Proyecto UNA, por un internet alternativo: “Si el odio en la red no diese dinero, habría un 10% de lo que vemos”

El colectivo activista publica ‘La viralidad del mal’, un análisis sobre cómo online se favorecen ciertos discursos y eclipsan otros por la economía de la atención

Los creadores de Proyecto Una, una iniciativa de escritores que analiza diferentes comportamientos en redes, en Can Batlló, Barcelona.Gianluca Battista

Internet está roto. Que las redes sociales aumentan la desinformación, las campañas de acoso o el odio es algo establecido. Lejos quedan las ideas utópicas de una red democrática de libre información donde construir comunidades. La compra de Twitter por Elon Musk, la supresión de verificadores de Meta o la cada vez mayor dependencia a las pantallas hace difícil imaginar un nuevo horizonte. Pero no todo el mundo piensa así. Hay quienes todavía creen que otro mundo online es posible. Con esa esperanza nació en 2018 Proyecto UNA, un colectivo de escritores que investiga las nuevas formas digitales de creación de comunidad y propaganda política. Bajo este pretexto han escrito La viralidad del mal (Descontrol, 2024), un ensayo donde analizan quiénes han quebrado la red, a quién beneficia y qué se puede hacer para arreglarlo.

Los integrantes de Proyecto UNA se dieron cuenta hace años del “mal” que habita en la red. Sus investigaciones sobre cómo la ultraderecha se propaga en la esfera online las volcaron en su primer ensayo: Leia, Rihanna & Trump (Descontrol, 2018). En su nueva obra, profundizan sobre cómo las redes atraviesan nuestras vidas y las controlan. “Por eso buscan que estemos el mayor tiempo con nuestros teléfonos”, zanjan al empezar la entrevista por videollamada dos de las personas que forman el colectivo. Todos los integrantes defienden su anonimato por tres motivos: proteger su vida privada frente al acoso, demostrar que hay otras formas de existir en internet fuera de cultivar una marca personal y poner lo común por encima de lo individual.

También critican que debatir sin “arriesgarse a ser asaltada, acosada o denigrada” es imposible actualmente. En las redes sociales hay odio, pero sobre todo, dicen, hay “monetizadores de odio”: gente que obtiene un lucro económico por agredir verbalmente a otras personas porque las empresas lo permiten. Ante este panorama, plantean una reestructuración: desde las huelgas o apagones digitales organizados a desmonetizar la red.

Usamos los teléfonos móviles cinco horas y 45 minutos al día de media, según un estudio reciente de Electronics Hubs. En la economía de la atención, donde compiten creadores de contenido, medios e influencers, muchos advierten de una pérdida de concentración e incluso de una adicción. Hay quien lo interpreta como un signo de idiotización social, pero en Proyectyo UNA rechazan paternalismos: “¿El problema son los teléfonos o lo que hay dentro? Se pensó lo mismo de la radio o la televisión. No debemos pensar que los teléfonos van a idiotizarnos. Así, negamos toda capacidad humana de cambio”.

Pregunta: En el libro se debate sobre quién ha roto internet. ¿Qué se ha roto y cómo?

Respuesta: Queremos recuperar la idea de internet en sus inicios, que nos haría más libres. Ver cómo ha avanzado esa utopía da un poco de pena. La red ha vivido un proceso absoluto de privatización y ya no concedemos el espacio digital más allá del Big Tech y de los monopolios. Este modelo busca que estemos todo el tiempo posible en la pantalla y genera un tipo de discurso, modula cómo nos comunicamos, cómo interactuamos. Queríamos aportar una reflexión sobre en qué espacios digitales nos movemos y con qué dinámicas.

P: Todo el mundo ha visto viralizarse memes que ya están en el imaginario colectivo. En el libro se habla de las buzzwords [palabras pegadizas] y la importancia del lenguaje. ¿Cómo una persona corriente puede identificar un meme que lleva al odio?

R: Nada es neutral. Lo que recomendamos es que cuando compartas un mensaje en internet y cuando recibas un mensaje o un meme pienses: ¿de dónde ha podido salir?, ¿a quién le interesa que te haya llegado a mi?, ¿quién puede sacar algún provecho con él?, ¿por qué medio me ha llegado? No es lo mismo si el mensaje llega por un grupo de Whatsapp a que si alguien busca gresca en las redes para monetizar el tráfico. Sacar beneficio económico del odio es algo muy peligroso.

