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Despedidas y estrenos: del emotivo adiós a Armani a la bienvenida de nuevas visiones

En los últimos días de la pasarela milanesa se han sucedido los estrenos de Versace y Bottega Veneta y el último desfile diseñado por Giorgio Armani

Giorgio Armani no se sentía legitimado para mostrar sus creaciones junto a las de los grandes maestros de la pintura italiana que se muestran en la Pinacoteca de Brera. Tras mucho esfuerzo, Angelo Crespi, director del museo, convenció al diseñador de que en el 50 aniversario de su marca debían celebrar una exposición en este emblemático lugar de Milán, en el corazón de Brera, el barrio donde Armani vivía y trabajaba. Prepararon la muestra durante un año, pero el diseñador no llegó a ver la inauguración pues murió apenas un mes antes, a los 91 años, dejando un legado inmenso al que este domingo se ha rendido homenaje en ese mismo lugar. Ante un nutrido grupo de personalidades ligadas a Armani para siempre como Richard Gere, a quien vistió en American Gigoló; Lauren Hutton, que le acompañaba en la película; Cate Blanchett, embajadora indiscutible del estilo Armani en la alfombra roja; el diseñador Dries Van Noten; Glenn Close o alguna de sus colaboradoras como Antonia Dell’Atte, la firma despidió a su creador.

El desfile, el último en el que trabajó personalmente, se inspiraba en dos lugares radicalmente opuestos, pero de vital importancia para él: Brera, en Milán, su ciudad, y Pantelaria, la isla donde compró una villa en 1981 a la que se retiraba a descansar, a menudo acompañado de amigos como Ornella Mutti o Lauren Hutton. En el patio de la pinacoteca, alumbrado con velas envueltas en papel, que hacían referencia al rito funerario asiático, las modelos pasaron a ritmo lentísimo, sobrio, y solo acompañadas por la música de un piano en directo.

El colorido de las prendas viajó desde los azules tan utilizados por el modisto, igual que los tonos neutros que se convirtieron en su insignia, hasta los colores vibrantes contrastaban con el negro casi riguroso de los asistentes. El desfile terminó con una emotiva ovación y el saludo de Leo Dell’Orco y Silvana Armani. A continuación, el público se dio cita en la exposición que recorre la historia de Armani, desde los fértiles y silenciosamente revolucionarios años ochenta hasta modelos icónicos como un vestido lucido por la actriz francesa Juliette Binoche en el Festival de Cannes de 2016 que en la muestra, titulada Per Amore, dialoga con una madonna de Bellini.

En una semana en la que la expectación se centraba en la novedad, motor incuestionable de la moda, fue reconfortante constatar el respeto y la devoción que esta industria tan olvidadiza y a veces despiadada dedicó al señor Armani en su despedida.

“La idea del buen gusto frente al mal gusto”, escribe Nathalie Olah en su libro Mal gusto, “nace del reflejo de juzgar todas las decisiones conforme a su capacidad de decodificar una serie de normas”. Adscribirse a ellas, prosigue, “equivale a creer en la superioridad inherente de una experiencia cultural (la nuestra) frente a otras (las suyas)”. Cuando la noción de gusto se asocia al poder, surge una dimensión tremendamente excluyente que hizo volar por los aires en los ochenta y noventa el diseñador Gianni Versace, con un imaginario barroco, sensual y excesivo. Una estética que el sistema rápidamente hizo suya y que en los últimos años quedó desactivada, como ha sucedido con cualquier artefacto cultural incómodo.

En su primera colección para la marca, Dario Vitale ha querido indagar en todas estas ideas tan presentes en el histórico de la enseña de la medusa. Más en el imaginario de Gianni, que en el de Donatella. “Esta casa es elegante, respetable, burguesa en su tranquilo disfraz, pero algo anda mal. O tal vez ya no me conformo con la mera elegancia, así como las exigencias de la respetabilidad me parecen absurdas. Me parecen insultantes. Todo lo pulido ahora se siente un poco apagado”, escribía el creativo en una carta previa a su presentación en la Pinacoteca Ambrosiana, entre obras de Caravaggio, Rafael o Tiziano.

