Piel apagada y cabello ralo: así afecta al cuerpo la tristeza
La tristeza provoca cambios físicos. Algunos solo los notará la persona afectada; otros, como la postura corporal o el tono de voz, se manifiestan de forma visible.
Una de las formas en las que se está usando la inteligencia artificial es el reconocimiento de emociones: con solo ver un vídeo, la máquina dictamina cómo se siente la persona y toma decisiones como si es apta para un trabajo o no. Si estamos enseñando a las máquinas a hacer esto es porque se trata de algo que los humanos sabemos hacer. Todos sabemos, por ejemplo, reconocer a una persona triste, especialmente si se trata de alguien a quien conocemos. Detectamos un cambio: notamos algo en su expresión, en su voz, en su forma de moverse. ¿Qué es lo que vemos exactamente?
La tristeza, en e...
Una de las formas en las que se está usando la inteligencia artificial es el reconocimiento de emociones: con solo ver un vídeo, la máquina dictamina cómo se siente la persona y toma decisiones como si es apta para un trabajo o no. Si estamos enseñando a las máquinas a hacer esto es porque se trata de algo que los humanos sabemos hacer. Todos sabemos, por ejemplo, reconocer a una persona triste, especialmente si se trata de alguien a quien conocemos. Detectamos un cambio: notamos algo en su expresión, en su voz, en su forma de moverse. ¿Qué es lo que vemos exactamente?
La tristeza, en ese amplio abanico que llega hasta la depresión, no se limita a hacer que nos sintamos de una forma determinada. Se cuela por todo el cuerpo y produce todo tipo de cambios. Algunos solo los notará la persona afectada: dolores de espalda, problemas gastrointestinales, problemas para dormir o para despertarse… Otros cambios, sin embargo, son visibles: a veces, esa tristeza también moldea y pinta el cuerpo como si se tratara de un trozo de arcilla.
“La piel la tenía muy apagada y superseca. En las manos me salió dermatitis y una mancha en el costado que me sigue apareciendo en épocas de estrés. Las ojeras (siempre tengo) se acentuaron y oscurecieron mucho”, cuenta Isabel, de 37 años, recordando cómo un “episodio de angustia” que tuvo que tratar con dos años de terapia se hizo visible en su piel.
Casi como si el dolor que sentimos por dentro se abriera camino a través de nuestros poros, la piel, esa superficie que nos cubre y protege, suele ser una de las más afectadas por la angustia interior. “A través del eje hormonal, la ansiedad o la depresión pueden actuar directamente en las glándulas que intervienen sobre la piel y su equilibrio, incrementando la grasa o la inflamación y desarrollando brotes de enfermedades tan conocidas y populares como la rosácea o el acné”, explica la dermatóloga Sandra Mateo. De hecho, apunta la experta, “el estrés en general, aunque no necesariamente como causa directa, consideramos que agrava prácticamente todas las enfermedades dermatológicas, así como otras no dermatológicas”.
La experta también menciona las ojeras, que se suelen pronunciar más, y esa piel apagada de la que hablaba Isabel. “Debido al deterioro del sueño, una peor alimentación y la falta de rutinas saludables y de cuidado de la piel, se producen alteraciones en las hormonas y sustancias químicas que regulan nuestro cuerpo, dando lugar a una piel más apagada, con alteraciones en la hidratación, el aumento de los niveles de grasa o el incremento de la sequedad y con más tendencia al desarrollo de diversas patologías dermatológicas”, explica.
Además, como la cara es “ventana de nuestras emociones”, al estar enfadados, ansiosos o tensos, “la musculatura facial se contrae de tal forma que, con el tiempo y la repetición, aparecen líneas de expresión que potencian esas emociones, como arrugas en el entrecejo o tirantez en las comisuras labiales que apuntan hacia abajo y que endurecen nuestras facciones”. Pero, la tristeza, además, también se puede traducir en caída del cabello —hay quien llega a notar calvas— y en la aparición de canas.
El peso y la postura
Otro de los efectos visibles que pueden provocar los períodos prolongados de tristeza es el de los cambios de peso. A Trini, de 30 años, le pasó. “Engordé 30 kilos en tres años”, comenta. Puntualiza que lo suyo estaba además relacionado con un trastorno bipolar y “otras patologías graves mentales”, pero las razones para ese aumento de peso son comunes a muchas formas de tristeza: “El sedentarismo, las pocas ganas de hacer las cosas, la anhedonia [incapacidad para sentir placer], etc.”, enumera.
A otra Isabel, también de 37 años, le pasó lo contrario durante un periodo de depresión que duró unos meses. “No había estado tan flaca desde la adolescencia y creo que me alimentaba bastante peor”, asegura.
