“Hemos normalizado tomar café con lorazepam, ¿por qué no te quitas las dos cosas?”
La psiquiatra Marta Carmona publica el libro ‘Malestamos’, en el que trata de dar respuestas colectivas a los actuales problemas de salud mental
Marta Carmona (Madrid, 38 años) reconoce que en su gremio, la psiquiatría, tienen un problema para desarrollar respuestas colectivas. “La mirada que tenemos para intentar entender es infinitamente más amplia que la mirada que tenemos para actuar y para intervenir”, lamenta. En el actual contexto de conversación global sobre el (mal) estado de la salud mental, Carmona publica un libro, Malestamos (Capitán Swing), que pretende ampliar el “horizonte más allá del intento de mejorar yo o a mi paciente en concreto, sino...
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Marta Carmona (Madrid, 38 años) reconoce que en su gremio, la psiquiatría, tienen un problema para desarrollar respuestas colectivas. “La mirada que tenemos para intentar entender es infinitamente más amplia que la mirada que tenemos para actuar y para intervenir”, lamenta. En el actual contexto de conversación global sobre el (mal) estado de la salud mental, Carmona publica un libro, Malestamos (Capitán Swing), que pretende ampliar el “horizonte más allá del intento de mejorar yo o a mi paciente en concreto, sino mejorar este barrio, esta ciudad, este entorno de convivencia”. Lo ha escrito a cuatro manos con Javier Padilla, médico de familia y actual diputado de Más Madrid en la asamblea madrileña, para aterrizar una idea: hacen falta estructuras que protejan a los vulnerables antes de que surja el malestar, la crisis o el sufrimiento. Carmona, que pertenece a la junta directiva de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y de la Asociación Madrileña de Salud Mental, no renuncia a la respuesta individual en terapia, como cuando ella pasa consulta, “pero por Dios, que no sea la única forma de responder”.
P. Un panel de expertos acaba de recomendar por primera vez al Gobierno de EE UU que realice evaluaciones rutinarias para detectar signos de ansiedad entre la población.
R. Esto viene de la mirada patológica y totalmente biologicista de intentar entender la ansiedad como un cáncer de próstata: un fenómeno con una historia natural de enfermedad, que tiene un principio y un final, y si lo cazo justo al principio tengo un tratamiento efectivo que lo resuelve. Nada en salud mental funciona así. Generalmente, nosotros hablamos de trastornos, cuyo principio y final es mucho más difuso, y que están mucho más integrados en la identidad del sujeto. Igual hay políticas un poco mejores para intentar disminuir la ansiedad que viene, por ejemplo, de una precariedad laboral: por mucho que tú la detectes, si no mejora, necesitas una respuesta a un conflicto que no se resuelve. Es como cuando Amazon anunció las cabinas AmaZen [de relajación para sus empleados]...
P. Parecía una parodia de El Mundo Today.
R. Sabemos que estamos generando unas condiciones de vida insufribles para muchísima gente y vamos a taponarlo como sea, con cualquier solución. Como si en tiempos de la esclavitud dices: vamos a intentar detectar depresión entre los esclavos y les vamos a dar antidepresivos y psicoterapia. ¿O puedes abolir la esclavitud, no? Que probablemente mejore bastante la salud mental.
Vivimos un momento histórico ultraindividualista y entonces la solución para cualquier problema es psicoterapia para todos
P. El tópico dice que los pobres son más felices.
R. Eso es una narrativa espantosa. El sufrimiento psíquico puede aparecer en cualquier clase social. Siempre se ha puesto como ejemplo a Christina Onassis: al final se suicida y su suicidio es tan dramático como el de cualquier otra persona. Pero cuanto más duras sean tus circunstancias vitales, más duro lo tienes para hacerle frente a aquellas cosas que te están haciendo daño y encima tienes menos capacidad de elegir o de cambiar tus circunstancias vitales. La riqueza no es una garantía de buena salud mental, pero desde luego la pobreza sí que es una garantía de quedarte mucho más atrapado y tenerlo mucho más difícil. Ese discurso que pretende negar la parte de las condiciones sociales es terrible.
