James Blake o la necesidad de derrocar el estigma de ‘hombre triste’
Tras el lanzamiento de su tema Don’t Miss It, el músico británico ha protagonizado varios titulares que lo vuelven a tachar de ‘chico triste’. Su respuesta en forma de alegato contra los comentarios que fomentan un modelo de masculinidad tóxica se ha hecho viral.
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Un hombre hablando o mostrando sus sentimientos no es la escena habitual. Todo lo contrario. Imágenes recientes como las de Pablo Iglesias llorando en público tras leer los supuestos testimonios de las víctimas de tortura del inspector González Pacheco (‘Billy el Niño’) en el Congreso generan una discusión paralela que tiene más que ver con la burla o la sorpresa. Rompen el relato habitual de la masculinidad y a menudo son subrayadas o calificadas despectivamente como femeninas o infantiles. Pero, ¿hasta cuándo? El artista británico James Blake ha estallado contra esto tras los titulares que ha generado el estreno de su nueva canción (Don’t Miss It) en medios musicales como Pitchfork, entre los que la etiqueta ‘chico triste’ para referirse a él sigue siendo una constante. Su alegato en Twitter contra esta costumbre de catalogar así a los hombres que muestran sus emociones ya acumula más de 13.000 retuits.
«Estoy abrumado por la buena recepción que ha tenido Don’t Miss It, sin embargo, no puedo evitar darme cuenta de que cada vez que hablo de mis sentimientos en una canción, las palabras ‘chico triste’ se usan para describirla. Siempre he considerado que esta expresión, que se utiliza para describir a los hombres que hablan abiertamente de sus sentimientos, es insana y problemática. El simple hecho de ponerle una etiqueta, cuando jamás cuestionamos a las mujeres que hablan sobre las cosas por las que pasan, contribuye a la históricamente desastrosa estigmatización de los hombres que se expresan emocionalmente”, escribía.
Cuestionamientos sobre la mujer aparte, la costumbre de silenciar los sentimientos masculinos es una realidad. Para el antropólogo especializado en género Ritxar Bacete, autor de Nuevos hombres buenos: La masculinidad en la era del feminismo (Ediciones Península), esa negación de las emociones ha sido «uno de los elementos clave sobre los que se ha construido la masculinidad», cuenta a S Moda. La «anestesia emocional» que también señalaba Sergio Sinay en La masculinidad tóxica (Ediciones B) y que los datos respaldan. La dificultad de ellos para expresar sus problemas en la consulta del médico (más aún si son doctores y no doctoras) es uno de los factores que contribuyen a que la mortalidad de los hombres llegue antes que la de las mujeres, analiza la Dra. Marianne J. Legato en ‘¿Por qué los hombres mueren antes?’ (Ed. Urbano). Incluso en el plano virtual, los hombres son menos dados a la lágrima, según el estudio de Brandwatch en 2017 que mostraba cómo en Twitter los hombres utilizan menos los ‘emoji’ con lágrima que las mujeres (ellos usan el 38,3% frente a los 61,7% de ellas).
Estos patrones acarrean consecuencias. Como el propio James Blake continuaba en su escrito: «Ya vivimos en una epidemia de depresión masculina y suicidio -la investigación de Samaritans en Reino Unido, de donde el cantante es natural, recoge que el 75% de las personas que deciden acabar con su vida son hombres-. No necesitamos más pruebas de que hemos dañado a los hombres cuestionando su necesidad de ser vulnerables y abiertos. Hablar de lo que te preocupa solo puede ser bueno (…) No existe victoria para el machismo y la fanfarronería. El camino a la salud mental y a la felicidad se allana con honestidad. He visto a demasiados amigos ahogarse en esto, y yo casi me ahogo también al guardármelo todo por miedo a que se me viera débil o blando. Ahora veo la gran fortaleza y el beneficio que existe en abrirse emocionalmente para todos aquellos a tu alrededor».
«Poner sobre la mesa las emociones es ejemplo de todo lo contrario, de fortaleza», apunta Ritxar Bacete. «Lo que dice Blake es positivo porque nos humaniza y nos libera. La tendencia en la masculinidad clásica ha sido eliminar la vulnerabilidad, la humanidad. Hombre es aquel que conecta con sus emociones, que son tan auténticas y necesarias para una buena vida como la respiración». El paso adelante de Blake ha sido aplaudido por otros compañeros artistas, como Anne-Marie y Olly Alexander (Years & Years), que además de alabarlo y reconocer el estigma en Newsbeat, ha contado recientemente cómo al comienzo de su carrera le recomendaban esconder su sexualidad: “Siempre me van a encasillar como el cantante gay”. Otro ejemplo de hegemonía heteropatriarcal.
Cantaba Robert Smith (The Cure) en los 80 que las lágrimas mejor escondidas porque «los chicos no lloran«, pero en los últimos años han empezado a aparecer nuevos referentes que se quieren desmarcar de esta idea. De nuevo, el ejemplo de Pablo Iglesias (esta no ha sido su primera vez llorando en público) o Justin Trudeau. El primer ministro canadiense, además de expreso aliado feminista, se ha convertido en modelo de esta nueva masculinidad y ha dejado aflorar su emoción en diferentes ocasiones como su encuentro con el refugiado sirio Vanig Garabedian, tras la muerte del cantante Gord Downie o disculpándose en público en nombre de su país con la comunidad LGTBI+. Para Bacete, otro gran ejemplo de esos hombres que están cambiando el modelo es Ziauddin Yousafzai, el padre e inspiración reconocida de la Nobel de la Paz Malala Yousafzai, que luchó por los derechos de su hija antes de que esta hiciera lo propio por la educación de las niñas pakistaníes.
Además de la apertura emocional libre de estigmas que reclama James Blake, la nueva masculinidad busca despojarse de otros factores que le son intrínsecos, como la violencia -Ritxar Bacete explica que esta solo se entiende con la «desconexión emocional»- o roles como el del hombre trabajador y la mujer cuidadora. Deconstruir lo masculino y femenino es complementario, pero a los hombres les toca también mirarse el ombligo y reconocer que en este sistema siguen siendo la parte beneficiada. «El feminismo está para liberarnos, cuestionarnos y ver qué podemos hacer para vivir la vida mejor. Es cuestión de reubicar los privilegios», apunta Bacete.