El drama de la ‘hijidad’ o por qué la relación entre madres e hijas es tan complicada

Existen muchos ensayos sobre maternidad, pero Blanca Lacasa probablemente ha firmado el primero sobre lo que implica ser hija con ‘Las hijas horribles’ (Libros del K.O.)

ANTON GOIRI (RETRATO BLANCA LACASA), HULTON ARCHIVE, ISTOCK, GETTY IMAGES / ILUSTRACIÓN: MAR MOSEGUÍ

La voz de 13 mujeres que podrían ser millones.13 hijas que podríamos ser todas las hijas. Más las que convirtieron la relación con sus madres en literatura: Vivian Gornick, Jeanette Winterson, Annie Ernaux, Amélie Nothomb. Más las expertas —filósofa, socióloga, psicóloga, psiquiatra, historiadora, politóloga— conforman Las hijas horribles, el ensayo coral de Blanca Lacasa Carralón, periodista y escritora de libros infantiles, sobre un tema que podríamos calificar como el tema: los desencuentros de las hijas con sus madres. ¿Por qué es tan difícil hablar de esto y, al mismo tiempo, tenem...

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La voz de 13 mujeres que podrían ser millones.13 hijas que podríamos ser todas las hijas. Más las que convirtieron la relación con sus madres en literatura: Vivian Gornick, Jeanette Winterson, Annie Ernaux, Amélie Nothomb. Más las expertas —filósofa, socióloga, psicóloga, psiquiatra, historiadora, politóloga— conforman Las hijas horribles, el ensayo coral de Blanca Lacasa Carralón, periodista y escritora de libros infantiles, sobre un tema que podríamos calificar como el tema: los desencuentros de las hijas con sus madres. ¿Por qué es tan difícil hablar de esto y, al mismo tiempo, tenemos tanta necesidad de hacerlo? ¿Por qué el tema menos explorado de la maternidad es precisamente el que tienen en común todos los seres humanos, ser hijo? ¿Y por qué es tan diferente ser hijo a ser hija? Lacasa se dedicó a investigar ese tremendísimo tema en la vida de todas y el resultado es un libro tan doloroso como necesario y reparador.

¿Cómo surge la idea del libro?

Es un tema del que hablo mucho con amigas y me di cuenta de que hay ahí un asunto peliagudo, levanta muchos sentimientos encontrados. Cuando leí Apegos feroces de Vivian Gornick [en el que la autora analiza la dificilísima relación con su madre] pensé: ¿cómo es posible que una señora que no es de mi generación, que tiene otros códigos, tenga una historia que me resulte tan familiar?

Se convirtió en una obsesión.

Obsesión no diría… O igual sí. Era un tema que estaba muy presente: en conversaciones, en libros, en películas. La escritura del libro fue relativamente rápida porque ya tenía mucho en mi cabeza. Tal vez Apegos Feroces fue el detonante, ese decirme: aquí hay algo universal. ¿Cómo es posible esta comunión emocional tan poderosa cuando hablamos sobre nuestras madres?

¿Se propuso demostrar algo en concreto de la relación entre madres e hijas?

Me propuse que no hubiera blancos y negros. Huir de los estereotipos: la hija mala, la hija pródiga, la hija no sé cuántos. Las relaciones no son así, hay muchos grises.

¿Qué fue lo que más le sorprendió al investigar?

Me llamó la atención que no hubiera prácticamente libros sobre la relación entre madres e hijas de no ficción. Los dos libros que encontré están anclados en teorías psicoanalíticas y, para mí, dejan fuera los criterios ambientales, culturales, religiosos, sociológicos que influyen mucho en este asunto.

Hablemos de relación entre patriarcado, maternidad e hijidad...

La construcción de la figura de la madre, tal y como nos ha llegado, claramente es un ideal del patriarcado que busca garantizar la institución de la familia. En el libro esto está contado muy largo, pero el que la mujer se identifique únicamente con una identidad maternal favorece que arriba de la pirámide estén los hombres y abajo estén las mujeres. Es una cuestión de privilegio: hay que mantener esa estructura en la que al final de su vida, la hija se convierta en madre de su madre. Es repetir el esquema y eso solo pasa en el caso de las mujeres. Las que no tenemos hijos, como no hemos cumplido esa función, tenemos que cumplirla cuidando a nuestra madre. No nos escapamos.

Libros del KO ha publicado ‘Las hijas horribles’.

Algunas de sus entrevistadas han ido a terapia. ¿Qué pasa con las que no han hecho ese trabajo de pensarse?

Justamente, me gustaría que este libro ayudara a que la gente que no tiene acceso a una terapia pueda reflexionar. Este es un tema del que no se habla, así que toda esa gente que no tiene el tiempo ni el dinero para ir a terapia, se dé cuenta de cómo este patrón cultural le ha afectado. Me gustaría que este libro diera lugar a conversaciones porque eso ya es un camino.

¿Cree que despertará susceptibilidades?

El problema es la deificación de la figura de la madre, no el libro. De todos modos, me parece un libro conciliador: la persona que se moleste con él no lo ha leído. Libera a las madres del yugo de la perfección y nos ayuda a las hijas a entenderlas.

También habrá madres que no quieran ser desidealizadas...

La maternidad ha sido para algunas mujeres un motor vital y una identidad, y cuando esa función se acaba, se quedan vacías. Hay un momento en el que madre e hija ya son dos adultas relacionándose y entonces el conflicto se da cuando la madre tiene que cambiar su rol, tiene que dejar de ser madre y no sabe qué ser con su hija. No podemos perpetuar ese sistema de mujeres con identidad única.

En el libro hay mucha rabia, pero también gente que ha aprendido a sanar.

Sí. Quizá el haber hablado con personas que ya pasaron ese proceso en terapia ayude a que otras, cuando lo lean, puedan entender la idea. Siento que sin las voces de la gente que ha podido sanar el dolor y la rabia estaría incompleto. Yo no quería que fuera un diálogo muy emocional, eso lo hemos tenido ya mucho. Hemos estado muy atrapadas en discusiones sin fin que luego llevan a la culpa. Quería dejarlas atrás.

¿Con qué sensación se queda?

Creo que hay que hacer un trabajo ímprobo para romper el círculo continuo de ira y culpabilización de la madre. Hablar de ello con quien sea, un terapeuta o una amiga, ayuda a salir. En el silencio —con miedo, con rencor, con odio— no se sana. Y también hablarlos con ellas: con las madres. Ellas están sometidas a un juicio social muy bestia. Hay que hacer un gran esfuerzo para entenderlas porque la presión que han tenido es muy fuerte, mientras que los padres, en cambio, no la han tenido. El juicio contra las madres es muy rápido: ¿qué hiciste mal? No has sido suficiente. Para una generación en la que la única función era ser buenas madres que se las juzgue es muy duro, es decirles: lo único que tenías que hacer no lo has hecho bien.



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