P. ¿Y qué discurso hay que reivindicar?
R. Vivimos un momento histórico ultraindividualista y entonces la solución para cualquier problema es psicoterapia para todos. Hay muchísima gente que necesita psicoterapia y no puede acceder a ella, esto es una verdad como un templo. Pero al final eso es el marco individualista otra vez. Un contexto neoliberal nunca te va a decir que no a eso, porque además hay un nicho de negocio enorme. Mucha gente se puede beneficiar de la terapia, pero si canalizamos cualquier tipo de sufrimiento a través de esa respuesta individual, probablemente no se está yendo a ninguna causa fundamental. En cada momento hay que prestar atención a esos hilos de los que hay que tirar, que están más ocultos, los que no van a tener a nadie que les ponga un altavoz para sacar un beneficio.
Puedes darle antidepresivos y psicoterapia a los esclavos o puedes abolir la esclavitud
P. ¿La salud mental es el nuevo hablar-de-qué-tiempo-hace?
R. En el momento en que se convierte en el tema de conversación de moda y hay mil reportajes y mil tiktoks de famosos hablando de eso, hay una visibilización y una tendencia a frivolizarlo. También sucede que se lleva más atención, generalmente, quien menos la necesita: se habla muchísimo de cosas más leves y más adaptativas, pero del trastorno mental grave que sigue teniendo un estigma brutal, de ese se ha hablado poquísimo en este bum. Las personas más dañadas no aparecen, pero soy de las que piensa que a la larga va a venir bien que al menos estemos todos hablando de esto.
P. Pero ¿se están dando los debates idóneos?
R. Es bueno que se normalice que la gente hable de su ansiedad. Pero no si la gente tiene ansiedad porque su cuerpo está chillando diciendo no, esto no, esto no es tolerable, y lo que hacemos es decir que así es como hay que vivir. Hemos normalizado tomar café con lorazepam, que todo el mundo sabe que es absurdo. Es absurdo tomarte un estimulante y un ansiolítico a la vez. Pero se hace porque se ha normalizado, porque la vida es así, la vida sigue. Te tomas un café y te activas y te tomas un ansiolítico y te amodorras. Hay gente que tiene trucos: me tomo uno antes, luego otro después. ¿Y por qué no te quitas las dos cosas? No me puedo quitar las dos cosas porque no puedo, te dicen en la consulta.
Es una narrativa un poco peligrosa responderlo con resiliencia: unos esclavos muy resilientes y con muy buena tolerancia a la frustración
P. ¿Por la sensación de tomar el control?
R. Claro, esto para una cosa y esto para otra. Te comento que a tu hígado le da bastante igual para qué te lo tomas. Pero me parece muy significativo de los tiempos. Llevo un día a día que no tiene sentido, mi cuerpo chilla que no, pero es que lo hago para aguantar mi jornada laboral, mis tres horas diarias de transporte público, mi solo ver a mis amigos una vez al mes. En la consulta intentamos que los pacientes entiendan que la ansiedad es una señal que te da tu cuerpo, hay algo que no está yendo bien. Con esas rutinas, estamos planteando que la gente le baje el volumen a la alarma. Suena la alarma de incendios en tu edificio y tú solo intervienes para que deje de sonar, en lugar de mirar si se está quemando.
