“Llevamos juntos nueve años y cada vez que nos vemos siento mariposas”: así son las parejas de larga duración que rechazan la convivencia
No comparten gastos, pero tampoco dramas domésticos, sino únicamente los momentos de ocio. Desde cuestiones económicas hasta el deseo de independencia son algunos de los motivos: así son las parejas que han decidido no compartir hogar
Siempre dispuesta a trastocar las convenciones, Gwyneth Paltrow confesó en 2019 a The Sunday Times que pese a estar felizmente casados, Brad Falchuk y ella vivían separados. El guionista y director dormía en la casa de la actriz “cuatro noches a la semana”, cuando sus hijos Brody e Isabella, nacidos de su previo matrimonio con Suzanne Bukinik, no estaban con él. “Creo que ayuda a preservar el misterio y la idea de que cada uno tiene su propia vida”, explicó un año después a Harper’s Bazaar, cuando la pareja ya convivía. Poco después no dudó en publicar en Goop, su web de estilo de vida, el vídeo de una sesión telemática en la que el matrimonio confesaba a Michaela Boehm, su gurú de intimidad, que su vida sexual no se encontraba en su mejor momento. Aunque el motivo era el confinamiento, la intérprete ya había comentado en alguna ocasión tener miedo a que la convivencia jugara en contra de la pasión.
Los porqués de la no convivencia
El término ‘LAT’ (Living Apart Together) hace referencia a las parejas que deciden vivir por separado, y el estudio La gestión de la intimidad en la sociedad de la información y el conocimiento. Parejas y rupturas en la España actual, dirigido por el profesor Félix Requena, de la Universidad de Málaga, indica que suponen el 7% de las parejas. La edad media es de 42,3 años; uno de cada tres miembros es separado/a o divorciado/a (34,2%) y el 46,5% tiene estudios universitarios. “Se trata de relaciones consolidadas, con más de seis años de duración y son las que más esperan continuar en esta situación dentro de tres años (40%). Este grupo son también las parejas que menos esperan casarse (77,5%), y un 43% ha convivido con una pareja anteriormente”, aclara el informe, que identifica cinco tipos de parejas sin convivencia en relación con las razones para no convivir. Quienes se encuentran en esta situación por “considerarse muy jóvenes para convivir”, un motivo al que alude el 25,4%, quienes no conviven por “motivos económicos”, que se engloban dentro de un 25,7% y un 7 % que lo hace “para mantener su independencia”. Las parejas que no conviven por “circunstancias laborales” responden al 13%, y por último se encuentran quienes “no están preparados para convivir”, algo que puede suceder en todas las generaciones donde hay un nuevo emparejamiento (7,1%). “En el caso de irse a vivir juntos, surge el temor a perder la libertad o tener que sacrificar aspectos de la propia vida para tener que satisfacer las necesidades de la persona amada. El miedo al compromiso se traduce en miedo a contraer obligaciones o miedo a formalizar una relación. Es un miedo que, en la mayoría de las ocasiones, es irracional y que suele aparecer en las relaciones de pareja”, matiza Judith Mesa, psicoterapeuta en Vivofácil.
Comenta que las personas con más de 40 años suelen saber por experiencia que la convivencia no es fácil, especialmente cuando cada uno lleva una temporada viviendo a solas. “Se adquieren una serie de costumbres, rutinas y se vive con libertad el día a día sin tener que dar explicaciones. Cada vez se prioriza más la libertad sobre la convivencia, no quieren renunciar a los privilegios de vivir solos, aunque sí se quiere una relación e intimidad de vez en cuando”, asegura Mesa.
Es el caso de la figurinista y estilista Cristina Rodríguez (55), que en 2021 se casó con Raúl García, expresidente de Fiat España, tras cinco años de relación. “En realidad, nunca nos hemos sentado a hablar acerca de no vivir juntos, pero teníamos claro que al tener él custodia compartida, esta fórmula era buena para que pudiera estar con sus hijos a solas y que yo me relacionara con ellos en momentos de ocio. A medida que han ido creciendo, nos dimos cuenta de que estábamos bien sin vivir juntos. Por si fuera poco, ahora se ha ido a trabajar a Mallorca, mientras que yo vivo en Madrid, pero ni siquiera sabemos si viviríamos juntos si viviéramos a una calle de distancia. Nos da miedo modificar algo tan bonito y con lo que somos tan felices”, explica a SModa.
Luces y sombras
Como ventajas señala que vivir separados les evita tener problemas de convivencia cotidianos y que al llegar al hogar, cada uno pague con el otro el malhumor fruto del cansancio resultante de sus estresantes trabajos. Precisamente el mundo laboral ha de saber adaptarse a las parejas LAT, ya que estas relaciones impactan en cómo las empresas deben estructurar sus políticas de conciliación al necesitar flexibilizar las políticas de trabajo, ofreciendo horarios adaptados, permisos personalizados y programas que reconozcan las diferentes realidades familiares. Cristina López, directora de planes de conciliación en Vivofácil, asegura que las empresas han de considerar las relaciones LAT y los diferentes modelos de familia en sus planes de conciliación para adaptarse a la diversidad social y garantizar que todos sus empleados, independientemente de su estructura familiar, puedan equilibrar su vida personal y laboral de manera efectiva. “Las parejas LAT requieren una flexibilidad distinta en comparación con familias tradicionales o monoparentales. Al reconocer esta diversidad, las empresas fomentan un ambiente inclusivo y aumentan el bienestar de sus trabajadores, lo que a su vez incrementa la productividad y reduce la rotación de personal”, explica. Asegura que incorporar políticas que permitan horarios flexibles, permisos por razones familiares diversas y la posibilidad de teletrabajo son clave para adaptarse a las necesidades de diferentes tipos de familias.
