El paradigmático periplo de Russell Brand: de ídolo progre a caído del ‘MeToo’ que defiende a Trump
Su caso encarna el arco dramático clásico del hombre activista de izquierdas al que el movimiento feminista sacó los colores por conductas inaceptables y que, como reacción a la “persecución del sistema” decide pasarse al otro lado de la carretera, renegar del progresismo, aborrecer lo ‘woke’ y hacerse negacionista
Antes de que Donald Trump pasase a la historia por ser el primer presidente de los Estados Unidos en llegar al cargo siendo un delincuente condenado por los tribunales, ostentaba otros muchos dudosos honores, como el de haber sido el primer candidato en atreverse a usar argumentos directamente misóginos durante una campaña presidencial. Ocurrió en la anterior, la de 2016, cuando se filtraron unos audios de 2005 en los que decía aquello de que la mejor manera de dominar a las mujeres era “agarr...
Antes de que Donald Trump pasase a la historia por ser el primer presidente de los Estados Unidos en llegar al cargo siendo un delincuente condenado por los tribunales, ostentaba otros muchos dudosos honores, como el de haber sido el primer candidato en atreverse a usar argumentos directamente misóginos durante una campaña presidencial. Ocurrió en la anterior, la de 2016, cuando se filtraron unos audios de 2005 en los que decía aquello de que la mejor manera de dominar a las mujeres era “agarrarlas por el coño” (o grab’em by the pussy). En ese momento el comediante, showman, actor y autor británico Russell Brand todavía vivía en Reino Unido, donde era colaborador de medios marcadamente izquierdistas como New Statesman y defensor de causas que actualmente se llamarían woke (como los movimientos antiglobalización y la causa palestina). El pasado martes, cuando se conoció la victoria de Donald Trump frente a Kamala Harris, el mismo Russell Brand que en tiempos pretéritos hizo campaña en su país de origen por Jeremy Corbyn lucía ahora orgulloso una característica gorra trumpista en la que se podía leer “Hagamos a Jesús lo primero de nuevo”. Esta conducta no resultaba sorprendente teniendo en cuenta el perfil del personaje, adicto a la atención mediática. Quien haya seguido los pasos del comediante que saltó a la fama en los primeros 2000 como presentador de la MTV sabrá que Brand siempre ha sido un polemista. Sin embargo, su caso reencarna el arco dramático clásico del hombre activista de izquierdas al que el movimiento feminista sacó los colores por conductas inaceptables y que, como reacción a la “persecución del sistema” decide pasarse al otro lado de la carretera, renegar del progresismo, aborrecer lo woke y hacerse negacionista.
A pesar de que desde principios de 2000 y en repetidas ocasiones muchas mujeres que se cruzaron con Brand en su camino profesional hablaron de sus formas abusivas y su voracidad sexual (la primera de ellas fue la hermana de Kylie Minogue, Dannii, quien ya en 2006 contó en una entrevista que este señor la había acosado sexualmente después de llevarla a su programa).
Cuando en 2019 Brand –que ya se había mudado permanentemente a Estados Unidos a colaborar como humorista en programa de televisión– se convirtió en noticia global por casarse con la cantante Katy Perry y después abandonarla mediante un mensaje de Whatsapp, todas aquellas voces que habían hablado contra él al otro lado del Atlántico empezaron a escucharse con más fuerza. El Movimiento #MeToo les había dado la fuerza para hacerlo. Con su reputación ya muy tocada, en 2020 Russell Brand decidió que su nueva personalidad frente a la pandemia sería la de comunicador negacionista. En 2021, su canal de YouTube ya era uno de los señalados por las autoridades mundiales competentes como difusor de bulos. En 2022 Brand hablaba abiertamente sobre los “planes secretos” de la Organización Mundial de la Salud para acabar con ciertos sectores de la población. Y en esas estaba cuando a mediados de 2023 se vio obligado a volver a prestar atención a los medios de su país de origen.
Un medio muy poco sospechoso de wokismo, el diario The Times, publicaba una investigación de más de cuatro años en la que cuatro mujeres se atrevían a acusar públicamente a Brand de todo tipo de vejaciones. La primera mujer alegaba que Brand la violó contra una pared en su casa de Los Angeles y que acto seguido fue atendida en un centro de mujeres, como demostraban sus informes médicos. Horas después de abandonar la casa de Brand, la víctima le mandó al showman varios sms diciéndole que cuando una mujer dice no quiere decir no y que sintió que él se aprovechaba de ella, a lo que él respondió que lo sentía mucho.
La segunda mujer alegó que Brand la había agredido cuando él tenía 31 años y ella, todavía una colegiala, tenía 16. Esta contó que su “amante”, durante una relación que etiquetó de abusiva, se refería a ella como “la niña” y que en una ocasión, el comunicador había forzado una felación tan violenta que le hizo vomitar. Esta víctima explicó que para conseguir que Brand parase tuvo que golpearle el estómago. Una tercera mujer contó que Brand no solo la agredió sexualmente sino que después de hacerlo le dijo que emprendería acciones legales contra ella si se lo contaba a alguien. La cuarta entre sus acusaciones no solo citaba el acoso sexual sino también el maltrato psicológico. Por supuesto, Brand negó todas las acusaciones y las tildó de “fabricación de los medios mainstream”, abrazándose a esa letanía tan propia de la era Trump, en la que poner en solfa a las grandes instituciones globales y a los medios tradicionales es prácticamente un mandamiento.
En esta campaña electoral, Brand, bajo pago, ha dado alas a la campaña del delirante Robert J. Kennedy, pero en cuanto se ha sabido resultado electoral él lo ha tenido claro: la América que puede salvarle es la del grab ‘em by the pussy.