P. ¿Cómo prevenir de forma colectiva antes de que surjan los problemas?
R. Esa es la parte que a los profesionales de salud mental nos cuesta ver. Yo me doy con un canto en los dientes si se entiende que las soluciones que más te pueden afectar en tu vida a lo mejor no son las que te afectan específicamente a ti, sino algo que te ha protegido previamente. Cualquier cosa que te ponga un poco fácil la vida, quieras que no, va a ayudar al resto. Que las jornadas laborales no sean tan extenuantes, que no haya una situación de precariedad laboral, o también todos aquellos problemas de la salud mental que vienen de lo que sucede dentro de las familias, las mil relaciones intrafamiliares que pueden resultar dañinas. Que haya alternativas cuando un crío está pasándolo mal, sea por un tema escolar, sea por uno familiar, que sepa qué le pasa, tenga a quién recurrir y se pueda romper un poco ese ciclo. O que las personas que afrontan una soledad enorme en ciertas fases de su vida tengan unas comunidades disponibles a las que acudir... Que todas aquellas cosas que puedan generar sufrimiento tengan a gente preocupándose por ellas y tomando medidas. El mejor ejemplo es el bullying en los colegios. Lo puedes entender como un problema individual de todos los críos, de todos los adolescentes, lo puedes entender como un problema a nivel macro. Pero al final los coles tienen que tener sus protocolos, los tienen que poner en marcha... Ahí se ve muy bien cuál es la intervención intermedia: esto existe y los coles tienen que responder de alguna manera. Necesitamos que eso se pueda hacer con todo el resto de elementos que te pueden dañar a lo largo de tu vida, en lo familiar, lo relacional o lo laboral.
Dejar tiradas a personas vulnerables, que las instituciones no las respalden, puede tener consecuencias en la salud mental
P. ¿Hay malestares tolerables?
R. Esa normalización es la que yo veo peliaguda. La tolerancia a la frustración hay que desarrollarla, no podemos generar una sociedad de gente tremendamente inmadura, que no sabe encajar un no o una derrota. Y es verdad que la responsabilidad individual es imprescindible para una buena salud mental. Pero pongo el ejemplo del juego y de la ludopatía: la responsabilidad individual de la persona con juego patológico por supuesto que está ahí, pero si tú lo centras todo en eso, entonces no pasa nada por llenar de casas de apuestas cualquier barrio, sobre todo los más empobrecidos, ni por poner casas de apuestas en los colegios. Con el malestar en general creo que pasa esto: no puede ser que apeles a esa capacidad para que la gente trague carros y carretas. Es muy importante tolerar la frustración, así que nada, todo el mundo a hacer una jornada laboral de 12 horas. Es una narrativa un poco peligrosa, porque el problema es cuando todo hay que responderlo con resiliencia: unos esclavos muy resilientes y con muy buena tolerancia a la frustración.
P. ¿Preocuparse por la salud mental es de izquierdas?
R. En salud mental, cualquier caso concreto lo puedes entender de una manera o de otra si amplías suficientemente el foco. El caso de Simone Biles, por ejemplo. Puedes decir que los Juegos Olímpicos son muy estresantes y cualquier persona tiene derecho a petar, por así decirlo. O que las gimnastas, con la ansiedad, pierden el mapeo y no pueden hacer las acrobacias. O puedes ampliar un poco el marco y ver que las gimnastas estadounidenses venían de un litigio horroroso contra su federación, que había estado encubriendo sistemáticamente un caso terrible de abusos sexuales y que las habían dejado vendidísimas. Si todo el planeta va a ponerse a hablar de la salud mental de Biles en concreto, podemos ver que dejar tiradas a personas vulnerables, y que las instituciones no las respalden, puede tener consecuencias en la salud mental. Al final el sufrimiento psíquico es una reacción a cosas que nos pasan. No voy a decir que hablar de salud mental sea de izquierdas, porque no tendría que ser así, pero preocuparte por la situación en la que vive la gente más vulnerable, plantear cómo cuidamos a los que más sufren, pues sí que tiene un sesgo político. Cuando en la consulta alguien llega contando su ansiedad, sus cosas, pues tú te dedicas a hacer preguntas cada vez con una mirada un poquito más amplia, desde el síntoma exacto a quién es la persona que tienes delante, qué le ha pasado en la vida y qué le ha ocurrido para que ahora esté así. Y acabas encontrando, generalmente, que ese sufrimiento viene de algún sitio, no viene del aire, no surge porque sí. Cuando encuentras un patrón sistemático, que mucha gente tiene un sufrimiento que responde a violencias a las que estamos expuestos muchos, pues dices, podemos responder individualmente, y nosotros no queremos hablar en contra de la atención individual ni muchísimo menos, pero por Dios, que no sea la única forma de responder.
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