Vitale llegaba a Versace el pasado abril para sustituir a la emblemática Donatella, hermana del fundador y responsable de la marca desde que este fue asesinado en 1997. Aterrizaba desde Miu Miu (y quizá su intelectualización venga en parte por haber trabajado junto a Miuccia Prada) poco antes de que se anunciara que el grupo Prada estaba interesado en adquirir Versace, hasta ahora propiedad de Capri Holdings. Para su estreno en este momento de incertidumbre, Vitale optó por explorar qué puede escandalizar hoy. El sexo, que siempre vende, sería una respuesta fácil. Pero a nadie provoca ya ese sexo que vende y que generalmente solo es una visión estetizada (y habitualmente misógina). La sexualidad que explora Vitale habla más de la experiencia en sí —sus modelos podrían venir de practicarlo— y no tanto de la versión mercantilizada. Algunos parecen salidos de campañas noventeras de Versus, la que fuera segunda línea de la casa. Otros heredan la estrategia de Miu Miu de presentar infinidad de prendas en cada pase, de las que cada seguidor podrá aspirar a comprar una distinta: el collar, el portallaves, la pitillera, la cazadora o el vestido. Esa propuesta anárquica, con mezclas de estampados o de periodos del archivo de la casa, sí escandaliza. Braguetas desabrochadas, cinturones abiertos o vestidos echados rápidamente por encima. Colores combinados con audacia y que dan lugar a un look inmediatamente reconocible, pero a la vez fácilmente replicable por las grandes cadenas.

El de Versace fue uno de los desfiles más racialmente diversos en una temporada que está dejando patente, de manera visual, la vuelta atrás en materia de representación. Con las políticas sobre diversidad perseguidas en Estados Unidos como sospechosas de antitrumpistas, el lujo europeo (que aún echa cuentas sobre el impacto que tendrán en sus cuentas los aranceles de aquel país) no quiere salirse demasiado de la senda marcada por los estadounidenses. Pese a ello, y aunque persisten algunos tics que pocos consiguen sacudirse (por ejemplo, las melenas afro tienden a recogerse en moños pulidos), ya es inviable presentar una colección exclusivamente con modelos rubias y blancas, como sí era la tónica hace un par de décadas. También se ha superado el edadismo y hoy muchas colecciones se presentan con alguna modelo de más de 40 años. Pero sucede todo lo contrario con la diversidad de tallas, que no solo ha desaparecido, sino que regresan a gran velocidad los cuerpos extradelgados de los noventa. Algo que sí debería escandalizar. Las modelos nunca llegaron a presumir de tallas grandes, pero cualquier amago de abrir el abanico quedó sepultado con el auge de medicamentos como Ozempic.

La regresión en los cuerpos no es el único terreno que han perdido las mujeres. De entre los cerca de 15 creativos que se estrenan estas semanas al frente de las grandes casas, Louise Trotter es la única mujer. Tras su breve paso por Carven, donde logró en tres temporadas recuperar la relevancia de la firma con su visión de la elegancia minimalista y práctica (algo que ya había hecho en Lacoste), presentó el sábado su primera colección en Bottega Veneta. La firma creada en el Véneto en 1966 no necesita logos para ser reconocida: es la casa del intrecciato, una forma específica de trenzar la piel que cumple 50 años. Los diseñadores de Bottega tienen por costumbre jugar con este tejido, encogerlo, ampliarlo, teñirlo de colores… Pero quizás ninguno había llegado tan lejos como Trotter en sus declinaciones. Lo ha utilizado en remates de gabardinas, en solapas de americanas, en cuellos de camisa, en cuellos exentos que se superponían a otros; en bufandas, cinturones, en tops acharolados y en faldas, e incluso en una túnica de los pies a la cabeza. Es interesante ver cómo los diseñadores interpretan los códigos de firmas con un legado sólido y logran introducir su propio universo sin romper del todo con las anteriores interpretaciones.