Por descontado, no todo son ventajas. Judith Mesa explica que las relaciones LAT se pueden enfrentar a algunos inconvenientes, como las condiciones socioeconómicas. “Aunque en algunos casos hay una independencia económica en las dos partes, muchas personas eligen este modelo debido a la falta de solvencia económica que les impide emanciparse de sus padres o porque tienen que seguir compartiendo piso. También puede entrar en juego el miedo al compromiso, el enganche emocional con la familia de origen, la falta de confianza para comprometerse y el hecho de que aquellos que han vivido solos durante mucho tiempo puedan encontrar difícil adaptarse a las concesiones y sacrificios que la convivencia en pareja implica”, dice la psicoterapeuta.
La comunicación y la confianza son claves en este tipo de relaciones, así como determinar la pareja con claridad si el modelo LAT es una solución temporal o permanente y establecer metas compartidas. Otras de las ventajas a destacar son la facilidad de mantener viva la pasión durante más tiempo y pasar más tiempo de calidad compartido. “Hablamos mucho por teléfono entre semana y cuando llega el fin de semana, nos dedicamos al ocio y a nosotros mismos. Practicamos sexo, nos damos masajes, vamos a cenar a restaurantes teniendo muchas ganas de contarnos cosas, quedamos con amigos… De hecho, todas mis amigas recién divorciadas dicen que somos sus referentes y que quieren una pareja así para poder tener su vida plena e independiente y pasar juntos los fines de semana y las vacaciones. Por descontado, si quieres dormir con tu pareja entre semana o si te quieres ir de escapada con tus amigas, puedes. No hay normas”, asegura Cristina Rodríguez.
El estudio de Félix Requena al que aludimos al comienzo indica que aunque las parejas que no conviven están presentes en todos los grupos de edad, lo están todavía de forma poco significativa a partir de los 60 años, al contrario de lo que ocurre en el centro y el norte de Europa. “Las parejas sin convivencia aún no se identifican específicamente con las personas más mayores, posiblemente por valores culturales más reacios al reemparejamiento en estas generaciones y por el mantenimiento de una importante red de apoyo familiar que dificulta la búsqueda de nuevas parejas, pero esta es una cuestión que previsiblemente va a cambiar de forma significativa en los próximos años con el envejecimiento de las generaciones que protagonizaron el cambio familiar en nuestro país”, señala el informe.
Cristina Rodríguez confiesa que no descarta, cuando su marido y ella dejen de trabajar, vivir juntos. “Será entonces cuando tengamos ocio y una vida más placentera en la que no tendrá cabida ese mal humor que te invade cuando llegas a casa tras un duro día de trabajo. Y por descontado, tendremos menos ingresos”, matiza.
Aunque el dinero es uno de los principales motivos de ruptura entre las parejas de todo el mundo, compartir gastos es una de las razones que motivó a Cristina Quintero (40), store manager, plantearse vivir con su pareja, con quien sale desde hace 10 años y de quien vive separada. “Al comienzo nos lo planteamos, porque nos han educado socialmente para creer que es lo que hay que hacer. Sin embargo, siempre llegamos a la conclusión de que iba a ser un gran error, porque así nos va genial. En otras ocasiones el motivo del planteamiento fue económico, y la verdad esas fueron las veces que más cerca estuvimos de vivir juntos. Aún así, siempre volvimos al mismo punto. Estamos seguros de que no nos iría bien y creemos que perderíamos nuestra independencia”, explica. “Tener cada uno nuestra casa nos permite desconectar por completo, tanto si hay un momento malo de la relación como si sencillamente, nos apetece pasar un tiempo a solas. Como mujer, valoro no depender de nadie y saber que tengo “mi casa” , de la que puedo disfrutar cómo y cuándo quiera”, asegura.
Judith Mesa recalca que en la actualidad este tipo de relaciones son más sencillas de poner en práctica gracias a la tecnología, aunque aclara que en ningún caso los aliados tecnológicos suplen el contacto físico y la conexión que se genera cuando se está junto a la pareja. De hecho, vivir separados exige a quienes lo hacen esforzarse para verse, algo que Cristina Rodríguez domina a la perfección. “Aunque mi marido vive en Mallorca, nos vemos el 95 % de los fines de semana. Está claro que hay que hacer esfuerzos, pero vernos es siempre maravilloso. Cada vez que nos vamos a ver tengo mariposas en el estómago… ¡Y llevo nueve años con él! ¿Mi conclusión final? No hay que vivir juntos. Vivir separados es la panacea”, dice como broche final.