Las mujeres hacen piña
El activismo, el cine, la música, la televisión… los colectivos femeninos han vuelto para quedarse.
Hace tres años, la a menudo ridiculizada –y no por ello menos copiada– sección de estilos de vida del New York Times publicó un artículo sobre cuatro guionistas de Hollywood que se hacían llamar ‘Fempire’, en plan imperio de féminas. Diablo Cody, la autora de Juno y Young Adult; Liz Meriwether, que está al frente de la serie New Girl; Dana Fox, creadora de Ben and Kate; y Lorene Scafaria, responsable de los guiones de Buscando un amigo para el fin del mundo y Nick y Norah, una noche de música y amor, eran amigas y residentes en Hollywood ...
Hace tres años, la a menudo ridiculizada –y no por ello menos copiada– sección de estilos de vida del New York Times publicó un artículo sobre cuatro guionistas de Hollywood que se hacían llamar ‘Fempire’, en plan imperio de féminas. Diablo Cody, la autora de Juno y Young Adult; Liz Meriwether, que está al frente de la serie New Girl; Dana Fox, creadora de Ben and Kate; y Lorene Scafaria, responsable de los guiones de Buscando un amigo para el fin del mundo y Nick y Norah, una noche de música y amor, eran amigas y residentes en Hollywood y se proponían socavar la dominación masculina del cine mainstream a base de apoyo mutuo, trabajo de lobby y excesivo consumo de espumosos.
De no haberse escrito ese artículo y las réplicas que le siguieron –las cuatro son jóvenes y guapas, así que el tema era un auténtico caramelo mediático–, su irónico nombre y hasta su pequeña célula de activismo cinéfilo hubiera quedado en un chiste privado, pero al hacerse público, les generó el clásico rechazo y otros muchos artículos que las ridiculizaban y se preguntaban sobre sus pretensiones. Tres años más tarde, y con carreras individuales afianzadas, les siguen preguntando por el tema. Ellas se defienden con una respuesta de lo más sencilla: «Fue una broma que se nos fue de las manos».
¿Qué ocurre? ¿Por qué cuando un grupo de mujeres se asocia libremente y crea un clan, osando incluso darse un nombre, el efecto es a la vez irresistible y, de alguna manera, tiene un punto repelente? Casi invariablemente –y no importa mucho de qué ámbito estemos hablando, si en el público o en la esfera cotidiana–, un grupo de mujeres atrae la atención y a la vez provoca recelos y suspicacias.
Lo corrobora Deborah Marín, que se dedica a organizar grupos exclusivamente femeninos a través de su Club de Señoritas, un ente de mujeres que se reúnen para realizar talleres y actividades, la mayoría relacionadas con las manualidades, el DIY y los viajes Craft and The City, abiertos solo a chicas: «Los grupos de mujeres son dianas fácilmente atacables, no sé si es por la envidia que pueden generar en otras mujeres que se sienten más solas, o si es debido a que el término ‘feminista’ siempre acaba pesando como una losa por todas las implicaciones que conlleva. O quizá porque, históricamente, los grupos de chicas en nuestro país eran las señoras que se sentaban en las puertas de las casas simplemente a cotorrear… Parece que solo pudiera suceder algo importante o interesante en un grupo mixto. El caso es que todo lo que sea de mujeres para mujeres levanta polvo, y mucho. Y da pena porque, en general, el polvo lo levantan otras mujeres».
Lena Dunham, Zosia Mamet, Jemima Kirke y Allison Williams dan vida a las cuatro amigas unidas contra todo pronóstico que protagonizan Girls, bautizada como la versión macarra de Sexo en Nueva York.
HBO
A pesar de este diagnóstico, los grupos femeninos están ahí y no paran de surgir por todas partes. En actividades como las que organiza Marín; en la música, a través de grupos como HAIM, The Black Belles, Vivian Girls y Dum Dum Girls; también en la tele, con pandillas como el exitoso cuarteto de la serie Girls(que emite HBO y Canal+); en el activismo feminista, revitalizado gracias a grupos que han atraído mucha atención, como las Femen o las Pussy Riot; y en películas como Despedida de soltera, que presenta a un grupo de amigas capaces de lo mejor y, sobre todo, de lo peor, o las próximas Foxfire y The Bling Ring. Estas dos últimas exploran, desde perspectivas muy distintas y en diferentes épocas, el universo de las girl gangs o bandas de pandilleras. En la película de Laurent Cantet, basada en un libro de Joyce Carol Oates, son jóvenes de clase trabajadora que viven en Nueva York en los años 50; y en la última de Sofia Coppola adoptan la forma de unas adolescentes ricas y obesionadas por la fama en Los Ángeles.
No todos los grupos de chicas quieren ser vistos como tales. Las Santa Rita son una banda de garage que sacará su primer disco, High on the Seas, en marzo, y cuyos miembros resultan ser mujeres. «Hubo un año en el que nos llamaban constantemente para participar en festivales de grupos de chicas y llegó un momento en que decidimos apartarnos de eso. No queríamos encasillarnos como girl band, con todo lo que eso conlleva. Lo importante es lo que hacemos o dejamos de hacer musicalmente hablando», cuenta la líder, Cecilia Díaz Betz.
Una vez más, ser chicas les ha supuesto un mayor foco de atención, pero también «más críticas y consejos paternalistas». Laura Sales, investigadora feminista y traductora, entiende «que se quiera escapar del encasillamiento que supone la etiqueta girl band porque suele tener un sentido peyorativo. Cuando se habla de literatura de mujeres, por ejemplo, lo que se quiere decir es que no es literatura de verdad».