“El lenguaje de Bottega Veneta es el intrecciato. Y es una metáfora. Se trata de dos tiras que, al entrelazarse, se vuelven más resistentes: los dos componentes forman un conjunto más sólido”, explicaba Trotter en las notas del desfile. Quizás el intento de ceñirse a estos códigos fue demasiado literal, demasiado rígido, algo que en cierta forma se trasladó a las prendas a las que faltaba cierta ligereza, cierta despreocupación. Hubo también guiños a su predecesor, Matthieu Blazy (ahora en Chanel), como la serie de faldas multicolor con flecos de fibra de vidrio o en los pases de punto intrincado y voluminoso. Este continuismo también responde a que no es el momento de renovar una firma que, en el difícil momento que atraviesa el lujo, aún logra aumentar su facturación (un 4% en 2024). En todo caso, las aportaciones de Trotter —como los vestidos con escotes imperfectos, arrugados, abiertos en lugares inesperados— dejan entrever una voluntad de renovación que tiene más relación con la practicidad (todas las faldas tenían bolsillos), con la sutileza (esos zuecos cowboy monocolor) y con el laissez-faire que caracteriza la ropa de la diseñadora francesa que con su visión del intrecciato.

Para sortear el parón del sector, la moda tiene que rivalizar por la atención del consumidor. Pero conseguirla, en un mundo tan sobreestimulado, no es fácil. En el mediodía del sábado se la llevó toda el desfile de Dolce & Gabbana, que colocó en su primera fila a los personajes de El diablo viste de Prada, que se encuentran rodando la secuela de la película. La legendaria Miranda Priestly (Meryl Streep) y Nigel (Stanley Tucci) aparecieron por sorpresa unos momentos antes de que las modelos comenzaran a recorrer la pasarela, dando lugar a uno de los momentos más compartidos y divertidos de la semana.

Sobre la pasarela, los diseñadores celebraron una fiesta de pijamas buscando rebajar su propuesta, para sintonizar con la manera de expresarse de las generaciones más jóvenes. Estos, según han observado los creativos, renuncian a los estilismos pulidos y milimétricamente estudiados en favor de una improvisación (al menos aparente) que resulta en acabados caóticos pero siempre confortables. Los suyos no fueron ni metódicos ni totalmente anárquicos, con pijamas de rayas bordados con pedrería sobre sujetadores de encaje, americanas anchas sobre camisas pijameras y, a los pies, zapatillas planas de pelo o batines sobre saltos de cama que se lucen con un punto de insolencia. Se trataba de una continuación de la idea que ya exploraron el pasado mes de junio con el desfile de su línea de hombre, celebrado también en Milán.

En Ferragamo Maximilian Davis ha vuelto a recurrir a la belleza delicada, que una vez más bebe inspiración de los años veinte del pasado siglo, cuando se creó la marca. Su apuesta no es literal, él no quiere disfrazar a las mujeres de flappers, pero sí construye vestidos con tiro bajo y cortes al bies o decora con flecos faldas o fulares. Para ellos, el dandismo y los zoot suits del Renacimiento de Harlem de la misma época. “Fue un período en que las personas creaban espacios para sí mismas y se rebelaban contra las normas sociales”, contaba el diseñador en las notas del desfile.

Hay mucha sensualidad, pero siempre es sutil: encajes a la altura del abdomen, un tirante que se resbala por el hombro o blusas semitransparentes con estampado animal de colores de devoré en satén. El animal print está muy presente, pero en fórmulas inesperadas, como un par de vestidos de seda en los que, en vez de recurrir a los habituales felinos, Davis imprime el dibujo del cuerpo de una sepia. El punto de partida de la colección es precisamente una imagen de la actriz de cine mudo Lola Todd, vestida con estampado de leopardo en 1925. Un periodo en el que el ‘buen gusto’ y el ‘mal gusto’ iban relevándose a golpe de apropiación cultural: “Me interesaba cómo ciertos materiales, estampados y tejidos eran importados desde África y el Caribe hacia América y Europa para convertirse en símbolos de estatus”, añadía el diseñador que no obvia, un siglo después de la imagen de Todd, las condiciones complejas y los códigos visuales que moldean las estéticas contemporáneas.

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