Cuando Pink Floyd prescindió de los instrumentos musicales

‘Household objects’ fue un noble fracaso, del que solo se han recuperado dos fragmentos

Portada imaginada por el diseñador Javier Aramburu para 'Household Objects', el disco de Pink Floyd nunca terminado.Javier Aramburu

Verano de 1975. Por King’s Road, la calle fashion londinense, circula un chaval que atrae las miradas. Está su aspecto esquelético, su mirada hostil, pero sobre todo llama la atención por una camiseta tuneada que proclama: “Odio a Pink Floyd”. Se llama John Lydon y pronto entrará en el catálogo de terrores modernos como Johnny Rotten, el aullador al frente de los Sex Pistols.

Un detalle revelador. El punk rock inglés no nace como movimiento político: es una provocación textil puesta en órbita por Sex, l...

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Verano de 1975. Por King’s Road, la calle fashion londinense, circula un chaval que atrae las miradas. Está su aspecto esquelético, su mirada hostil, pero sobre todo llama la atención por una camiseta tuneada que proclama: “Odio a Pink Floyd”. Se llama John Lydon y pronto entrará en el catálogo de terrores modernos como Johnny Rotten, el aullador al frente de los Sex Pistols.

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Un detalle revelador. El punk rock inglés no nace como movimiento político: es una provocación textil puesta en órbita por Sex, la boutique de Malcom McLaren y Vivienne Westwood. También conviene modular la intensidad de su rechazo al rock progresivo: meses después, Lydon/Rotten reconocerá su debilidad por Van Der Graaf Generator, una banda aún más alambicada que Pink Floyd.

Para Lydon, Pink Floyd es el enemigo a batir: Roger Waters y compañía dominan el universo rock durante los años setenta. Lanzan discos pétreos, enigmáticamente empaquetados por los diseñadores de Hipgnosis, conceptos que se eternizan en las listas de ventas. Convertidos en obsesión generacional, generan delirios como la insistencia en que The Dark Side of the Moon (1973) está concebido secretamente como banda sonora para la película El mago de Oz (1939). Y, oiga, si uno se empeña, puede encontrar suficientes paralelismos y coincidencias.

Cierto que Pink Floyd está rodeado de mística. Todos conocen la historia ejemplar de la ascensión y caída de su adalid, el carismático Syd Barrett, seguida por la reconstrucción del cuarteto con David Gilmour, tipo lacónico pero elocuente guitarrista. Aportan música nebulosa para películas contraculturales como More, La vallée y (parcialmente) Zabriskie Point. Alardean de su equipo de directo en la contraportada de Ummagumma. Actúan sin público en el anfiteatro romano de Pompeya. Son las figuras imperiales de Harvest, el exquisito sello underground de la multinacional EMI.

Todo acrecentado por sus arcanos. Bichos raros: han venido de Cambridge, donde ―se dice con retintín― estudiaban arquitectura. No rehúyen las entrevistas, pero tampoco hacen mucha vida social en el Londres pop: tras constantes giras por Europa y Estados Unidos, tienden a encerrarse en los estudios de Abbey Road.

En realidad, están sufriendo. Quieren evolucionar de los largos desarrollos cósmicos hacia canciones más contundentes, en grabaciones densas. Pero la inspiración no acude a la cita, situación humillante para ellos, que recuerdan la inventiva desbordante de Barrett en la primera etapa. Tras el lanzamiento de La cara oculta de la luna, se juntan en el estudio y computan que no tienen material para grabar la continuación. Nada.

Salta entonces la ascética idea de trabajar sin instrumentos musicales: quieren usar exclusivamente objetos caseros, de martillos a teteras. Hoy, cuando cualquier sonido puede ser sampleado y utilizado musicalmente, el planteamiento puede parecer ludita. Pero, en 1973, Household Objects conecta con afanes de la vanguardia continental, como la música concreta de Pierre Schaeffer, que apoya la incorporación de sonidos del mundo real al arsenal de la creación musical.

De lo exuberante a lo escatológico

Nada extraño para Pink Floyd, especialmente para Roger Waters. En Ummagumma (1969), firma una pieza hecha manipulando su voz, con el bonito título de Varias especies de animales pequeños y peludos reunidas en una cueva y divirtiéndose con un picto. En el score para el documental The Body (1970), realizado a medias con Ron Geesin, se integran sonidos humanos, en una gama que va desde lo exuberante a lo escatológico. Todo el grupo participa en Alan’s psychedelic breakfast (1970), donde la música fluye por encima de una grabación de su roadie, Alan Styles, que murmura mientras se prepara el desayuno.

En 1973 van a comprobar la dificultad de crear música ex novo a partir de cubiertos que chocan, bombillas que se rompen, periódicos que desgarran, hachas que golpean madera. Sí, es divertido probar a extraer notas de una variedad de escobas (“mejor las que usan fibras naturales”), pero el obstáculo sigue siendo la escasez de melodías. Avanzan con el frotado de vasos de vidrio —de hecho, un fragmento terminará en la suite de Shine On You Crazy Diamond— pero las copas musicales son un invento reconocido desde el siglo XVIII. Su principal descubrimiento: el bajo eléctrico recreado pulsando gomas elásticas.

Tras meses de esfuerzo, el proyecto se abandona; hoy suele mencionarse como paradigma de los desvaríos de estrellas del rock con presupuestos ilimitados. Pero Household Objects también pudo tener un valor terapéutico, al enfrentar a Pink Floyd con sus limitaciones técnicas y aclarar la dinámica interna: a partir de 1974, se reafirma el liderazgo de Roger Waters, cuyas letras acentúan los elementos autobiográficos y la crítica social.

¿Y el odio de los punkis por Pink Floyd? Menos lobos. En 1976, Malcolm McLaren intenta fichar al propio Syd Barrett como productor de los Sex Pistols. Barrett baja de Cambridge a Londres pero desaparece tras la primera cita con McLaren. Lo suyo no es pose.

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