No, la vida de los demás seguramente no es mejor que la tuya

O cómo superar la frustración que la aparente vida ‘perfecta’ que otros proyectan en sus redes (o que les imaginamos por falta de transparencia sobre, por ejemplo, cuánto ganan), nos genera al compararnos.

Fotograma de 'Nosedive', primer episodio de la tercera temporada de Black Mirror (Netflix).

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«¿De dónde saca el dinero la gente para vivir a todo tren en Instagram?». El último vídeo de la ilustradora Rocío Quillahuaman para Yorokobu representa el sentir de diferentes generaciones enganchadas al scroll de sus pantallas. «¿No entiendes cómo puede pagar nada en general? ¿Cómo puede tener tantos abrigos? ¿Cómo puede pagar esos taxis? ¿Cómo tiene tanto tiempo libre, además?». Pensamientos y frustraciones en los que los usuarios de esta red social se reconocen fácilmente. Y que abordan una conversación vigente que empieza a ganar espacio en medios y en otras redes como Twitter: «Si todas estas respuestas no te dejan dormir por la noche, si necesitas una respuesta ya, te traigo la solución definitiva: pregúntale esto. ‘Oye, una cosa, ¿tus padres dónde viven?», plantea Quillahuaman. Hablar de dinero, de cuánto pagan por hacer ese o aquel trabajo o de qué tipo de intercambio hay detrás de la recomendación de ese resort de lujo en un país exótico que ningún veinteañero (como pintan) podría pagar -el sueldo medio de las personas de entre 18 y 34 años en España es de 1.334,28 euros, según Fintonic-. Una vía para evitar frustraciones al comparar la vida propia con la que proyecta el vecino y para conocer también cuál es nuestra realidad económica.

“La comunicación puede ser constructiva para tener una visión más objetiva, en contacto con la vida real y reducir el malestar que las comparaciones generan”, cuenta a S Moda el psicólogo Hugo Filippe, del Grupo Doctor Oliveros. Caer en la trampa de medirse con el otro es casi inevitable, según explica Filippe, esa comparación “nos sitúa psicológicamente en diferentes dimensiones (a nivel social, económico, cultural…) respecto a los demás, según los valores imperantes en una cultura o sociedad en un momento concreto. Por ejemplo, la belleza, el triunfo profesional, el éxito sexual, el poder social o la riqueza económica”. En función del resultado de esa comparación, “uno puede sentirse reforzado en su percepción de valía o bien puede aparecer angustia vinculada a sentimientos de inferioridad”, explica.

“Depresión, ansiedad, fobia social, aislamiento y trastornos de alimentación, que afectan especialmente a los más jóvenes”, son algunos de los efectos demostrados que, como explica el psicólogo, pueden surgir de la comparación que fomentan las redes. En un estudio de la organización sin ánimo de lucro Royal Society for Public Health, realizado entre jóvenes de 14 a 24 años, se demostró además que Instagram es la plataforma que mayores efectos negativos despierta en relación a la propia imagen y al FOMO (miedo o ansiedad por perderse eventos). Lo que ha generado que muchos de estos usuarios adolescentes o centennials renuncien a seguir en ellas, revelando mejorías en su salud mental y autoestima tras abandonarlas. “Siento menos ansiedad y me siento menos fracasada”, “estoy mucho más positivo” o “puedo centrarme en vivir mi vida y no en intentar encajar en una que luzca bien en redes”, revelaban algunos testimonios recogidos por The Guardian en un artículo sobre jóvenes que han optado por esta desconexión.

¿Por qué la mayoría caemos en querer mostrar esa versión 10 de nuestras vidas? “En realidad siempre tendemos a presentar las cosas mejor de lo que son como forma de protegernos, de cuidarnos, de proyectarnos en positivo, y las redes son esto: cómo nos presentamos ante el resto”, cuenta Guillermo Fouce, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, a S Moda. Algo que, como añade Hugo Filippe, se da “desde la infancia. Tenemos esa necesidad de crear y proyectar una imagen que pueda generar aceptación y admiración en los demás. Existe una tendencia a mostrar una imagen pública adornada en nuestras relaciones, como un intento de influir en la imagen que los demás captan y que así nos vean más valiosos o con menos ‘fallos’,  permitiendo esto a su vez un aumento artificial en la autoimagen y autoestima”. Un fenómeno que se manifiesta especialmente en Instagram. La visión positiva que fomenta la plataforma a base de imágenes, que ganan más ‘me gusta’ en función de lo idílico de la escena, de lo bien que se vea nuestro físico, de lo felices, satisfechos y enamorados que aparezcamos en ellas, la convierte a su vez en potencialmente dañina. También como forma de autoengaño. “Uno de los problemas es que uno puede mentir y no hay forma de comprobarlo, puedes construir una vida diferente y alternativa e incluso acabar creyendo las propias mentiras”, apunta Fouce.

Para librarse de esos sentimientos negativos que provoca la falsa percepción de la realidad de otros, ambos psicólogos recomiendan: “Recordar que las redes sociales son una proyección intencionadamente maquillada de la vida de cada uno. Todos tenemos dificultades, problemas, obstáculos, y aspectos imperfectos y ‘feos’. La vida no es perfecta ni lo somos nosotros”, dice Filippe. Para Guillermo Fouce la clave es simple: “Conviene recordar que otros proyectan imágenes ideales igual que intentamos hacerlo nosotros”. Hacerse más responsable de lo que se publica  manteniéndose más fiel a la realidad en una suerte de desnudo, como el striptease económico que planteaba Sabina Urraca en ElDiario.es aplicado a las redes con la idea de “tener una noción más clara de la sociedad en la que vivimos”, puede ser liberador en lo personal y en lo colectivo.

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