“Estar instalado en el futuro o el pasado es un pasaporte al malestar”
Entrevistamos a Carmelo Vázquez, uno de los máximos exponentes de la psicología positiva en España
Aunque se sabe que el número de personas que padece depresión o ansiedad va en aumento, no hay muchos datos sobre la salud mental relacionada con la sensación de bienestar, de autonomía y de control sobre la realidad. Esto es lo que quiere medir –e incrementar– la psicología positiva, una rama de la psicología que se centra en cualidades como el optimismo, el humor o la resiliencia y de la que Carmelo Vázquez es uno de los principales exponentes.
¿Somos una sociedad positiva, que crece? La respuesta de Vázquez, Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complut...
Aunque se sabe que el número de personas que padece depresión o ansiedad va en aumento, no hay muchos datos sobre la salud mental relacionada con la sensación de bienestar, de autonomía y de control sobre la realidad. Esto es lo que quiere medir –e incrementar– la psicología positiva, una rama de la psicología que se centra en cualidades como el optimismo, el humor o la resiliencia y de la que Carmelo Vázquez es uno de los principales exponentes.
¿Somos una sociedad positiva, que crece? La respuesta de Vázquez, Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense, es negativa: “La gente se siente alejada de los centros de poder, siente que no controla su vida ni el curso del país, y no puede planificar porque no ve futuro”. Esto no quita para que Vázquez, autor del libro Optimismo Inteligente, crea que haya “mucho margen para que la gente se sienta mejor, más realizada”. Esta es la idea del “florecimiento”, una de las cuestiones sobre las que girará el I Congreso de Psicología Positiva que se celebra a mediados de marzo en El Escorial.
¿Acaso se aprende a ser optimista?
Decía Bertrand Russell (filósofo, matemático y premio Nobel) que una de las claves de la felicidad es elegir bien a tus padres. A partir de ahí, las cosa se complica. Claro que hay un margen, pero es limitado. Hay elementos difícilmente cambiables, ligados a la genética y al temperamento. El sistema nervioso reacciona frente al castigo y la recompensa, y sabemos que ese sistema no es muy modificable. Pero sí se pueden crear condiciones para el optimismo.
¿De qué forma?
Los modelos educativos se pueden transformar. En Gran Bretaña, por ejemplo, el economista Richard Layard ha elaborado un informe sobre la felicidad de los niños que muestra que, a partir de los 9 o 10 años, comienzan a sentirse menos dichosos.
¿Y cuál es la explicación?
Probablemente tiene que ver con las presiones sociales de los padres y con la propia educación, con la escuela como un modo de aprendizaje de sumisión pero sobre todo de aburrimiento. Esto me parece dramático. Que nos permitamos el lujo, en una vida limitada como tenemos, de instituciones que fomenten el aburrimiento y desidia, que no supongan un reto. El aburrimiento significa que tus capacidades no están siendo utilizadas, que los retos no te estimulan. Cuando se habla de fracaso escolar a veces se olvida todo esto. Tenemos sistemas que no favorecen el conocimiento y la ilusión y la sensación de que uno se divierte aprendiendo.
Se refiere a los niños. Pero, ¿cómo hacer que los adultos sean más optimistas?
Cuando describe su experiencia en un campo de concentración, Jorge Semprún cuenta que, cuando alguien perdía la esperanza por completo, es cuando estaba muerto. Sabían que alguien iba a morir cuando no se levantaba y se abandonaba. La clave de la supervivencia era lavarse todos los días. No se trata de tener grandes planes. Se trata de controlar tu propia agenda, de que no te arrebaten tu propia sensación de dignidad: la clave está en las pequeñas cosas, que hagas cosas para sentirte útil.
En España, ¿cómo vamos de salud mental?
En una puntuación de 1 a 10, España está en 6,5 o 7, pero hay países con 8,5 o 9. Creo que tiene que ver con que es un país donde uno se lo pasa bien, hedónicamente fuerte (ese es el primer objetivo de los estudiantes Erasmus, que vienen a divertirse) pero nos falta lo otro, que es parte del bienestar, esa falta de control de la propia agenda.
O sea que también la sociedad, como los individuos, tiene su proyecto vital. O la falta de él.
El proyecto vital para Madrid, por ejemplo, es crear casinos. ¡Cómo va a ser un proyecto de futuro para un país crear un casino! Repetimos la historia del ladrillo, de lo transitorio, de lo banal. El conocimiento es una de las vías de cambio de las sociedades. Si no inviertes en I+ D, es muy difícil que puedas cambiar generacionalmente. Hemos desaprovechado una generación de riqueza, de recursos para seguir en lo mismo que secularmente ha estado España como país: el beneficio inmediato, la mirada centrada en cuestiones materiales.
Hablemos de otro peligro para la salud mental: el mundo always on, siempre conectado.
Uno de los peligros de la comunicación inmediata es que paradójicamente, nos aleja del presente. Cuando estás mandando mensajes, no estás en el aquí y en el ahora. A mis alumnos siempre les digo que, si quieren tener una buena vida, tienen que estar en el aquí y ahora incluso cuando se aburren. Estar instalado en el futuro o el pasado es un pasaporte al malestar.
Y, sin embargo, lo normal hoy es ir acelerado.
Nos ponemos muy nerviosos cuando alguien tiene la infamia de no contestar a nuestro e-mail en el mismo día. Hay un elemento de inmediatez que no está acompasado con el momento vital. Estamos llegando a una configuración del mundo diferente. Cada vez exigimos más rapidez e inmediatez, como niños caprichosos. Nuestro umbral de frustración y de atención es cada vez más pequeño.
¿El tiempo pasa cada vez más rápido?
