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No fue un desnudo, fue un tirante: quién fue Madame X, la mujer que escandalizó a París con un vestido

El Museo d’Orsay dedica una exposición al cuadro más célebre de John Singer Sargent, que desató una tormenta cultural en el París de hace 140 años

No fue un desnudo. Fue un tirante, cayendo —ni siquiera eso: insinuando que podía caer— del hombro de una mujer demasiado visible para su tiempo. Era el verano de 1884 y ese detalle bastó para convertir un retrato en escándalo y a su modelo en un problema público. Ciento cuarenta años después, Madame X, el cuadro de John Singer Sargent que desató aquella tormenta cultural, vuelve al centro del relato en el Musée d’Orsay, dentro de la exposición Sargent. Deslumbrar París, abierta hasta el 11 de enero de 2026, en colaboración con el Metropolitan Museum of Art.

Allí está ella: perfil impecable, espalda erguida, envuelta en negro, con la piel tan pálida que parece brillar. Virginie Amélie Avegno Gautreau, nacida en Luisiana en 1859 y casada con el banquero Pierre Gautreau, no necesitaba demasiada presentación en el París de finales del siglo XIX: era observada, comentada y deseada, siempre en el centro de las miradas. Se movía entre artistas, aristócratas y mecenas. El cuadro que hoy sigue atrayendo a miles de personas a un museo no la descubrió para el público de su época: ella ya existía socialmente antes. Pero con aquel retrato su cuerpo se convirtió en un campo de batalla y su nombre se desvanecería en la historia, reemplazado por un enigma: el de Madame X.

Sargent y Gautreau se conocieron en París a principios de los años 1880, él un retratista joven y en ascenso, ella ya una socialité célebre. Era el momento de grandes escritores como Émile Zola o Guy de Maupassant, de artistas como Monet, Renoire y Manet. Pintor y modelo, compartían algo: hambre de notoriedad. Fue Sargent quien la abordó, atraído por su belleza extraordinaria y el potencial artístico del retrato. En 1883 comenzó a trabajar en los primeros bocetos, aquello no era un encargo formal, pero Gutreau sí posó para él en diferentes ángulos. Ambos buscaban un momento sensacional, y lo consiguieron en el Salón de 1884, la exposición de arte más influyente del verano parisino, aunque no de la manera que esperaban.

“En este retrato podemos contemplar a una mujer que solo con su postura ya nos transmite mucha información. Es una pose erguida, que irradia gran seguridad y, por supuesto, sensualidad, aunque no nos busque con su mirada. Esto ya era un motivo de crítica sobre todo cuando la modelo es una mujer con estatus social y, además, casada”, explica a S Moda Laura Delgado Cebrián, historiadora del arte y divulgadora cultural en redes. “Para comprender un cuadro y la repercusión que pudo crear hay que intentar mirarlo con los ojos de esa época. Nos ubicamos en el contexto de la Belle Époque, una etapa productiva culturalmente hablando, pero igualmente crítica a nivel social. En épocas anteriores, se recurre a ‘disfrazar de Venus’ muchos de estos retratos para omitir el deseo sexual de una mujer cualquiera. Obras como la de Madame X nos demuestran que algo estaba cambiando”, añade.

Sargent, estadounidense formado en París desde los 18 años, ya había retratado a la élite cosmopolita de la Belle Époque con virtuosismo técnico y ojo para la elegancia. Su ambición era alta: deseaba una obra que lo consagrara definitivamente y tenía motivos para sentirse seguro ante el estreno, ya que en diez se había convertido en uno de los retratistas más solicitados de París.

Lo que vino después fue un terremoto cultural. Lejos de alabanzas, los críticos despellejaron la obra: el tirante, el maquillaje intenso y la pose altanera de Gautreau desafiaban la decencia. Para entenderlo hoy, fue algo así como la primera vez que Kim Kardashian “rompió internet”, en 2014, con la portada de Paper fotografiada por Jean-Paul Goude, la del desnudo posterior con la copa de champán sobre el trasero (una reinterpretación en clave pop de una de las fotografías de Goude, de 1976). Ambos son ejemplos de cómo el cuerpo de la mujer se convierte en campo de batalla cultural, con la diferencia de que Kardashian sí controló la narrativa, mientras Gautreau quedó atrapada en la polémica y su opinión sobre el escándalo no trascendió nunca.

“Toda obra de arte nos habla de un momento histórico irrepetible. A grandes rasgos, comprender cómo la sociedad apreciaba y condenaba ciertos comportamientos o actitudes por parte de una mujer también nos ayuda a entender mejor nuestra sociedad y los cambios que ha habido en ella”, apunta Laura Delgado Cebrián.

Sargent repintó el tirante en su lugar original casi de inmediato, aunque la obra se retiró y nunca fue vendida, de hecho, la conservó en su estudio durante décadas. Este tropiezo fue más bien temporal, se trasladó a Londres, su reputación sobrevivió y su nombre continuó más allá del escándalo.

“Pensar que la polémica surgida por este retrato es exclusiva del tirante sutilmente caído no es del todo correcto”, explica Laura Delgado Cebrián. “La alta costura comienza a tener su auge precisamente en esta época en la ciudad parisina, pero lo sugerente de su forma, su intenso color que contrasta con la piel de la modelo que queda a la vista… Todo estaba medido para ser el centro de atención de esas críticas miradas decimonónicas. Su escote, su rostro y la posición de sus manos la hicieron pecar de indecorosa. No hay un solo motivo para repintar el tirante del vestido que conozcamos o haya sido afirmado por parte del artista. Puede que Sargent no quisiera incomodar a sus potenciales clientes con este ‘desafortunado’ detalle”.

Según Deborah Davis, autora de la biografía Strapless: John Singer Sargent and the Fall of Madame X (2004), el impacto fue devastador para ella: se retiró parcialmente de la vida social y llegó a destruir todos los espejos de su casa para no verse más. Hoy los expertos del Met matizan que esa imagen tan dramática y simbólica no fue tal y que no hubo tanto como un exilio social total, aunque sí vivió el resto de su vida desde un perfil más discreto: siguió encargando retratos y posando para otros pintores, moviéndose en círculos selectos y cuidando su presencia pública con discreción.

Virginie Gautreau murió en 1915, a los 56 años, aún marcada por aquel verano de Madame X. Al año siguiente, Sargent vendió la pintura al Met, calificándola como “lo mejor que he hecho”. También pidió expresamente no nombrar a Virginie en el título del cuadro, por lo dramático del recuerdo. Desde entonces, la obra ha pasado de escándalo a joya de la colección, y hoy vuelve a ser el foco de admiración en esta exposición que la reubica en el corazón de la historia del arte.

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