P: Muchas veces los memes son el lenguaje para aumentar interacciones.

R: El lenguaje construye cómo es el mundo. Hay expresiones que son racistas, como “cabeza de turco” o “ser un gitano”. Los memes solo son otra forma de comunicación. No necesariamente significa que la persona que usa una expresión así sea un racista, pero podemos reproducir determinados memes sin ser conscientes de el recorrido que tendrán.

P: ¿Es por ello que se popularizan acrónimos como MENA?

R: Hay que imaginarse un embudo. En el nivel más mainstream de las ideas, el más grande del embudo, están los medios de comunicación y canales de youtubers o personalidades más conocidas de internet. A medida que nos adentramos, llegamos a los espacios más reaccionarios, como canales de Telegram o Twitch. Desde ellos, se consigue que las ideas o palabras viajen. El ejemplo de MENA muestra cómo unas siglas de gestión administrativa, usadas en esos canales reaccionarios, se han asentado en el lenguaje generalista. Es un término que ahora tiene una connotación emocional y, muchas veces, influenciada por estos canales.

Entendemos que quien usa el término con normalidad, suele hacerlo para criticar a estos jóvenes extranjeros con una situación precaria. El uso de esta palabra es un triunfo de la ultraderecha. Es una palabra que deshumaniza y que no usa otro concepto como podría ser “niño”. Como el lenguaje en internet se puede monitorizar más que en el mundo analógico, podemos ver el origen de ciertos términos.

El ejemplo de MENA muestra cómo unas siglas de gestión administrativa, usadas en canales reaccionarios, se han asentado en el lenguaje generalista

P: ¿Las empresas dueñas de internet sacan beneficio del odio y la intolerancia?

R: La monetización de odio parte de dinámicas de acoso dirigido. Lanzan un mensaje hacia sus seguidores que van a hacer que la persona señalada lo pase mal un rato. Es una forma muy fácil de mover contenido de baja calidad, pero a un ritmo muy rápido, que es lo que exigen las plataformas. Además, estos mensajes generan mucho engagement, ya que reciben también defensas de la persona acosada y sus seguidores. Plataformas como YouTube o TikTok fomentan vídeos de beef [bronca], donde unos responden a otros.

Todo esto tiene una función aleccionadora hacia quien hable en internet: si eres mujer y hablas de videojuegos, por ejemplo, va a haber una reacción. Muchas de estas personas están ahí por el dinero y si este tipo de contenido no se monetizara, no lo harían. Si no se diese dinero, no habría más de un 10% de los que hay ahora mismo.

P: Ceciarmy es una de las cuentas de memes con más seguidores en España, 4,3 millones. Entre otras cosas, ha publicado una encuesta sobre si el aumento de pecho de una chica era decente o no. ¿Es un ejemplo de cuenta que, aunque no se ha declarado ultraderechista, asume ciertos códigos?

R: Totalmente. No porque él reproduzca esa ideología, sino porque la asume de una forma más pasiva. Para muchos de los monetizadores de odio declarados, sería un sueño que Ceciarmy los repostease. Se presenta como neutro, como algo gracioso que le gusta a todo el mundo, pero realmente es un contenido muy dirigido a hombres jóvenes de entre 15 y 25 años. Es como el caso de Jordi Wild, que se dice que es muy derechas, pero no lo es tanto, sino que es un termómetro social que va asumiendo discursos.

P: ¿Cuánto dinero puede generar un monetizador de odio?

R: Es algo muy opaco. YouTube, por ejemplo, no revela datos y los cambia de un día para otro. Pero para monetizar hoy hay que hacer mucho contenido. Quien vive de esto se pasa muchas horas.

P: ¿Y cómo se relacionan con las Big Tech?

R: En tecnología nada es aleatorio. Todo está decidido previamente de una forma más o menos consciente, porque se ha programado. Por una parte, no hay herramientas desarrolladas para disminuir los discursos de odio, o las violencias racistas y machistas de la red. Por otra, la atención da dinero, y esto les conviene. Los dueños del Big Tech comparten incluso ciertos aspectos ideológicos con algunos monetizadores de odio. Además, no son bloques monolíticos: hace unos años podían apoyar a Obama y ahora hacerlo con Trump.

P: Elon Musk está en el ojo mediático tras su compra de Twitter y su apoyo constante a Trump.

