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La influencia de los cambios estacionales en las personas con trastornos mentales

Las lluvias constantes y cielos nublados pueden generar sentimientos de soledad y aburrimiento en los más vulnerables, debido a la menor actividad fuera de casa

Más allá de las olas de calor o de frío, los cambios estacionales —ciclos anuales de primavera, verano, otoño e invierno— modifican, como es bien sabido, las temperaturas ambientales, pero también la cantidad de luz solar, el régimen de lluvias o la intensidad del viento. Todo ello puede desempeñar un papel importante en la fluctuación emocional de las personas vulnerables, algunas de las cuales pueden presentar una meteorosensibilidad. Hay expresiones coloquiales que dan fe de este hecho. Así ocurre cuando se habla de que “la primavera la sangre altera” para referirse a cambios en el estado de ánimo y el comportamiento, como sensaciones de euforia, energía y sensualidad. Pero esta expresión también alude a la denominada astenia primaveral, un período de cansancio y apatía que algunas personas experimentan durante esa época.

Por otra parte, las lluvias frecuentes o continuas también pueden influir en el malestar emocional de los habitantes más sensibles de las zonas implicadas porque suelen venir acompañadas de cielos nublados. Ello reduce significativamente la exposición a la luz natural y afecta a la producción de serotonina —un neurotransmisor clave para el estado de ánimo, la motivación y la energía— y a los ritmos circadianos, que regulan el ciclo sueño-vigilia, provocando somnolencia o insomnio. Y, lo que quizá sea más importante, en estas circunstancias meteorológicas se sale menos de casa y se produce un mayor aislamiento social, que favorece sentimientos de soledad, aburrimiento y desconexión con el exterior.

A su vez, los vientos persistentes cálidos, como el siroco del norte de África, que se extiende por Andalucía Oriental, Murcia, Baleares o Canarias, pueden causar una sensación de agobio, irritabilidad, fatiga o insomnio, incluso de enlentecimiento cognitivo; y los vientos fríos, como el cierzo, que se siente especialmente en el valle del Ebro, o la tramontana, que sopla en el norte de Cataluña y Baleares, se asocian a cambios de humor, nerviosismo, dolores de cabeza y dificultades de concentración.

Por el contrario, hay algunas creencias populares arraigadas, pero infundadas, respecto a la influencia de la luna llena en el aumento de los episodios de crisis en las personas con trastornos mentales. La persistencia de esta creencia puede deberse a la fuerte carga simbólica de la luna llena en la cultura popular. De hecho, no hay una relación significativa entre las fases lunares y las tasas de hospitalización psiquiátrica, los episodios psicóticos o las conductas violentas. Si existe alguna relación con estas últimas, es muy débil o está influida por factores sociales, como puede ser una mayor actividad social nocturna en noches más iluminadas.

Por lo que se refiere propiamente a los trastornos mentales, el trastorno afectivo estacional puede producir, como otro tipo de depresiones, tristeza persistente, sentimientos de culpa e ideación suicida, pero cursa también con síntomas más atípicos, como hipersomnia, antojo de carbohidratos y aumento de peso. Este tipo de depresiones se desarrolla en personas vulnerables que viven en zonas geográficas con latitudes elevadas, con inviernos largos y poca luz solar, como los países escandinavos o Alaska. Las alteraciones en la melatonina, la disminución de la serotonina y la desincronización de los ritmos circadianos, asociadas a la escasez de luz solar, son responsables de los síntomas experimentados. Todo ello viene acompañado de una reducción de actividades al aire libre, de un menor ejercicio físico y de una socialización más limitada. Los síntomas, tales como tristeza, fatiga, anhedonia, suelen comenzar en otoño, empeorar en invierno y remitir en primavera/verano.

En cuanto a las depresiones graves, las hospitalizaciones psiquiátricas y, especialmente, el riesgo de suicidio, aumentan en primavera y verano, entre mayo y septiembre, con un pico en julio. En general, altas temperaturas y luz intensa se han relacionado con mayor irritabilidad, agitación y conductas impulsivas en personas con trastornos del estado de ánimo. Lo que puede explicar esta alteración del equilibrio emocional son los cambios biológicos relacionados con la luz y el aumento de temperatura; una mayor energía y activación que facilita la ejecución de planes autodestructivos que ya estaban en la mente de los afectados; y, sobre todo, ciertos factores psicosociales. Por ejemplo, el contraste entre la tristeza interior —estado de ánimo negativo— y la alegría percibida en el entorno —más gente en la calle, mayor número de salidas al exterior, celebración de fiestas populares—. Primavera y verano son estaciones asociadas culturalmente a vacaciones, actividad y vida social. Quienes no se sienten parte de ese clima positivo pueden experimentar mayor desesperanza por contraste. Más eventos sociales implican también más tensiones emocionales para este tipo de personas.

Asimismo, los cambios bruscos de temperatura —especialmente las olas de calor— pueden descompensar a pacientes con un trastorno mental grave, como es el caso de ciertas psicosis y adicciones, y generar en ellos un estado de ánimo irritable e incluso conductas violentas. Esto ocurre especialmente si hay antecedentes previos de violencia, no están en terapia, no cuentan con apoyo familiar o social y dejan de tomar el tratamiento prescrito o abusan del alcohol o de las drogas. Es más, personas con vulnerabilidad psicopatológica —por ejemplo, con impulsividad o falta de regulación emocional— pueden responder de manera más violenta en contextos meteorológicos extremos. En estos casos el calor persistente genera una interacción entre las alteraciones biológicas y los factores psicosociales. Así, se duerme peor, pero también se sale más, se interactúa más socialmente y se consume más alcohol. Todo ello combinado facilita la irritabilidad en personas predispuestas. Y la proliferación de lugares y momentos de encuentro multiplica la posibilidad de encontronazos.

En último término, el cambio estacional, el estrés térmico generado por el calor, el frío o sucesos climáticos extremos, como huracanes, lluvias torrenciales o sequía intensa, pueden descompensar el equilibrio psicológico precario de personas emocional o socialmente vulnerables. Es decir, hay una cierta relación entre los cambios bruscos de tiempo, el abuso de sustancias psicoactivas y el aumento de la agresividad.

No obstante, en la escala de motivaciones del agravamiento de los trastornos mentales, las causas meteorológicas no suelen ser primordiales, sino las psicosociales, como el aislamiento social o el abandono del tratamiento. Eso mismo ocurre en el caso de la violencia machista, que se relaciona más con las circunstancias que con la meteorología. Así, los periodos de riesgo para las víctimas son los vacacionales, es decir, los meses de verano, las semanas de Navidad, los días festivos y los fines de semana, donde hay un cambio de rutinas, un aumento del tiempo de convivencia y de los conflictos familiares y, a veces, un mayor aislamiento de la víctima.

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