¿Cuándo somos (realmente) adultos? La neurociencia tiene la respuesta
Neurocientíficos de la Universidad de Cambridge señalan que hasta los 30 años nuestro cerebro no es maduro. ¿Qué otros factores intervienen a la hora de sentir que dejamos atrás la adolescencia?
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“Para mí madurar tiene que ver con que te pasen cosas y salgas airoso de ellas. Y para eso no hay edad, te toca cuando te toca”, contaba Alaska en una entrevista a S Moda. Y tanto científicos como psicólogos le dan parte de razón. Peter Jones, profesor de la Universidad de Cambridge, declaraba recientemente en un encuentro neurocientífico organizado por la Academia de Ciencias Médicas en Oxford que “la edad a la que te conviertes en adulto es diferente para cada uno”, recogían en BBC. Asegurando que en el cerebro, en constante cambio, no hay una barrera en la que se cruce en un salto de la adolescencia a la edad adulta: “La gente está en un camino, siguiendo una trayectoria”. Pero sí apuntando a que ese ajuste en el que la ciencia considera que el cerebro alcanza la madurez no llega hasta los 30.
“Supongo que sistemas como el educativo, el sanitario y el legal lo hacen más conveniente para sí mismos estableciendo definiciones”, apuntaba Jones. A qué edad se debe situar la mayoría de edad y con ella sus consiguientes responsabilidades ligadas a esa idea de madurez, es tema de debate -en España se ha abordado en diferentes ocasiones con la idea adelantar la edad de voto a los 16 años-. Las funciones ejecutivas, de personalidad y toma de decisiones se sitúan en el lóbulo frontal del cerebro y esta zona, según señala un estudio del Servicio de Evaluación y Rehabilitación Neuropsicológica de la Universidad de Huelva, “es la última del cerebro en alcanzar la madurez completa”. La doctora Somerville, neurocientífica de Harvard, afirmaba a The New York Times que en esa parte del cerebro “surgen nuevas conexiones hasta los 30 años, e incluso más adelante”. “Los adolescentes lo hacen tan bien como los adultos en las pruebas de cognición”, apunta Carl Zimmer en el mismo artículo del periódico estadounidense, “pero si sienten emociones fuertes, esas puntuaciones pueden caer en picado. El problema parece ser que los adolescentes aún no han desarrollado un sistema cerebral fuerte que mantenga las emociones bajo control, que puede tardar un tiempo sorprendentemente largo en madurar”.
Esa capacidad de gestión emocional, según explica a S Moda Guillermo Fouce, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, si se aborda desde el plano psicológico social, está estrechamente ligada a las condiciones vitales de cada persona: “Sentirnos o no adultos tendrá que ver sobre todo con la cultura y las formas de vida. Suele hablarse de dejar de ser joven para pasar a ser adulto cuando uno es independiente -sin perder de vista que esto son creaciones culturales, antes se pasaba de ser niño a adulto directamente-“, apunta. “Durante la adolescencia uno no sabe quién es y está buscando su identidad. La capacidad de pensar por cuenta propia, la determinación de ‘quiero ser esto o voy a hacer aquello’ condiciona esa madurez psicológica».
Otros aspectos que, desde la perspectiva psicológica, indican que se ha alcanzado la madurez son, como señala en La mente es maravillosa la especialista en Psicología General Sanitaria y Educación Emocional Raquel Aldana, el autoconocimiento (saber reconocer lo que se piensa y se siente), la empatía (sin que la emoción ajena nos abrume), dejarse en paz sin castigarse al cometer errores, mayor apertura emocional o cambiar la queja por determinación y actuación frente a las adversidades. Aptitudes que, Guillermo Fouce considera que “solo se adquieren practicando durante largos tiempos. En ese sentido la independencia juega un papel fundamental: si no tienes situaciones para desarrollarlas, no puedes alcanzarlas. Por ejemplo, una persona que viven en casa de sus padres no puede ejecutar su autonomía del mismo modo”.
Mientras, en internet proliferan términos como adulting para tratar de desentrañar cómo es ser adultos para la generación millennial, “todas las reglas de lo que supone que es ser un adulto se han tirado por la ventana», explican en un estudio de consumo elaborado por BuzzFeed. Y se embellecen ideas como la de la realidad adolestreinta; donde se celebra la falta de ataduras la verdad que se esconde en muchas ocasiones es la imposibilidad de conseguir una estabilidad económica. No es solo que los 30 sean los nuevos 20 porque se hayan «retrasado las etapas y alargado la vida», como explica Fouce. «La mayor dependencia de estos adolescentes longevos puede afectar a su maduración», señalaba Andrés Ortega en su artículo Larga Adolescencia, en El País. La realidad socioecónima pesa en ese sentir de madurez cuando, al compararse con los babyboomers, aquellos a los que les ronda la idea de tener hijos, comprar una casa o siquiera alquilarla, les resulta intangible. La neurociencia señala que a los 30 nuestro cerebro es adulto, pero no todos los treintañeros pueden o quieren serlo (bajo esos términos estandarizados) en condiciones vitales cada vez más precarias.