Ambas situaciones, subir o bajar de peso, son normales. La psicóloga Sara Montejano, directora de Psicoglobal, explica que la tristeza en general y sobre todo la depresión provocan “la disminución de la serotonina, que es una hormona involucrada en la regulación del sueño, el apetito, el dolor, el sistema inmune y el deseo sexual”. Los cambios en el apetito pueden provocar su disminución y que la persona sienta que tiene el “estómago cerrado” o, por el contrario, pueden causar su aumento y que coma mucho más. Si la persona también reduce su actividad física, como explicaba Trini, esto puede provocar un aumento de peso.
Otro aspecto que solemos asociar a la tristeza es el de la postura corporal: si dibujamos a una persona triste, seguramente la mostremos encorvada y cabizbaja. Acertaríamos: incluso existen estudios que demuestran que en períodos de depresión o tristeza muchas personas adoptan esa postura de forma más o menos pronunciada.
Sara Montejano la describe como “una postura corporal inclinada hacia delante, como si estuviera replegada sobre sí misma, encogida. La cabeza suele estar en una posición adelantada respecto al cuerpo”, explica. Laura Palomares, psicóloga y directora de Avance Psicólogos, añade que sobre esto hay también buenas noticias. “Hoy día sabemos que no solo la emoción genera unas reacciones en nuestro organismo, sino que a través de la postura corporal podemos cambiar nuestras emociones. De esa manera, si trato de acostumbrarme a no encorvar el cuerpo, abro el pecho echando los hombros hacia atrás y abajo, levantando un poquito el mentón y miro a mi alrededor, el cortisol comienza a descender y la oxitocina y endorfinas, relacionadas con el bienestar, comienzan a aumentar en minutos”, explica.
Salir del círculo vicioso
Normalmente, esos cambios en el cuerpo que una puede notar en pleno episodio de tristeza no gustan, lo que puede iniciar un círculo vicioso: estoy triste, mi cuerpo cambia, no me gustan esos cambios, me pongo más triste. Además, estos períodos pueden ir acompañados por un abandono del aseo y autocuidado personal, lo que tampoco ayuda. “Esta pérdida de autocuidado hace que nos sintamos más tristes, por lo que a su vez se mantiene este descuido, y así se va fortaleciendo el círculo de tristeza y abandono”, señala Sara Montejano.
Laura Palomares está de acuerdo, pero añade que también es importante “saber que le podemos dar la vuelta”. “El cuerpo es como la batería de un coche, y es muy importante que se movilice poco a poco y de forma progresiva para que vuelva a cargarse de energía. Con ejercicio físico, saliendo a relacionarnos, retomando poco a poco lo que hemos dejado de hacer. Esto ayuda a que de nuevo el organismo se movilice y se estabilicen nuestros neurotransmisores y estado de ánimo”, apunta. Por supuesto, es necesario tener también en cuenta el tipo y la gravedad de la tristeza que nos aqueja y solicitar ayuda si es necesario.
También es posible que esa tristeza, pese a provocar cambios en el cuerpo, pase desapercibida para el resto del mundo. Sara Montejano explica que “no existe solo un tipo de depresión” y habla, por ejemplo, de la “depresión sonriente”, en la que “la persona se esfuerza por ocultar su estado anímico y dar una imagen de felicidad y normalidad, pero tras ella se esconde un sufrimiento profundo que no somos capaces de vislumbrar”.
Cambios visibles que provoca la tristeza
– Postura corporal. «El cuerpo se encoge, la persona apenas levanta la mirada o se fija en su entorno, los hombros se colapsan y se adopta una postura encorvada», describe Laura Palomares.
– Movimientos lentos. «Suelen tener poco tono muscular, como si su cuerpo ‘pesara una tonelada’, y es por esto es que sus movimientos son lentos, como si se movieran a cámara lenta», explica Sara Montejano.
– Tono de voz. «Generalmente, su tono es bajo, como si les costara hablar, y presentan un tono monocorde», señala Montejano.
– Tendencia a dejar de lado el autocuidado. «‘Arreglarse» muchas veces es una actividad que les supone mucho esfuerzo en relación con la energía que tienen», apunta la experta.
– Caída de cabello. «Cuando sentimos tristeza y esta se mantiene, nuestro cuerpo empieza a segregar cortisol, la hormona del estrés, y neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, relacionadas con la sensación de bienestar y la motivación, descienden. El cortisol es una hormona que genera inflamación y alteraciones del sueño, y si se mantiene puede generar un importante efecto en nuestro cuerpo como la caída de cabello, dolor de articulaciones, cambios en la microbiota que afectan al peso, dermatitis, etc.», termina Laura Palomares.