Así se defiende la mujer musulmana del machismo extremo
Han estudiado, saben idiomas y se mueven como pez en el agua por las redes sociales. Ahora reivindican que sus derechos se equiparen a los de los hombres desde blogs, Youtube y canciones de hip-hop.
Vayamos olvidando los prejuicios. Se pueden seguir los preceptos del Islam y ser una mujer del siglo XXI, tal como lo entendemos por estos lares: conscientes de que portar el gen XX no debe ser excusa para negar el derecho a la educación, la justicia o la igualdad familiar. Ellas empiezan a contar. Y a pelear. Sin pegar un tiro, porque no hay arma más letal que la palabra inteligente. En realidad, como señala Ángeles Espinosa, corresponsal de El País en Oriente Medio y gran conocedora de los tejemanejes de una región tan compleja como apasionante, el activismo femenino “no es ...
Vayamos olvidando los prejuicios. Se pueden seguir los preceptos del Islam y ser una mujer del siglo XXI, tal como lo entendemos por estos lares: conscientes de que portar el gen XX no debe ser excusa para negar el derecho a la educación, la justicia o la igualdad familiar. Ellas empiezan a contar. Y a pelear. Sin pegar un tiro, porque no hay arma más letal que la palabra inteligente. En realidad, como señala Ángeles Espinosa, corresponsal de El País en Oriente Medio y gran conocedora de los tejemanejes de una región tan compleja como apasionante, el activismo femenino “no es un fenómeno nuevo. Hay una larga (y poco conocida) historia de feministas en Egipto, Irán, India, Marruecos, Palestina o Siria”. Cita por poner dos ejemplos a la marroquí Fatima Mernessi, premio Príncipe de Asturias de las Letras, toda una vida dedicada a reivindicar la educación para las mujeres como medio para sacarlas de la oscuridad a ellas y a sus propios pueblos, o la egipcia Nawal el Saadawi, luchadora infatigable contra la ablación del clítoris. “Pero sí es cierto que tras la Primavera Árabe su lucha está teniendo más proyección. Esto se debe a dos razones: que los medios occidentales nos estamos fijando más en la sociedad civil y que las redes sociales facilitan la comunicación directa con los activistas, sobre todo las mujeres (habitualmente menos presentes en la esfera pública)”.
Estas nuevas Juanas de Arco saben inglés, tienen acceso a Internet y se manejan con fluidez por el ciberespacio. Y, sobre todo, tienen cultura, la llave maestra que abre puertas y derriba muros de intolerancia. En el libro Mujer y Familia en las sociedades árabes actuales, Sophie Bessis y Gema Martin señalan que el despertar de las mujeres en el ámbito islámico es un lento pero imparable proceso evolutivo. Y lo atribuyen al desarrollo de la urbanización, la educación, la desaceleración demográfica y la incorporación de las mujeres a la esfera pública y laboral. Y, por supuesto, a Internet.
Así, en un escenario social empecinado en confinar a las mujeres al espectro privado, Twitter, Youtube y la blogosfera les recuerdan que no están solas. Las redes sociales han creado lazos que les fortalecen en la lucha. Los medios de comunicación extranjeros, fascinados con las revueltas árabes, han encontrado en sus mujeres un filón informativo. Y ellas lo están sabiendo aprovechar. La niña paquistaní Malala Yusafzai capta la atención de occidente sobre el oscurantismo de los talibanes que impiden que las niñas vayan a la escuela a través de un blog escrito con seudónimo para la BBC cuando solo contaba con 12 años. Víctima de un atentado que casi le cuesta la vida, Malala se convierte en el buque insignia de la lucha contra la intransigencia talibán. Hace unos años su lucha no hubiera llegado más allá de su aldea. Hoy la aldea es global.
