La ‘stripper’ que estafó a Wall Street: «Lo hice porque eran hombres con dinero que no respetaban a las mujeres»
Hablamos en exclusiva con Roselyn Keo, la bailarina que inspiró el filme ‘Estafadoras de Wall Street’, uno de los mayores éxitos cinematográficos del año protagonizado por Jennifer Lopez. Sin spoilers.
Mucho ha cambiado la vida de Roselyn Keo en los últimos diez años. Mientras que en 2009 malvivía sobre la tarima de clubes de Nueva York semivacíos debido a los efectos de la crisis económica, hoy posa cual estrella de cine en la alfombra roja y acude como invitada al programa de Jimmy Fallon. Calificada como una “Robin Hood moderna” y chafando cualquier prejuicio, en sus respuestas a S Moda hace gala de una templanza y sensatez solo achacables a un político de cualquier otro tiempo diferente al actu...
Mucho ha cambiado la vida de Roselyn Keo en los últimos diez años. Mientras que en 2009 malvivía sobre la tarima de clubes de Nueva York semivacíos debido a los efectos de la crisis económica, hoy posa cual estrella de cine en la alfombra roja y acude como invitada al programa de Jimmy Fallon. Calificada como una “Robin Hood moderna” y chafando cualquier prejuicio, en sus respuestas a S Moda hace gala de una templanza y sensatez solo achacables a un político de cualquier otro tiempo diferente al actual. El motivo de su repercusión informativa es el estreno en salas del filme Estafadoras de Wall Street, uno de los mayores éxitos de crítica y público del curso cinematográfico, que se basa en los crímenes que ella misma quiso hacer públicos. Las intérpretes Constance Wu y Jennifer Lopez (que suena para el Oscar) dan vida a Keo y a su cómplice Samantha, respectivamente, como lideresas del grupo de strippers que drogaron contra su voluntad y robaron cantidades astronómicas a algunos de los hombres más ricos de Estados Unidos. Esta es su historia.
“Antes de juzgarme déjame decir que mi única motivación era la de cuidar de mi familia”. A sus 34 años, Roselyn Keo (Destiny en el filme) se siente “bendecida” por tener la oportunidad de ver crecer a su hija y ejercer como una ama de casa corriente. En 2016 fue condenada a cinco años de libertad condicional, logrando así evitar la cárcel tras llegar a un acuerdo con la fiscalía, y dice haber aprovechado este tiempo para reconciliarse con sus remordimientos y aprender de los errores. Lo ha hecho a través de un libro, The sophisticated hustler, que podría traducirse como La estafadora sofisticada aunque no existe una palabra exacta en castellano para referirse al término callejero hustler, que daba también nombre al club de Manhattan en el que trabajaba. Una experiencia catártica con la intención de corregir y completar los hechos contados en la gran pantalla y, de paso, subirse a un carro mediático que podría llegar hasta la mismísima alfombra roja de los próximos premios Oscar si tenemos en consideración el entusiasmo unánime de la crítica.
“Visto en retrospectiva, por supuesto que mis acciones albergaban odio, tenía deseo de venganza. Cuando escuché la frase ‘la gente herida hiere a la gente’, me identifiqué por completo”
Su historia criminal comenzó en 2008, cuando la crisis financiera causaba estragos en Wall Street. Los clubes de striptease de moda se habían convertido en ciudades fantasma y cualquier bailarina de barra que antes presumía de lluvía de billetes en cada actuación ahora estaba dispuesta a realizar favores sexuales por apenas 40 euros. “Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas”, sostiene Keo, que decidió aliarse con una de las strippers más veteranas y bien conectadas de la ciudad, Samantha Foxx (Ramona en la película, nada que ver con la cantante), para llevar a cabo un sistema delictivo basado en la seducción. “Nos convertimos en un dream team, como Kobe Bryant y Shaquille O’Neal en los Lakers. Aunque teníamos algunas diferencias en la pista, juntas ganábamos campeonatos”.
