Marisa Paredes: «Yo era la hija de la portera, pero tenía una dignidad que me hacía sentir la mejor»
El Goya de Honor 2018 ya pertenece a la actriz madrileña, genio y figura.
Cuando Marisa Paredes tenía 7 años veía cada día a los niños de su edificio dar clase de piano e ir a estudiar a buenos colegios, con sus nanis. Vivía entonces en la plaza de Santa Ana de Madrid. «Sí señor, yo era la hija de la portera», dice orgullosa. «Madrid no era gris. Era gris rata». También veía a los actores, del que hoy es el Teatro Español, entrar y salir: «Sabía que ahí pasaban cosas: el color, la libertad, la alegría. La posibilidad de escapar de la horrorosa realidad. Y yo quería eso: convertirme en una mujer fantástica con todas las posibilidades...
Cuando Marisa Paredes tenía 7 años veía cada día a los niños de su edificio dar clase de piano e ir a estudiar a buenos colegios, con sus nanis. Vivía entonces en la plaza de Santa Ana de Madrid. «Sí señor, yo era la hija de la portera», dice orgullosa. «Madrid no era gris. Era gris rata». También veía a los actores, del que hoy es el Teatro Español, entrar y salir: «Sabía que ahí pasaban cosas: el color, la libertad, la alegría. La posibilidad de escapar de la horrorosa realidad. Y yo quería eso: convertirme en una mujer fantástica con todas las posibilidades».
Hoy, la actriz, Premio Nacional de Cinematografía (1996) y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2007), acaba de recibir la Espiga de Honor en la Seminci de Valladolid y el Goya de Honor 2018 que la Academia de Cine le entregará en febrero: «Un premio da alegría, pero los de la profesión pertenecen a los equipos. Yo debuté a los 15 años en el Teatro de la Comedia con Conchita Montes. Tendría que haberlo hecho muy mal para no ganar uno. Aunque sé que lo hago bien, vaya…».
Lectora compulsiva («y meditativa»), se gastó su primer sueldo en La peste, de Camus. Marisa Paredes quería estudiar leyes, «pero a los 11 años tuve que empezar a llevar dinero a casa». Entre otras cosas, fue asistente y modelo improvisada para las clientas del taller de un modisto. «Ahí despertó mi gusto por la estética. Comprendí que la elegancia es algo interno. Yo he tenido mucha dignidad. Era la hija de la portera, pero tenía como una rabia que me hacía más alta, más delgada y más mona que nadie…». Y se escapó. «Soy actriz por llevarle la contraria a la vida».
Ve a las mujeres como seres aventajados. «Las de mi generación elegimos nuestra libertad; todas las leyes estaban en nuestra contra». Por eso le gustan las personas contestatarias. «Hay que exigir los derechos. Protestarlos». Confiesa que se ha sentido bien querida: «En los hombres, he buscado la inteligencia porque da la capacidad de escuchar, entender, enriquecerse con el otro. Después, el sentido del humor. Y si, además, tu pareja es bella, pues mucho mejor, ¿no?», sonríe.
La curiosidad y la libertad son sus tesoros irrenunciables, «mi esencia». Y sigue siendo de izquierdas, «de los que piensan que el bien tiene que ser para todos por igual, de los que defienden la cultura para remover conciencias». ¿Sueños? Cumplidos los 71, se resiste a renunciar a tener un piano: «Ahora no me cabe en casa. Pero ya me lo compraré cuando sea mayor…».