Yoga en lencería
Un vídeo con una yoguini practicando yoga en ropa interior abre una polémica sobre los abusos de esta disciplina.
El vídeo de una instructora practicando yoga en lencería reabre la discusión sobre usos y abusos de una disciplina que crece como la espuma en Occidente.
A la yoguini australiana residente en Los Ángeles Briohny Smyth le ha caído una buena tras aparecer en el vídeo que colocamos aquí abajo, donde su cuerpo serrano se eleva como manejado por hilos invisibles. Como telón de fondo, su amante/ceporro duerme impasible ante las acrobacias de la bella Smyth, en lo que se adivina como el tipo de apartamento neoyorquino que sólo se ve en las películas.
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El vídeo de una instructora practicando yoga en lencería reabre la discusión sobre usos y abusos de una disciplina que crece como la espuma en Occidente.
A la yoguini australiana residente en Los Ángeles Briohny Smyth le ha caído una buena tras aparecer en el vídeo que colocamos aquí abajo, donde su cuerpo serrano se eleva como manejado por hilos invisibles. Como telón de fondo, su amante/ceporro duerme impasible ante las acrobacias de la bella Smyth, en lo que se adivina como el tipo de apartamento neoyorquino que sólo se ve en las películas.
La lluvia de críticas viene acompañada de una lluvia de clics gracias a la magia viral de las redes sociales. Que es, a fin de cuentas, lo que busca la cadena de gimnasios para la que trabaja Smyth. Tal es el éxito que al vídeo le ha salido esta réplica jocosa en la que un humorista muestra torpemente sus carnes mientras, en lugar de maromo, una rubia oxigenada lo espera en la cama.
El sector mojigato (made in USA) ha llegado a compararlo con la famosa teta al aire de Janet Jackson en el partido de la Súper Bowl. Pero los más lamentan la falta de escrúpulos de la industria –y de los yoguis que se prestan al juego– a la hora de utilizar esta disciplina de más de 5.000 años para vender hasta a su abuela.
No parece, por el momento, que vaya a morir de su propio éxito, pero quizá si atragantarse. Al mismo ritmo que aumenta, a ritmo vertiginoso, el número de practicantes (15 millones se sumaron al carro en EEUU en los últimos diez años, según YogaDork) crece su crisis de identidad.
¿Es lícito usarlo para vender productos? ¿Y cómo? ¿Hasta qué punto es necesario respetar sus orígenes? Una campaña de publicidad de una conocida marca de desodorantes muestra estos días en las marquesinas de Madrid y otras ciudades españolas un anuncio que desafía a sus clientes con la pregunta “¿Y tú qué harías?”. Respuesta: “Enseñaría a mi profesora de yoga 'nuevas posturas'.
La actual sigue la estela de la polémica que se desató un año atrás cuando, alarmados por la proliferación de extravagancias como el Doga (yoga para perros) o los retiros de yoga y vino nació Take yoga back . El fin de este movimiento es recuperar sus raíces en el hinduismo y concienciar de que el yoga físico de las posturas (o hatha yoga) es sólo una de las ocho vías de una disciplina que abarca todos los aspectos de la vida.
Por lo demás Smyth no es, ni de lejos, la primera en aprovechar sus atributos para fines extra oficiales. Kathryn Budig, por ejemplo, anuncia calcetines en pelotas y no se corta: “mi intención era inspirar y animar a la gente, y creo que he tenido los efectos deseados”, señala Budig en un artículo donde defiende a su antigua alumna Smyth.
Judith Hanson Lasater, peso pesado en el mundo del yoga y una de las fundadoras de Yoga Journal, la revista de referencia, escribió una carta a esta publicación para expresar su preocupación por estos anuncios. Lasater no entiende qué tienen que ver las fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas con la práctica del yoga: “Estas fotos no enseñan al lector sobre la práctica del yoga. Ni siquiera suponen una celebración de la belleza del cuerpo humano o de las posturas. Sólo pretenden vender un producto”.
Por encima de eso, Lasater lamenta que la revista se haya convertido en “otra voz a favor del status quo, en lugar llevarnos a los valores más elevados del yoga: integración espiritual, compasión o servicio desinteresado”.
A Iñaki Berazaluce, un madrileño que practica yoga desde hace 11 años, el vídeo en cuestión le parece “elegantísimo y en absoluto morboso. La cámara se podía haber recreado en primeros planos o posturas más indecorosas pero creo que ha captado la belleza del movimiento. La secuencia es sencillamente deslumbrante, de altísimo nivel, si acaso incurriendo en cierto exhibicionismo, lo cual tiene su lógica, dada la vocación del propio vídeo”.
Dicho lo cual, Berazaluce cree que la presencia el yoga y las disciplinas orientales en la publicidad “está llegando a ser machacona, en ocasiones irritante. Mucha gente ha encontrado en la meditación, el yoga o el tai-chi una válvula de escape a la máquina del consumo, pero el sistema de propaganda es ágil, y acaba deglutiendo hasta las críticas”.
Natalia Martín Cantero es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es