Una de las chicas ‘cazaba’ a la víctima en cuestión en algún restaurante o bar de hotel entre las 5 y las 9 de la tarde, hora del after work. Debían fijarse en su reloj, zapatos y tarjeta de crédito para discriminar los peces gordos de los turistas o empleados rasos. El resto del grupo, unas cuatro chicas más, se unía después a la cita y, una vez que la presa estaba lo suficientemente ebria, sugerían continuar con la fiesta en un club de striptease. Una vez allí, y contra su voluntad, le suministraban una mezcla de ketamina, cocaína y MDMA para poder exprimirle la tarjeta de crédito sin oposición alguna. Si Samantha podría ser considerada como la consejera delegada de esta hipotética empresa delictiva, Keo era la directora financiera, llevando a cabo el registro de todos los ‘clientes’ y sus consiguientes desfalcos. Semanalmente se repartían botines por valor de cientos de miles de euros.
Las víctimas solían callar por temor a que sus familias se enterasen de sus escapadas recreativas o que la atención de la prensa pusiera en peligro su posición privilegiada. Los que hablaban se topaban con el escepticismo de una policía que, sin pruebas materiales, achacaba la llamada al sentimiento de culpa de quien quizá se habría corrido una juerga legendaria la noche anterior. Una vez que la confesión grabada de una de las chicas involucradas destapó la estafa, los agentes antidroga explicaron que tuvieron problemas para encontrar denunciantes porque estos “se sentían avergonzados por haber sido timados por mujeres”. Keo confesó toda la historia a la periodista Jessica Pressler, del New York Magazine, cuyo artículo inspiró el filme que ha recaudado más de 130 millones de euros en todo el mundo.
El éxito de Estafadoras de Wall Street reside en buena parte en la identificación del espectador con un grupo de mujeres que en pleno epicentro del sistema financiero que había quebrado el estado del bienestar, trataba de devolvérsela a sus responsables. En la era del #MeToo, su acción criminal es vista como un gesto de empoderamiento y justicia social y su responsable sigue asegurando que calificar a estos hombres de víctimas inocentes es ridículo. Ocho de cada diez trabajadoras de clubs de striptease son víctimas de agresiones sexuales y esta hija de refugiados camboyanos, que creció en un pueblo al norte de Nueva York, no es ajena a la estadística. “Justificaba lo que estaba haciendo porque me había asegurado de que las víctimas tenían dinero y sus faltas de respeto hacia las mujeres solo reforzaban mi convicción”, confiesa a S Moda la bailarina, que se subió por primera vez a una tarima siendo menor de edad.
“A mi yo con dieciséis años le aconsejaría que no permita que el glamour y el dinero se metan en su cabeza. Esas cosas duran poco, mientras que una educación, una carrera y una familia se mantienen en el largo plazo. Comprométete contigo misma y ciñete a eso”.
Keo no tiene ya ningún tipo de contacto con las involucradas en el esquema criminal, ni siquiera a raíz de la adaptación cinematográfica de su historia. Dice haber vuelto a encontrar la felicidad gracias a su hija, mientras lucha a diario por mantener a raya un trastorno bipolar que le diagnosticaron hace años y que combate con extenuantes sesiones de ejercicio. El éxito de la película la ha llevado hasta el festival de cine de Toronto y, quién sabe, si lo hará también hasta el Dolby Theatre en la noche del próximo 10 de febrero. Se confiesa fan de Jennifer Lopez y acudió invitada por ella misma a uno de los conciertos de la gira que la estrella del Bronx ofreció el pasado verano. “Siempre ha sido dulce y divertida conmigo. Creo que es maravilloso que su nombre suene para los Oscar y, si la nominan, yo apuesto por ella”, explica.
Aunque está convencida de que la verdadera Roselyn es menos tímida y callada que su alter ego en la ficción, por lo general, se muestra muy satisfecha con el resultado del filme. Estafadoras de Wall Street es una de las primeras películas comerciales que muestra cómo funciona desde dentro la industria nocturna y sexual, desde la dinámica del negocio en sí mismo al tipo de relaciones que se fraguan entre sus componentes. “Estoy convencida de que, gracias a las puertas que ha abierto esta película, otras mujeres como yo tendrán la oportunidad de contar su propia verdad”, concluye Keo, no sin antes volver a incidir en el resquicio positivo de sus punibles actos: “Y eso es una bendición… aunque haya llegado de una forma tan poco convencional”.