No pienses en el oso blanco

No dejar de pensar es ‘el mal de nuestro tiempo’ y puede generar adicción. Los expertos aportan claves para identificarla y las técnicas para combatirla.

Cordon Press

Conduces hacia la playa, por delante tienes seis horas de coche con un tramo complicado: muchas curvas, poca visibilidad y arcén de comarcal. Sientes la tensión del viaje, la expectativa de pasar por allí te inquieta y, con ganas de quitártelo de la cabeza, arrancas. Has llegado a la costa y ni siquiera recuerdas haber pasado el tramo peligroso con precaución.

Si la escena anterior no te parece la elipsis temporal de una road movie quizá seas adicto al pensamiento, pero no te alarmes, no eres el único. Según Pedro Jara, psicólogo y autor de ...

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Conduces hacia la playa, por delante tienes seis horas de coche con un tramo complicado: muchas curvas, poca visibilidad y arcén de comarcal. Sientes la tensión del viaje, la expectativa de pasar por allí te inquieta y, con ganas de quitártelo de la cabeza, arrancas. Has llegado a la costa y ni siquiera recuerdas haber pasado el tramo peligroso con precaución.

Si la escena anterior no te parece la elipsis temporal de una road movie quizá seas adicto al pensamiento, pero no te alarmes, no eres el único. Según Pedro Jara, psicólogo y autor de Adicción al pensamiento (2011, Abecedario), “salvo algún iluminado, prácticamente todos los humanos lo somos”. El psicólogo apunta que “la incapacidad para darnos cuenta de que nuestros pensamientos nos dominan es el núcleo generador de todos los problemas psicológicos y de prácticamente todas las disfunciones emocionales que llevan a la gente a terapia”.

Aunque en los últimos años y desde distintos ámbitos y corrientes -que van desde la psicología hasta cierta noción de nueva espiritualidad– se está hablando mucho sobre cuestiones como el mindfulness, la práctica de la consciencia y la atención plena, a menudo se nos olvida la hegemonía de nuestra racionalidad sobre nuestra naturaleza y el cuerpo paga esa factura. El cerebro está conectado con todo el organismo y las respuestas emocionales a pensamientos negativos tienen preferencia por algunos órganos: “cuando hablamos de tener 'nervios en el estómago', 'acumular tensión en la espalda', o sufrir 'quebraderos de cabeza' estamos haciendo metáforas sobre la inmediata respuesta corporal de las emociones que generamos con nuestros pensamientos”, asegura Jara. Síntomas que, junto con la extendida incapacidad humana para dejar de rumiar ideas –a menudo negativas u obsesivas- nos abocan a la adicción a pensar y atascan todas las dimensiones de la vida.

©Miramax/courtesy Everett / Eve

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De la adicción al pensamiento a la sublimación de la emoción

Un pensamientos está detrás de absolutamente todas las comparaciones, apegos, símbolos, recuerdos, ilusiones, angustias, doctrinas, ideologías u obsesiones que rigen nuestra cotidianidad. Y aunque lo sepamos, todavía cuesta admitir que también colonizan nuestras emociones. “Las emociones se sustentan en pensamientos más o menos conscientes. Siempre tienen su base en el pensamiento, incluso el amor romántico. Solemos creer que enamorarse es una respuesta emocional pero no deja de ir aparejado a una distorsión, un sesgo positivizado, idealizado de la persona amada” señala Jara. Y esta amplificación mental de sus supuestas virtudes crea una emoción que entendemos como amor porque para el psicólogo “los sentimientos son la reacción corporal de un pensamiento que se integra en nuestra fisiología”.

¿Puedes dejar de pensar en un oso blanco?

Durante décadas, los psicólogos clínicos se han afanado en dar con procedimientos para disminuir estos pensamientos intrusos. Simplificando décadas de literatura científica podríamos decir que la 'parada de pensamiento', o la 'reestructuración cognitiva' son algunas de las balas terapéuticas con las que se ha intentado acabar con sus síntomas. Pero desde los ochenta, y a partir de los estudios del norteamericano Daniel Wegner, los expertos han cuestionado estas estrategias directas de control mental y han concluido que la aceptación de esos pensamientos puede neutralizar sus efectos. La aceptación, la no evitación, la célebre incapacidad para dejar de pensar en un oso blanco. O lo que es lo mismo, el descubrimiento de que el intento de suprimir voluntariamente un pensamiento acaba volviéndose contraproducente por lo que hay que contemplarlos con distancia, no reaccionar a ellos de forma directa y aceptarlos. De hecho,'aceptación' parece ser la palabra mágica, la fórmula exacta de la promesa de una vida mejor y más consciente y a su alrededor surgen talleres, cursos y publicaciones para entrenarla como los que propone periódicamente la Asociación Española de Mindfulness.

Investigación, reinterpretación, atención

Todo se entrena y esa traída y llevada 'aceptación' también. Con independencia de las personas que necesiten la ayuda de un terapeuta, según Jara todos podemos aproximarnos a una vida libre de pensamientos invasivos a través de tres grandes pautas:

Por un lado, los ejercicios de investigación, “ser conscientes de que cualquier estrategia de pensamiento tiene un propósito, una misión, que no viene de la nada. Querer profundizar en cuál es la funcionalidad de esos pensamientos puede ayudarnos”, señala. Formulado de otro modo, mirarnos de frente y preguntarnos ¿por qué pienso esto y no aquello? ¿qué hay detrás? ¿qué intento evitar o conseguir?

Por otro lado, el psicólogo aconseja realizar un trabajo de flexibilización creativa para modificar la forma en la que nos relacionamos con los demás y con el mundo, en el sentido de empezar a desarrollar alternativas de interpretación a cómo nos sentimos. “Por ejemplo, con respecto al amor, que se suele interpretarse como una emoción podemos limitarnos a interpretarlo como una conducta y fijarnos más en cómo nos comportamos que en lo que tenemos en las entrañas”, sugiere jara. Obras son amores y no buenas razones, asevera el refranero.

Y por último, afinar nuestra atención en la presencia para no ser esclavos de nuestros pensamientos y perdernos el presente por recrear o anticipar situaciones. “Es necesario recuperar el valor de la mente como herramienta y no como la definición de lo que somos y eso puede conseguirse tomando distancia, entrenando nuestra presencia, desindentificándonos, desapegándonos”. Conceptos demasiado esdrújulos pero que invitan a, por ejemplo, volver a conducir sin ser conscientes de estar pasando por un tramo peligroso.

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