En Arabia Saudí la prohibición de conducir a las mujeres no es nueva. Tampoco las transgresiones, sobre todo en áreas rurales, donde se hace la vista gorda. Sin embargo, en la gran ciudad ser mujer y arrancar un coche es arriesgarse a mucho más que una multa. Ya en 1990 varias activistas se la jugaron literalmente conduciendo por las calles de Riad. Las autoridades les retiraron el pasaporte y ellas y sus familias sufrieron el escarnio público donde la palabra “puta” era lo más suave que se les dedicaba. Veinte años después, la prohibición sobrevive, pero las rebeldes ya no están solas. Activistas como Wajeha al-Huwaider (actualmente en prisión por el grave delito de prestar ayuda a una mujer cuyo marido había dejado encerrada en casa sin agua ni comida) y Manal al-Sharif se graban conduciendo. Suben los vídeos a Youtube y hacen que se conviertan en virales en las redes sociales. Blogs como Saudi Women Driving, catalizan la lucha. Lo curioso es que, mientras en occidente se interpreta casi como una declaración de independencia femenina, en el reino saudí se ve más como una cuestión de ahorro: depender sí o sí de papá o de un chófer que se encargue de todos los traslados de todas y cada una de las integrantes de una familia, desde ir al mercado a llevar a los niños al colegio, es un gasto que estrangula a muchas familias. No faltan incluso quienes encuentran escandaloso que el país cuente con un millón de conductores extranjeros para estas tareas. Unos trabajadores que envían anualmente más de 16 millones de riyales fuera del país (más de 3 millones de euros). Hablando en plata: divisas que se pierden por una prohibición difícilmente justificable. Cierto que la contestación no viene solo por parte de las mujeres. El humorista saudí Hisham Fageeh parodia la prohibición en el vídeo No Woman, No Drive que ya ha superado con creces los 10 millones de visitas. Con frases como “aún recuerdo cuando viajabas en el asiento detrás, tus ovarios estaban sanos y podíamos tener muchos hijos”. Una sutil, masculina, pero ácida crítica al clérigo que afirmaba que conducir dañaba seriamente los ovarios. El dibujante Carlos Latuff también se ha hecho eco de su lucha creando una serie de viñetas, libres de derechos, que circulan por la Red poniendo imagen a su lucha.
El hiphop, género contestarlo por definición, es otro de los terrenos donde, sin prisas pero sin pausa (y esto también sucede en Occidente, hay más raperos que raperas), van brotando cada vez más nombres femeninos. Ahí están la anglo-palestina Shadia Mansour, la franco-libanesa Malikah 961, la egipcia EmpresS*1… Sus letras hablan poco de sexo explícito, tan habitual en las rimas de por aquí, y mucho de igualdad y de la situación política de su país o del de sus padres. La conciencia política cala por todos los poros de la reivindicación de los derechos de la mujer. Las militantes de Aswat, una organización palestina en defensa de los derechos de las lesbianas en Palestina e Israel, levantan su voz tanto contra una sociedad patriarcal como contra la condición de ciudadanos de segunda que sufren los palestinos en Israel.
El acceso de la mujer a las altas esferas de la política va lento, pero ya es una realidad. Israa Al Modallal tiene 23 años. Divorciada y madre de un niño de cuatro años es la nueva portavoz del Gobierno del grupo islamista Hamás en Gaza . “Y en agosto el nuevo presidente iraní, Hasan Rohani, había nombrado a Marzieh Afjam portavoz del Ministerio de Exteriores”, recuerda Espinosa. De hecho, la desaparición de las diferencias entre hombres y mujeres iba en el programa electoral Rohani. Y algo se ha avanzado: Elham Aminzadeh es también su vicepresidenta para Asuntos Legales. “En realidad, donde están retrocediendo es en los países en conflicto –Irak, Siria– o con inestabilidad política, económica y social –Egipto, Yemen, Afganistán”.
Pero no hay que irse a Oriente Medio para buscar cambios. Algo se mueve en el imaginario occidental respecto a la mujer musulmana. En EEUU Marvel resucita en 2014 al personaje de Ms. Marvel en la piel de una adolescente musulmana de New Jersey que no solo tendrá que bregar con los malos, sino con una familia árabe conservadora que no anda muy por la labor de que la joven vaya de superheroína por la vida. Su personaje sigue la estela de Dust, la mutante afgana con niqab creada en 2002 (el velo negro que solo deja ver los ojos) capaz de transformarse en nube de polvo. ¿Alguien dijo velo? El asunto del dichoso velo escandaliza a ciertos sectores a este lado del Mediterráneo, pero no es un tema prioritario en la hoja de ruta de la igualdad de derechos de las mujeres en el mundo islámico. Sí, tal vez en ocasiones pueda resultar incómodo, pero puede que no menos que unos stilettos de 10 cms, la falda lápiz de talle alto, la angustia por el encrespamiento capilar o la obligatoriedad de llevar una faja moldeadora para disimular los michelines propios de muchas féminas del Occidente de las supuestas libertades. Muchas, como la palestina al Modall, lo llevan por elección propia. Como signo de identidad. Y no por ello bajan enteros sus cualidades guerreras. Con las Femen hemos aprendido que se puede ser aguerrida y reivindicativa sin apenas llevar ropa. Con Merkel y Thatcher, que ser mujer y calzar mano de hierro no son antagonistas. En otras latitudes nos enseñan que, con bastantes más metros de tela sobre el cuerpo, se puede ir rezando y con el mazo dando. Porque, hasta que se demuestre lo contrario, la voz y la palabra escrita no conocen de limitaciones textiles.