Jaggers, peluches y lencería: la vida secreta de los modelos
La fotógrafa Hadley Hudson retrata a los modelos en sus casas y descubre un mundo infantil y vulnerable.
Todo empezó en una sesión de fotos para el Playboy francés. Era 2007 y la fotógrafa Hadley Hudson, californiana establecida en Alemania, disparaba a la modelo Raquel Nave. “Por entonces, yo estaba haciendo mucha fotografía de moda pero me sentía estancada”, explica Hudson. “Me fascinaban las modelos pero a la vez sentía que estaba atrapada por las máscaras que llevan. La máscara de ser sexualmente inalcanzables, la máscara de seducción, de su rollo cool…. Claro que veía que estaban haciendo su trabajo, o interpretando lo que creían que quería el cliente, pero al final todo me...
Todo empezó en una sesión de fotos para el Playboy francés. Era 2007 y la fotógrafa Hadley Hudson, californiana establecida en Alemania, disparaba a la modelo Raquel Nave. “Por entonces, yo estaba haciendo mucha fotografía de moda pero me sentía estancada”, explica Hudson. “Me fascinaban las modelos pero a la vez sentía que estaba atrapada por las máscaras que llevan. La máscara de ser sexualmente inalcanzables, la máscara de seducción, de su rollo cool…. Claro que veía que estaban haciendo su trabajo, o interpretando lo que creían que quería el cliente, pero al final todo me parecía desmotivador, no podía llegar a la persona”. Pero ese día, algo cambió. “Raquel tenía 20 años entonces y una cualidad difícil de describir. Ella estaba desnuda delante de mi pero un lienzo en blanco o una pantalla para proyectar deseo sino una mujer joven completamente presente que quería que la viesen tal y como es. Me intrigó mucho y cuando me invitó a su piso de París, le pregunté si podía fotografiarla allí”. La foto que salió de esa sesión espontánea casa de Nave es la que aparece en la portada del libro Persona: Models at home (Hatje Cantz), el libro que recoge 80 de las fotos que Hudson hace de modelos en sus propias casas y que ha ido publicando en el diario Die Zeit.
Desde aquel día en París, la fotógrafa ha retratado a más de 100 jóvenes modelos, chicos y chicas, en sus casas de Nueva York, Berlín, Londres, Múnich y Viena. Nunca les sugirió cómo posar o cómo vestirse, sino que dejó que ellos, que normalmente obedecen al fotógrafo, al estilista o al director creativo, mandasen. Algunos aparecen haciendo miradas lascivas en la cama, otros tirados en un sofá desastrado en sus casas repletas de restos de patatas fritas, botellas de Jägermeister y polvos de proteína; unos posan en ropa interior y otros abrazados a las mantas que conservan desde bebés.
A pesar de conocer desde dentro el mundo de la moda, antes de iniciar esta serie Hudson tenía unas ideas preconcebidas sobre los modelos similares a las que puede tener cualquiera. “No se por qué pensaba que sus casas irían a juego con su apariencia. Enseguida descubrí que muchos de ellos viven con sus padres o en apartamentos de modelos, o donde sea que pueden dejar su maleta para pasar la noche”, explica. En la década que lleva fotografiando a modelos, algunos muy emergentes y otros medianamente consagrados, se ha encontrado con algunas constantes en esos espacios: “Muchos eran adolescentes cuando les fotografié y hay una estética muy teen en las imágenes, lo que para mí significa caos pero también muchas posibilidades. Me sorprendió cuántos muñecos de peluche, dibujos animados y objetos de la infancia vi en esas habitaciones”. Aunque algunos de estos chicos y chicas lograrían en breve ganar mucho dinero con sus campañas, la realidad del maniquí incipiente se parece más a la de un estudiante o un trabajador precario que a la de una estrella. “Las sesiones más interesantes –explica Hudson– las hicimos en apartamentos en lo más profundo de Brooklyn o Queens. Eran quizá las condiciones menos glamourosas que uno pueda imaginarse, apartamentos dilapidados, hechos polvo y reconvertidos en una casa para 20 personas. A veces te encuentras con seis u ocho literas en una habitación. Les pedía a los modelos que me enseñasen su rincón del piso y generalmente consistía en una maleta y unos cuantos recuerdos de casa, como muñecos de peluche y camisetas deportivas”.
En otras ocasiones, los modelos siguen viviendo con sus padres y eso también dio para algunas fotos interesantes. “Una de mis fotos favoritas es la de un chico llamado Adrien, de París. Vivía con su madre en la banlieue en ese momento. El apartamento era hiperfemenino, todo flores, tapetes, y muebles de falso estilo Luis XIV. Al llegar a su habitación, me chocó cómo había conseguido reflejar allí su joven mascuinidad, con su póster de James Dean en Rebelde sin causa, sus fotos de The Clash y los Sex Pistols. Lo encontré muy conmovedor”.
Las fotos de Persona –un concepto extraído del psicoanálisis jungiano– recuerdan a las imágenes que se toman a veces de jóvenes futbolistas en sus primeras casas, cuando les fichan en ligas extranjeras. El entorno ahí es más lujoso, enormes chalets pintados de blanco alquilados por el club, vacíos excepto por un enorme sofá y una Play Station, pero la sensación que transmiten es similar, de extraña vulnerabilidad y de niños trasplantados demasiado rápido a un mundo adulto. “Muchos de los modelos que fotografié –abunda Hudson– eran muy jóvenes, luchando lejos de casa y tratando de triunfar en una industria superficial y salvaje. Hubo excepciones, pero sobre todo me sorprendió su vulnerabilidad y cómo esta gente tenía todavía un pie en la infancia. Irónicamente, son las caras o los embajadores de marca de un estilo de vida muy caro y muy adulto que muy pocos de ellos se pueden permitir”.