R: Es el ejemplo perfecto de oligarca que se le ha ido la pinza por completo y se ha vuelto de ultraderecha. La estrategia de comprar Twitter como un medio de comunicación podían haberlo hecho en su tiempo Berlusconi o Henry Ford. Ya lo ha hecho Jeffrey Bezos con el Washington Post. Compran medios de comunicación para que digan cosas bonitas de ellos. No es algo nuevo de Internet.

Los creadores de Proyecto Una, en su sede en Can Batlló, Barcelona. Gianluca Battista

P: Solo un 3% de los streamers consiguen reunir más de 30 espectadores de media en sus vídeos. ¿Cómo afectan estos nuevos trabajos a la sociedad?

R: Estamos hablando de jornadas de 10 horas al día a seis o siete días a la semana. Vemos cómo a los que mejor les va se dedican a comprar vivienda y especular con ella, porque es un bien más seguro que la generación de contenido. La mayoría no llega a los 40 años. ¿Podrán vivir de YouTube dentro de 30 años? Si las personas fueran asalariados de las plataformas tendríamos otro tipo de contenido.

La idea de construir una marca personal propia y trabajar mucho en uno mismo viene de Estados Unidos y ha proliferado muchísimo aquí. Esto se liga con la idea de que si no tienes trabajo es porque no lo intentas suficiente. Es algo muy peligroso. También hay que recordar que hay mucha gente trabajando para creadores de contenido que sí son asalariados y siguen los esquemas de organización del trabajo más clásicos.

P: Un 66% de los españoles trabaja con ordenadores, según el INE. En el libro advertis de que prácticamente todos lo hacena través de programas como la ofimática de Microsoft o la nube de Google. ¿Existen alternativas?

R: La comunidad del software libre tiene versiones muy parecidas y eficientes. Se ha hecho una muy buena estrategia para acostumbrarnos a usar unos softwares muy concretos. Los ordenadores que compramos ya vienen con Windows instalado, tiene convenio con todas las instituciones, están en los colegios. Formarse en otro sistema operativo puede ser correoso para quien no tenga tiempo. Google o Apple siguen la misma estrategia. Nuestra relación con el trabajo o con las instituciones está mediada por el Big Tech. Esto es muy peligroso en términos de soberanía tecnológica de un territorio o de que se dan beneficios enormes a empresas que pagan muy pocos impuestos. Es como si el sistema de escritura estuviese privatizado y cada vez que usamos el código tuviésemos que pagarles.

P: Ante este contexto, ¿faltan perfiles más progresistas en internet?

R: Animamos a quien quiera hacer contenido con toque feminista, anticapitalista o antifascista que lo haga. Sí hay creadores de contenido de corte progresista, pero no tienen el alcance de otros justo por el contenido que hacen. Los usuarios de izquierdas no les apoya, no los comparte y no interactúan. Mucha gente tiene mapeadas las cuentas más racistas, porque les indigna y enfada, pero no presta atención a la gente que crea un contenido más constructivo. Nos estamos dejando llevar por la emocionalidad de las redes. Hacen más falta estrategias y pensar cómo queremos existir en internet que más creadores de contenido de izquierdas.

P: Ante el problema del uso ecesivo de los teléfonos móviles y de las redes, vosotros planteáis una huelga digital colectiva.

R: Está bien que la gente quiera pasar menos tiempo en redes, pero eso no cambia nada colectivamente. Proponemos trasladar el malestar personal de estar una hora viendo TikTok a la acción colectiva y hacer una huelga o apagón digital con unos objetivos concretos. Ahora se habla mucho de abandonar Twitter y se están montando campañas conjuntas para hacerlo un día concreto, no como un goteo. El objetivo es que esta gente pierda dinero e influencia.

P: Si internet está roto, ¿cómo se arregla?

R: Volviendo a imaginar. Estamos enterrados en la distopía de que las cosas no pueden cambiarse. Hay que plantearse desmonetizar internet en general. Generar otras relaciones con la creación y consumo de contenido. También replantear el comercio de datos, que ya no solo consume un montón de energía, sino que atenta al derecho de la privacidad de las personas. ¿Realmente beneficia al bien común? ¿O simplemente se lo facilitamos a las empresas publicitarias? No hay que pensar que las redes sociales son terribles y pensar que no se puede hacer nada.

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