Ella, por cierto, también acaba de fundar un grupo, en este caso en Internet, con otras autoras, de un blog llamado Señoras que escriben de música, y que surgió como respuesta al debate que había generado un polémico artículo que firmaron conjuntamente sobre «el machismo gafapastas» en el mundo del indie.
Aunque prefieren apearse de «según qué proclamas», las Santa Rita reconocen el legado de las Riot Grrrls, las bandas de chicas de los noventa como Bikini Kill, Hole o Sleater Keaney, que hoy reivindican y fascinan a adolescentes como Tavi Gevinson –quien intenta aplicar su ethos y su propio estilo en su revista, Rookie, también auspiciada por un grupo de chicas– . Sara Marcus vivió el movimiento desde dentro y es una de sus biógrafas oficiales. Lo que cuenta en su libro Girls to the Front: the Real Story of the Riot Grrrl Revolution tiene que ver con la música y con un lugar y un momento (Washington y Olympia en los 90), pero en realidad es extrapolable a cualquier experiencia de colectivos femeninos.
Ekaterina Mukhina, Elena Perminova, Natalia Vodianova, Ulyana Sergeenko, Vika Gazinskaya, Miroslava Duma.
Cordon Press
A Marcus le gusta subrayar el ambiente de solidaridad casi preadolescente que caracterizó los inicios del movimiento: «Mucha de la importancia de las Riot Grrrls tenía que ver con romper el aislamiento que se siente cuando uno piensa que nadie a su alrededor le entiende. En ese momento, aquellas chicas dijeron: ‘‘¿Sabes qué? No tienes que hacer esto sola. Hay otra gente que te apoya y te inspira’’. Mucha de esta solidaridad se daba de manera presencial, en reuniones y conferencias, pero también en la distancia, haciendo fanzines y redes de cartas en aquellos días pre-Internet. Formar bandas era la consecuencia natural».
Los grupos de chicas, riot o no riot, tienen un largo historial de peleas internas y divismos, que van de las Supremes a las Destiny’s Child. En estos dos casos, con Diana Ross y Beyoncé en el papel de villanas que no llevan bien compartir protagonismo. O de intérpretes extradotadas a las que un grupo se les queda estrecho, según se mire. Por lo demás, nada que no ocurra en los grupos de hombres, pero que suele magnificarse si las protagonistas son solo ellas.
Rosalyn George, investigadora y pedagoga en la Universidad de Londres, ha dedicado varios estudios a las dinámicas de grupo entre niñas y preadolescentes. George cree que debería darse más importancia a esas clásicas situaciones ‘de exclusión’ que se dan cuando la líder de un grupo y sus acólitas deciden, por ejemplo, aislar a un miembro más débil. «A los niños se les valora por ser asertivos y competitivos, mientras que de las niñas se espera que les guste relacionarse y que antepongan las necesidades de otros a las propias –explica George–. Esto hace que los niños tengan permiso para meterse en enfrentamientos verbales y físicos, una oportunidad que, en general, las niñas no tienen a su alcance». A la larga eso lleva a los famosos grupúsculos, al aislamiento y al cotilleo interno. Y aunque los estudios de George se circunscriben a niñas, acostumbramos a ver este comportamiento repetido entre adultas, tanto en la vida real («somos de juicio fácil, decidimos rápidamente si alguien nos gusta o no, hacemos grupitos dentro de los grupos y comentamos a espaldas de los demás», admite Deborah Marín) como en la ficción, de Damiselas en apuros a Girls.
En la película de Whit Stillman, la chica diferente se debate entre asimilarse a su nueva pandilla, por excéntricas que sean sus integrantes, o mantener su independencia. La serie de Lena Dunham, por su parte, se ha celebrado como un retrato realista de la amistad femenina que, en el mundo de Dunham, incluye dormir abrazada a tu amiga heterosexual, pero también generarle inseguridades sobre su peso. Vaya, llamarla gorda.
Los grupos de niñas que describe George siempre tienen una líder, una abeja reina –como Rachel McAdams en Mean Girls, que, por cierto, está a punto de tener una adaptación teatral–, y esta suele ser la chica «más socialmente dotada, más elocuente y con mejor expediente académico de la clase, con capacidad para manipular las situaciones y poner de su lado a los adultos que están a cargo». Esas abejas reinas, asegura la catedrática, raramente mantienen su liderazgo al pasar, por ejemplo, a la escuela secundaria. En cambio, las niñas que han sufrido aislamiento «saben leer mejor las situaciones sociales y mantenerse alejadas de amigas que pueden hacerles infelices». ¿La venganza de las nerds?
No todos los grupos femeninos, por supuesto, reproducen ese comportamiento en la edad adulta, a pesar de lo que diga el estereotipo. «En mi grupo de amigas no existen cosas tan americanas y adolescentes, somos un poco mayores para eso», dice Ana S. Pareja, editora treintañera de Alpha Decay, que sí admite ser miembro de una peligrosa célula de editoras, escritoras y periodistas. «Creo que la única dinámica de grupo que existe es la de volcarse más en una misma o en hacerlo en otra, al más puro estilo manada, dependiendo de las necesidades puntuales de cada una. Y sí que existe, aunque sea muy matizado, un ligero orgullo de pertenencia al grupo y cierta excitación relacionada con el secretismo. En realidad, eso nos lleva a actuar de manera fingidamente gregaria para alimentar la identidad del grupo de una forma lúdica, por diversión». Pareja se ha mudado recientemente de Barcelona a Berlín, y está viviendo algo que parece tan complicado pasada la etapa de la adolescencia: crearse un nuevo grupo de amigas. «Es como un proceso amoroso casi, con las inseguridades del principio, pensar que el otro no siente lo mismo que tú… Ahora estoy en esa fase de dudas y desvelos con tres nuevas amigas, de fascinación y descubrimiento, y es fantástico», añade.