Las ventajas de ver el vaso medio vacío
¿Es tan bueno el optimismo? Perseguir la felicidad a menudo nos hace desgraciados.
El Museo de Productos Fallidos, en Michigan (EEUU), alberga estanterías y estanterías de productos que fracasaron estrepitosamente. Desde zumo de plátano para el desayuno hasta latas de sopa que se auto-calientan (y con frecuencia te explotan en la cara) pasando por numerosos engendros para el cuidado del cabello. En realidad, lo raro es que un producto triunfe: el 90 por ciento no pasará a la posteridad.
Lo cuenta Oliver Burkeman en su nuevo libro (The Antidote: Happiness For People Who Can't Stand Positive Thinking – ...
El Museo de Productos Fallidos, en Michigan (EEUU), alberga estanterías y estanterías de productos que fracasaron estrepitosamente. Desde zumo de plátano para el desayuno hasta latas de sopa que se auto-calientan (y con frecuencia te explotan en la cara) pasando por numerosos engendros para el cuidado del cabello. En realidad, lo raro es que un producto triunfe: el 90 por ciento no pasará a la posteridad.
Lo cuenta Oliver Burkeman en su nuevo libro (The Antidote: Happiness For People Who Can't Stand Positive Thinking – El antídoto: Felicidad para la gente que no soporta el pensamiento positivo). El volumen, que sale a la venta la semana próxima en Gran Bretaña, se apoya en la estela de nuevas investigaciones que sugieren que la ola de pensamiento positivo y optimismo que invaden el mundo (y especialmente EEUU) desde los años 90 podría ser menos útil de lo que inicialmente se pensó.
En un momento en el que conviene, quizá más que nunca, observar las ventajas de abrazar el fracaso, todo esto llega que ni pintado. “El fracaso está por todas partes. Sólo que la mayoría de las veces preferimos no confrontar este hecho”, escribe Burkeman. Nos inducen a ello las aproximaciones más modernas a la felicidad y al éxito, que se apoyan en la sencilla filosofía del “todo va a ir bien”. Pero ya los antiguos filósofos de Grecia y Roma, recuerda Burkeman, proponían lo contrario, y recordaban que es precisamente nuestro persistente esfuerzo para sentirnos felices lo que nos hace desgraciados. Este empeño en eliminar o ignorar todo negativo –la inseguridad, el fracaso o la tristeza, connaturales al hecho de vivir– es lo que provoca ansiedad.
Una de las pruebas más evidentes, según Burkeman, de la obsesión con el optimismo es la técnica conocida como “visualización positiva”, que básicamente consiste en imaginar que todo va a ir bien y esperar, claro, a que la proyección se cumpla. Sin embargo, ya en la antigüedad filósofos como Séneca aconsejaban precisamente lo contrario: imaginarte qué es lo peor que puede ocurrir, y mirar de frente esta posibilidad. El optimismo desenfrenado no te prepara para cuando las cosas vayan mal.
Por otra parte, pensar en lo peor tiene otras ventajas, apunta Burkeman, columnista de The Guardian. Uno de los mayores enemigos de la felicidad, tal y como reconoce la psicología actual, es la llamada 'adaptación hedónica': “La predecible y frustrante manera en que cada nueva fuente de placer que obtenemos, ya sea algo menor (como un nuevo aparato electrónico) o importante, (como un matrimonio) rápidamente se queda relegado a un segundo plano porque nos acostumbramos a ello”. Recordar que puedes perderlo es, por tanto, un poderoso antídoto para seguir obteniendo disfrute de ello.
¿Puede convertirse el pensamiento negativo en antídoto contra la ansiedad? Es habitual convencerse a uno mismo de que, al final, seremos felices y comeremos perdices. Pero este consuelo es un arma de doble filo, advierte el columnista. El optimismo requiere un refuerzo constante. Lo que se traduce así: el amigo al que acabas de consolar por, digamos, la ruptura con su pareja, es posible que pronto vuelva a necesitar ese recordatorio de que con el tiempo encontrará otra persona, etc. Por otro lado, cuando aseguras a tu amigo que lo que tanto teme probablemente nunca ocurrirá (quedarse solo, siguiendo el ejemplo anterior), de forma inadvertida refuerzas su creencia de que sería catastrófico si, de hecho, ocurriese.
Dos de los mensajes más crispantes en el panorama de la autoayuda (ya sea en forma de libros, coaches o conferenciantes) es que para tener éxito todo lo que necesitas es persistencia y capacidad para asumir riesgos. Pero los investigadores que cita este autor prueban que esos mismos ingredientes no sólo constituyen la fórmula del éxito; también la del rotundo fracaso. Solo que las personas que fracasan no suelen escribir libros ni dar conferencias.
¿Dónde quedarnos, entonces? El truco podría estar en desarrollar una relación más sana con el fracaso, que puede comenzar por observar lo que cada uno cree sobre sus talentos y habilidades. ¿Tu talento es natural o se ha ido desarrollando con el tiempo? Si crees lo primero, el fracaso siempre será tu enemigo. Pero si crees que es posible ir mejorando con cada nuevo desafío que aparezca en tu vida, el fracaso adquirirá un significado diferente.
Por otra parte, y como señala Annie Murphy Paul en PsychologyToday, en lugar de ser insistentemente positivo (o negativo), es más útil ser flexible y mantener un equilibrio entre ambos estados de ánimo. Tanto el optimismo como el pesimismo son poderosos elementos de motivación, pero hay que elegir el adecuado para cada circunstancia.
“Los gurús del optimismo no se atreven a admitir que uno puede encontrar felicidad cuando abraza el fracaso”, señala Burkeman. “Pero en el fracaso hay una honestidad y una confrontación sensata con la realidad que no existe en las alturas del éxito”.
@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es