Opinión

«¡Estás estupenda!»: manifiesto contra los piropos que en realidad son insultos

«Y es que existimos porque somos miradas. Existimos para ser miradas. Agradar es la principal función que tienen las mujeres en la sociedad patriarcal».

La actriz Joan Collins.Getty Images

Hay una frase que, de verdad, confirma tu entrada en cierta edad: «¡Estás estupenda!». Quien la escuchó, lo sabe. «Estás estupenda», nos dicen cuando hace mucho que no nos ven, después de un disgusto amoroso o tras una crisis existencial por la edad cuando –como en el poema– una se da cuenta que la vida va en serio. Enunciamos ese «estás estupenda» desde el amor, el cariño y, quizá, también con algo de envidia y recelo. Lo escuchamos aliviadas. De lo que no somos tan conscientes es de que detrás de esa inocente frase que pretende halagar y animar a nuestras amigas está todo el peso de las idea...

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Hay una frase que, de verdad, confirma tu entrada en cierta edad: «¡Estás estupenda!». Quien la escuchó, lo sabe. «Estás estupenda», nos dicen cuando hace mucho que no nos ven, después de un disgusto amoroso o tras una crisis existencial por la edad cuando –como en el poema– una se da cuenta que la vida va en serio. Enunciamos ese «estás estupenda» desde el amor, el cariño y, quizá, también con algo de envidia y recelo. Lo escuchamos aliviadas. De lo que no somos tan conscientes es de que detrás de esa inocente frase que pretende halagar y animar a nuestras amigas está todo el peso de las ideas que sustentan el patriarcado.

Con ese cariñoso «estás estupenda» decimos estás envejeciendo pero -¡todavía!– eres sexy, guapa, atractiva. «Estás estupenda» significa siempre parecer más joven, aparentar menos edad de la que se tiene porque, sea la que sea, nunca eres lo suficientemente joven. Las mujeres, por lo que sea, cuanto más jóvenes, más atractivas. Con los años adquirimos experiencia, arrugas, conocimiento y la fuerza de la gravedad hace su trabajo con nuestras tetas…y eso no gusta. En las mujeres lo maduro no es atractivo. El mandato social es parecer más joven. Darlo todo en esa carrera inútil que es tratar de vivir sin envejecer. Se ha dejado, se ha abandonado, decimos cuando las mujeres descuidan sus quehaceres con la belleza, engordan, no se maquillan, tienen canas o le salen patas de gallo. Ojalá las mujeres utilizáramos ese dejarse y abandonarse a una misma cuando decidimos que es demasiado tarde para aprender italiano o dejamos las clases de dibujo, por ejemplo. Ojalá usar esa idea de abandonarse a una misma cuando nos perdemos en relaciones en las que nuestras necesidades y deseos son secundarios o ignorados. Ojalá, pero no. Vivimos en una sociedad en la que las mujeres se abandonan a sí mismas cuando descuidan su apariencia física.

Y es que existimos porque somos miradas. Existimos para ser miradas. Agradar es la principal función que tienen las mujeres en la sociedad patriarcal.  Somos educadas en la obligación de gustar, de no molestar, de encajar en los deseos de otros. Se espera de nosotras que estemos sonrientes, amables por no decir dóciles, delgadas por no decir a dieta. Estar guapa es un camino extenuante porque no tiene fin. Nunca se alcanza la tarea, siempre aparece algo nuevo que mejorar. Más que una apariencia que podamos alcanzar, estar guapas es una conducta que marca una forma de estar en el mundo: siempre insatisfechas, inseguras y en competición. Subordinadas bajo una mirada externa. Preocupadas por no ser suficiente mientras los problemas de autoestima consumen nuestro dinero, energía y alegría. Queremos estar guapas para encajar, para poder ser deseadas. Porque «estás estupenda» significa, sobre todo, que eres deseable para tu edad. Es un mensaje sobre nuestra posición y oportunidad –todavía– en el mercado del amor. Da igual la edad que se tenga, a las mujeres nos hacen creer que siempre vamos tarde.

Podría seguir escribiendo sobre el mito de la belleza y el mito del amor romántico desde ese espacio más cómodo y menos personal que me ofrece la teoría. Podría seguir escribiendo este texto como si a mí no me interpelara, como si yo no hubiera dicho nunca «¡Estás estupenda!», como si a mí no me preocuparan los kilos y las arrugas. Pero no es así. Tengo toda esta teoría feminista en la cabeza y el espejo me devuelve las mismas preocupaciones que todas las mujeres. Así de profundo anida el patriarcado. Ahora qué hacemos. Las feministas deberíamos pensar en estrategias desde la honestidad y con inteligencia. Desde la honestidad, porque podemos soltarnos a nosotras mismas la turra de lo poco que nos interesa el amor romántico, que ahí estarán nuestras horas en terapia para desmontarlo. Con inteligencia, porque el patriarcado es lo suficientemente hábil para hacernos creer que elegimos aquello que nos oprime. No debemos subestimar la capacidad de sistema que nos hace rivalizar para ver quien representa mejor nuestra propia dominación. A semejante desafío solo puedo imaginar una respuesta colectiva. Y con colectiva me refiero a todas las mujeres juntas, diferentes generaciones pactando, conscientes que tarde o temprano (y con suerte, porque la alternativa es estar en el cementerio) seremos ese cuerpo que no es mirado.

Vivir una vida feminista es una tarea agotadora y llena de contradicciones. ¿Tenemos credibilidad hablando de opresión con rostros rellenos de bótox? ¿Nuestros labios pinchados con ácido hialurónico cada seis meses pueden hablar con coherencia de libertad? Necesitamos pensar juntas y con urgencia estrategias que nos permitan envejecer con alegría, sin ansiedad y tener éxito. Poder ser miradas con todo lo que trae la edad, que no es otra cosa que el tiempo que hemos vivido. Estrategias que nos permitan ser viejas, parecerlo y ser visibles, no desaparecer. Desde la generosidad intergeneracional, pero también por interés personal, ninguna mujer debería aceptar un sistema donde la experiencia, el poder y el aspecto que dan los años reste valor social a las mujeres. Porque para observar el fracaso de cada una solo hace falta esperar.

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