en 2014, cuando me extrajeron el páncreas y el bazo. Durante esos tiempos difíciles, no perdí la esperanza en el futuro. Uno siempre debe avanzar, así que escuché los consejos de mi médico y me esforcé para volver a estar sano. Debido a mi voluntad de no rendirme, pude recuperarme perfectamente y volver a trabajar con todas mis fuerzas. Ahora vivo mi día a día de forma decidida y mantengo la energía caminando 10.000 pasos cada día. Yo creo en la vida.