El lazo cada vez más suelto

“Ajustar cuentas con el pasado no es sencillo, pero Molly Ringwald lo ha logrado varias veces”

Sofía Ruiz de Velasco.

En una cena con 10 mujeres listísimas, en la mesa de una cocina entre alcachofas, ensalada de remolacha, copas de vino tinto y conversaciones superpuestas, me llegó una recomendación desde lejos: el podcast de la revista literaria The Paris Review. Al día siguiente recibí un mensaje de la recomendadora con uno de los episodios. Escuché en cadena varios hasta que me topé con uno en el que aparece Molly Ringwald.

Las fotos de esta portada, disparadas por Paola Kudacki en Nueva York, se iban a hacer unos días después, así que interpreté aquel WhatsApp como un acto de psicomag...

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En una cena con 10 mujeres listísimas, en la mesa de una cocina entre alcachofas, ensalada de remolacha, copas de vino tinto y conversaciones superpuestas, me llegó una recomendación desde lejos: el podcast de la revista literaria The Paris Review. Al día siguiente recibí un mensaje de la recomendadora con uno de los episodios. Escuché en cadena varios hasta que me topé con uno en el que aparece Molly Ringwald.

Las fotos de esta portada, disparadas por Paola Kudacki en Nueva York, se iban a hacer unos días después, así que interpreté aquel WhatsApp como un acto de psicomagia. En el podcast la actriz lee una historia corta sobre una adolescente que pierde a su madre. Un rol que, por supuesto, había interpretado Molly Ringwald en su propia adolescencia cuando protagonizó La chica de rosa. La película, quizá con El club de los cinco, es una de las más famosas del combo que formó Ringwald con John Hughes, con quien empezó a trabajar en 1984 cuando el director le escribió a ella, o más bien a la foto de ella que tenía en su despacho, su primer éxito de taquilla, Dieciséis velas. Estas tres películas posicionaron a la actriz, de 16 años, como símbolo adolescente de una generación. Entonces desapareció. El miedo a ser para siempre la chica de rosa sumado a las dificultades de ser adolescente entre tiburones en el Hollywood de los ochenta, como contó en un artículo en The New York Times titulado Todos los otros Harvey Weinstein, le animaron a probar suerte con el cine de autor. Se marchó a Francia, trabajó con Jean-Luc Godard en El rey Lear, y allí se quedó.

Pero no es tan fácil desembarazarse de una etiqueta generacional. “La palabra adolescente se me ha pegado como un molusco”, escribió en el libro que publicó poco después de cumplir 40 años. Basta querer librarse de algo para encontrarlo multiplicado, lo explica muy bien Truman Capote/Tom Hollander en la nueva entrega de Feud, la serie de Ryan Murphy dirigida por Gus Van Sant que ha recuperado a una Molly Ringwald de culto. En un capítulo, el escritor alcoholizado come de una caja de cartón comida china para llevar. Odia las zanahorias en la receta, así que trata de separarlas. “Cuanto más apartas las zanahorias, más se convierte todo en un plato de zanahorias”, se queja. Algo así le ocurrió a Molly Ringwald hasta que decidió escribir, traducir y volver con este proyecto a los 50 años en los que interpreta a una mujer desquiciada y poderosa alejada de su reconocible candidez. En Capote vs los cisnes interpreta a Joanne Carson, la única de los cisnes que fue fiel al escritor hasta el final. La serie está generando una gran revisión de la persona de Capote y su relación con sus supuestas amigas, mujeres a las que utilizó para ascender socialmente y para despedazarlas en su obra.

Ajustar cuentas con el pasado no es sencillo, pero Molly Ringwald lo ha logrado varias veces. En 2018 publicó un texto en The New Yorker en el que hablaba de cómo John Hughes había mantenido en el guion de El club de los cinco escenas de acoso sexual que resultaban incómodas a la actriz. En 2023 tradujo del francés la biografía de Maria Schneider, la actriz de El último tango en París, a la que, como contó ella misma mucho más tarde, nadie avisó de que se iba a rodar la escena de la violación con la mantequilla porque, como dijo Bertolucci, querían que reaccionara “como una mujer, no como una actriz”. Ella tenía entonces 19 años y aquel abuso la marcó para siempre. Ringwald decidió traducir este libro porque ella misma, según contó en una lectura de la obra, había pasado “por experiencias en las que no he estado protegida, pero leyendo lo que le ocurrió a Maria me siento afortunada”. La fortuna de no haberse convertido en el clásico juguete roto manipulado por un autor, sino ser ella misma la autora.

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