Nuestras vidas son vectores que transcurren en el tiempo, pero la percepción del tiempo es algo muy sutil. La sensación de aceleración es creciente y es difícil de apresar, pero se pueden hacer pruebas. Con ayuda de un cronómetro, todos los años pido a mis alumnos que cierren los ojos y calculen cuánto dura un minuto. Los más activos abren los ojos a los 30 o 40 segundos. Los más relajados, bien pasado el minuto. Mi hipótesis es que, si pudiéramos unir a varias generaciones, la vivencia de un minuto sería diferente. Los hijos levantarían la mano antes que los padres, etc. Esto hace que vivamos la vida de un modo más acelerado. Esto provoca que calculemos mal nuestras fuerzas, sobreactuemos, seamos hiperactivos, estemos en mil historias.
¿Hasta qué punto es esta aceleración un obstáculo para nuestra felicidad?
Posiblemente lo compromete. El bienestar procede de un sentimiento de calma y de paz, al menos en nuestra cultura.
¿Qué opina de la explosión de libros de autoayuda?
Hay gente muy ilusa. Me llama la atención que tantos libros de autoayuda sean imperativos, del tipo “sea usted feliz”. ¡Pero a mí nadie me tiene que obligar a nada! ¿En aras de qué? ¿Conseguir beneficios? Luego hay gente que hace bien en difundir conocimiento, pero no deberían pontificar. Está bien describir, pero no prescribir, y hay mucho de eso. La autoayuda en realidad no existe, es un acompañamiento, es muy humano. Lo que demuestra es una sed de la gente por ser mejores.
Junto a eso, la explosión de los coach.
La idea es buena pero hay mucho oportunismo y poca consistencia. Si no tienes formación específica, puedes hacer muchos cursillos pero sería irresponsable pensar que cualquier persona puede hacer esto. El asunto es cómo se pone el cascabel al gato. Creo que aquí hay mucho fraude. Es difícil establecer los límites entre un problema normal y uno patológico. Todo lo que tiene que ver con el ser humano exige un conocimiento profundo. Hay que ser cuidadoso con todo esto.
En psicología positiva se habla de “buena vida”. ¿En qué consiste?
Buscamos una vida que, por un lado, sea hedónicamente adecuada, donde puedas saborear las cosas y, por otro, reúna condiciones para que sientas que creces, que estás ejecutando aquello en lo que eres bueno y en lo que puedes disfrutar. Esa sensación de autonomía personal, de logro. Si renunciamos a ello, es difícil que se produzca una buena vida. Son necesidades que tienes que sentir como congruentes contigo mismo. Cuando uno vive una vida que no es congruente con sus valores, no se entiende como buena.
Pero esta “buena vida” va muy ligada a las condiciones de fuera. Si estás en paro, por ejemplo, te será difícil de alcanzar.
Ese es el discurso que los economistas quieren que creamos. Las condiciones externas no son tan importantes. Por un lado, somos críticos diciendo que el dinero no da felicidad, pero también sabemos que no tenerlo lo puede quitar. Eso marca un terreno de juego y es difícil. Más que el paro, son las expectativas de desarrollo vital. En las escalas sobre los factores que explican el bienestar, lo material ocupa poco. La tarta se reparte así: el 40 o 50 por ciento es inmodificable, lo explican los genes. Otro 30 o 40 por ciento depende de las intenciones, de lo que queramos o podamos hacer con nuestra vida. El 10 o 15 por ciento restante responde a variables económicas, al estado civil… Esto significa que una parte muy importante de nuestro bienestar depende de lo que queramos hacer con nuestras vidas.
En este momento y en este país, lo que queramos hacer con nuestras vidas no parece ser una prioridad para nadie.
Lo del casino es una metáfora tragicómica de qué es lo que queremos para este país. ¿Queremos que la riqueza material venga del consumo, de elementos efímeros?
¿Qué hacer para cambiar la situación?
El principal requisito para que se produzca el cambio es que haya insight (comprensión). Todo este ruido de fondo avisa algo: hay cambios. La gente empieza a ser muy consciente, y esto es muy bueno, es un despertar. No son cambios mágicos, tardan generaciones, pero esto es una señal de que algo está pasando.
¿Esto es optimismo inteligente?
Soy pesimista inteligente u optimista inteligente, no sé muy bien. Pesimista por la razón y optimista por la voluntad, o viceversa. Mi posición en el mundo es más pesimista pero el juicio, la razón, me ayuda a recolocar las cosas. Cada uno nace como nace, el temperamento es una cosa importante. Los que tenemos hijos vemos que algunos están más conectados con la vida, más entusiastas y vitales. Quien es optimista de naturaleza lo tiene muy fácil. Lo que tenemos que hacer es instalar elementos de positividad en aquellos que tienen una visión más gris de la realidad, articular un mensaje inspirado en la razón.
¿En la razón? Está muy denostada.
El hecho de apelar a nuestro corazón, a nuestros sentimientos, no excluye la razón. De hecho, probablemente sin razón no existirían las emociones como la generosidad o la compasión. Un discurso basado sólo en las emociones lo temo mucho. Tenemos que hacer un uso apasionado de la razón al servicio de algo que nos trascienda, que vaya más allá de nuestros pequeños intereses.
Los principales exponentes de la psicología positiva son hombres, quizá esto tenga que ver con su defensa de la razón. ¿Existe un sesgo?
Podría ser. El discurso masculino [en literatura de psicología positiva] está muy teñido de “logro”. Pero si trasladamos esto a un país africano, por ejemplo, ¿qué significa lograr?
Por otra parte, el uso del tiempo ha sido tradicionalmente diferente en mujeres y hombres, y esto ya nos instala en la vida de modo diferente. Las mujeres están más instaladas en el presente, en elementos más reales, y tienen una visión más realista, más pegada a la tierra, que valora más el compartir.
Natalia Martín Cantero es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es