Los líderes políticos hacen de un día de transición una etapa reina

Rajoy ataca a Rivera en la ascensión a un Tourmalet parlamentario y, al grito de “aprovechategui”, le deja clavado con su demarraje

El ciclista Bradley Wiggins y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.Foto: atlas

Desde su escaño azul en el Congreso, y sus palmeros ágiles en la espalda, Mariano Rajoy se siente Bradley Wiggins, el ciclista de teflón que ganaba el Tour sin hacer nada más que quitarse de encima a los pesados que se empeñaban en perturbar su paso regular, su ascensión medida de las montañas a las que el ritmo metronómico de sus pedaladas privaba de la épica que tanto desean los aficionados. La calculada, y fingida, imperturbabilidad que aburre. A veces, sin embargo, el metódico Wiggins se desmele...

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Desde su escaño azul en el Congreso, y sus palmeros ágiles en la espalda, Mariano Rajoy se siente Bradley Wiggins, el ciclista de teflón que ganaba el Tour sin hacer nada más que quitarse de encima a los pesados que se empeñaban en perturbar su paso regular, su ascensión medida de las montañas a las que el ritmo metronómico de sus pedaladas privaba de la épica que tanto desean los aficionados. La calculada, y fingida, imperturbabilidad que aburre. A veces, sin embargo, el metódico Wiggins se desmelenaba, azuzaba a sus gregarios y buscaba pillar con el pie cambiado a aquellos rivales tan incansables y oportunistas, como Albert Rivera, que a Rajoy envidia y admira, y cree sentirse a su altura de ganador de Tour. La última clasificación general provisional (la encuesta del CIS) le permite, así lo estima, hablar de tú a tú con el presidente, dos hombres importantes hablando de asuntos de Estado en un hemiciclo plagado de ciclistas efervescentes y cortos de aliento que se conforman con esprintar vivaces en pequeños puertos de tercera y luego levantan el pie, conservando energías para el siguiente repecho.

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Rivera, no, Rivera desprecia los pequeños asuntos cotidianos, las tachuelas que animan las jornadas, las pequeñas corrupciones, la violencia de género, la falta de perspectiva de género en las leyes, las acusaciones de manipulación informativa a TVE, el desprestigio de la Universidad pública, los másters regalados… Su reino no es de ese mundo, el mundo de los perdedores sin esperanza, Podemos y PSOE, a quienes deben frenar los gregarios de Rajoy.

El maillot amarillo se gana en el Tourmalet, no en una meta volante, calcula Rivera. Y lo pelean los líderes directamente. Desafía al presidente, que se despereza y responde.

Los gigantes de la política española decidieron que merecía la pena pelear y convirtieron una sesión de control parlamentario, una etapa de transición, rompepiernas pero sin calado, habitual escenario de exhibiciones de esgrima dialéctica, en una etapa casi reina, con peso para la general. Rivera habló de Cataluña. Atacó la, a su parecer, tibieza del líder, que permite los manejos de los separatistas y no recurre una delegación de voto que puede desbloquear el procés. Rajoy se sintió como el ciclista al que atacan deslealmente cuando ha sufrido una avería, una caída, un pinchazo, víctima del oportunista que rompe leyes seculares no escritas, nada menos que un pacto de Estado sobre Cataluña, por conseguir una mínima victoria de etapa. Un error, sobre todo, estratégico, del líder de Ciudadanos.

Es usted un “aprovechategui”, le espetó Rajoy al irreverente, un demarraje dialéctico brutal y efectivo que se le pagará por los restos a Rivera, desfondado allí en su asiento, junto al pasillo, y una sonrisa helada junto a una portada de El Mundo a todo color y sus revelaciones sobre los fondos públicos y el 9N. Fue una victoria aplastante. El primero que usa como arma oratoria una palabra inusual en un ambiente determinado se apunta el tanto de la originalidad; el segundo que lo haga será ya un imitador. Aunque el término suene a viejuno, se entiende a la primera. Y más se entendió aún con el adorno con que remató su ataque, elogio envenenado al PSOE, un algo así como ya me gustaría que tuvieran la misma lealtad que los socialistas, ellos sí que son leales.

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Wiggins ganó el Tour, pero al año siguiente descubrió que no era de teflón y la afición volvió a constatar que el Tour nunca se pierde en las grandes etapas. Pero a quien gana en el Tourmalet, que le quiten lo bailao.

Ucrónica es una sección de artículos escritos por periodistas de EL PAÍS de diferentes secciones en los que se narraran los plenos del Congreso desde su óptica como expertos en música, cine, libros, deportes, etc.

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