Donald Trump o la nueva apología de la comida basura

Alejándose del legado saludable de Michelle Obama, el presidente ha perjudicado al negocio del aguacate y ha elogiado la alimentación con grasas saturadas.

Getty (WireImage for Hill & Knowlton)

En el primer día de su presidencia, Donald Trump se cargó de un plumazo todos los avances en materia sanitaria de la era Obama. Y el National Mall de Washington estaba más vacío que cuando llegó su predecesor a la Casa Blanca y los medios que cubrían su investidura lo contaban y la Marcha de las Mujeres se alzó en protesta a sus políticas. Y vio Trump que la libertad de prensa y la de manifestación no eran buenas. Luego dijo Trump: haya un muro en medio de Estados Unidos y México y separe la tierra de la tierra. Y firmó el decreto y lo llamó “restablecer el imperio de la ley”. Dijo también Tru...

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En el primer día de su presidencia, Donald Trump se cargó de un plumazo todos los avances en materia sanitaria de la era Obama. Y el National Mall de Washington estaba más vacío que cuando llegó su predecesor a la Casa Blanca y los medios que cubrían su investidura lo contaban y la Marcha de las Mujeres se alzó en protesta a sus políticas. Y vio Trump que la libertad de prensa y la de manifestación no eran buenas. Luego dijo Trump: haya un muro en medio de Estados Unidos y México y separe la tierra de la tierra. Y firmó el decreto y lo llamó “restablecer el imperio de la ley”. Dijo también Trump que Estados Unidos saliese del acuerdo Transpacífico. Y fue así. Pero Trump no dio por acabada su obra al séptimo día y se dedicó, por fin, a reposar. De hacerlo, no hubiera vetado, al octavo día de su mandato, la entrada en EEUU a inmigrantes y refugiados de varios países musulmanes. El génesis de un nuevo orden mundial, según Trump, continúa. Ni siquiera la comida está a salvo de su afán contrarreformista.

El aguacate, primer damnificado

Ante la perspectiva de una Super Bowl con racionamiento de guacamole, los estadounidenses entraron en pánico. En la semana previa al evento deportivo se esperaba un consumo de 100.000 toneladas de aguacate de origen mexicano, según datos de la Secretaría de Agricultura del país, 35.000 toneladas sólo en el partido que enfrentó aquel domingo a los Falcons de Atlanta y los Patriots de Nueva Inglaterra. Pues bien, el aguacate es la primera víctima de las intenciones de Trump de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a su juicio “el peor acuerdo de la historia”. El presidente de EEUU pretende gravar a los productos mexicanos con un arancel del 20% como tributo para hacer pagar a sus vecinos el muro que pretende construir en la frontera. Este anuncio ya ha provocado las primeras fricciones. A una semana de la Super Bowl, se prohibió a cinco cambiones cargados con cien toneladas de aguacates de Jalisco que cruzasen la frontera.  Al parecer, fue la respuesta a la decisión mexicana de bloquear un cargamento de patatas norteamericanas. Más allá de la Super Bowl, el consumo de aguacate en EEUU mantiene el brío todo el año: en sólo dos décadas, ha pasado de 400 gramos per capita a 3.000, según el Ministerio de Agricultura estadounidense. En un 60%, el aguacate que se come en EEUU es de origen mexicano, cuyos productores venden en el país 16 veces más que los de California.

El legado nutricionista de Michelle, en  suspenso

Ya en la campaña quedó claro que Donald Trump no comparte los desvelos por la nutrición de Michelle Obama. Al republicano se le vio zampar pollo del Kentucky Fried Chicken en su avión privado, defender los filetes cuanto más hechos, mejor, y comer taco bowls para felicitar a los mexicanos el 5 de mayo. Esta afición a la comida rápida le sirvió para ganarse las simpatías del votante medio. “Siempre he dicho que nosotros somos de los americanos trabajadores bendecidos por el éxito”, reflexionaba sobre su familia el ahora presidente el año pasado en The Washington Post: “Mi padre no era de los que se ponen un esmoquin y comen caviar. Él era el tipo de hombre de hamburguesas y pizzas”.

Pese a ser dueño de más de una docena de restaurantes de lujo, la devoción de Trump por la comida rápida parece genuina. Su fobia a las bacterias le da un nuevo argumento: se considera una persona “muy limpia” y cree que las cadenas de fast food garantizan ciertos estándares. “Una cosa sobre las grandes franquicias: con una mala hamburguesa, destruyes McDonald’s. Una mala hamburguesa saca a Wendy’s y estos sitios fuera del mercado”, ha manifestado.

 Ivanka, ¿nueva foodie al mando?

Así las cosas, no será Trump quien se haga cargo del legado de Michelle Obama en defensa de una alimentación y estilo de vida sanos, plasmado en el programa en contra la obesidad infantil Let’s Move! o en el huerto que plantó nada más llegar en la Casa Blanca.

Todos los ojos están puestos en Ivanka Trump para ese cometido. Tras conocerse el resultado de las elecciones, ella misma anunció que abandonaba sus funciones ejecutivas en la Organización Trump y cualquier actividad empresarial para mudarse a Washington con su familia. Mientras que su marido, Jared Kushner, será asesor del presidente, todavía no está claro cuál será el desempeño de Ivanka. La hija de Trump demuestra en su web empresarial ciertas inquietudes foodies: en ocasiones comparte recetas sanas, da razones por las que vale la pena cocinar con los niños y hasta propone qué llevarse a un picnic. En su Instagram se le ha visto plantando pepinos y berenjenas con sus hijos en la casa de Nueva Jersey, así que no tendrá problema para atender el huerto orgánico de Michelle. Sin embargo, peligran otras medidas más controvertidas, como la ley de Niños Sanos y sin Hambre que entró en vigor en 2010 impulsada por la exprimera dama. Marcaba directrices para que los comedores escolares incluyan más frutas, verduras y granos enteros en sus menús en detrimento de sal, azúcar y grasas. En los últimos 30 años, nadie se había atrevido a tocar el estándar nutricional de los comedores de los colegios en EEUU.

El futuro de la primera jefa de cocina de la Casa Blanca, incierto

Otra incógnita es qué sucederá con Cristeta Comerford, la primera jefa de cocina de la Casa Blanca. Nacida en Filipinas, Comerford entró a trabajar en la residencia presidencial en 1995 como ayudante de cocina, pero fue Laura Bush quien la seleccionó para su puesto actual. Nunca antes lo había ocupado una mujer desde que Jaqueline Kennedy lo bautizase en 1961 con el glamuroso nombre de White House Executive Chef, aunque hay constancia de que numerosas cocineras negras trabajaron para los primeros presidentes. La sintonía entre Comerford y Michelle Obama fue inmediata y ésta no dudó en aprovechar su experiencia con anteriores administraciones. Sin embargo, al saberse la victoria de Trump, numerosos medios pusieron en duda la continuidad de Comerford al frente de los fogones de la Casa Blanca, aunque pueda mantenerse en el equipo. Para sustituirla, se ha especulado con dos candidatos. Uno es el chef Joe Isidori, que ha trabajado para Trump de 2003 a 2008 tanto como cocinero personal como lanzando restaurantes en sus hoteles por todo Estados Unidos. El otro, David Burke, aceptó ponerse al frente de un steakhouse en el Trump International Hotel Washington D.C. después de que cocineros como José Andrés y Geoffrey Zakarian plantasen al actual presidente tras sus polémicas declaraciones sobre los mexicanos, a quienes calificó de “violadores” y “criminales”.

Desregulación en materia medioambiental, alimentaria y agrícola

Elecciones como la de un negocianista del cambio climático, Scott Pruitt, para dirigir la Agencia de Protección Medioambiental, o un partidario de desregular el sector farmacéutico, Jim O’Neill, como secretario de la Administración de Alimentos y Medicamentos norteamericana (EPA) han hecho saltar todas las alarmas. Ya en septiembre, Trump propuso recortar el poder de la EPA y se pronunció en particular en contra de su política sobre alimentación, que “dicta como el gobierno federal espera que los agricultores produzcan frutas y verduras e incluso el contenido de los alimentos para perros”, expuso con desdén. Trump dejó claro que su plan pasa por demostrar “la verdad de que la gente florece con una mínima carga gubernamental”. Las regulaciones que Trump quiere liquidar hacen referencia a cuestiones tan sensibles como la higiene, el envasado y, en general, la producción de alimentos.

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