En busca del horario laboral

Trabajo sin horario, pensiones, sistema tributario... son algunos de los desafíos olvidados por la izquierda

diego quijano

No se sabe el motivo, pero la democracia digital, tan parecida a la demagogia desinformada, ha traído consigo no solo el desprestigio del sustantivo —democracia—, sino también de otros modos de organización social que nacieron con ella y crecieron en paralelo. Tal es el caso de los sindicatos que andan perdidos en la nebulosa de los tiempos y convertidos en gestores verticales de dineros públicos más o menos corruptos o inútiles. Los que mejor funcionan son los propiamente gremiales, como el Sindicato Médico y otras agrupaciones profesionales que, aunque no lleven este nombre, hacen a todas lu...

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No se sabe el motivo, pero la democracia digital, tan parecida a la demagogia desinformada, ha traído consigo no solo el desprestigio del sustantivo —democracia—, sino también de otros modos de organización social que nacieron con ella y crecieron en paralelo. Tal es el caso de los sindicatos que andan perdidos en la nebulosa de los tiempos y convertidos en gestores verticales de dineros públicos más o menos corruptos o inútiles. Los que mejor funcionan son los propiamente gremiales, como el Sindicato Médico y otras agrupaciones profesionales que, aunque no lleven este nombre, hacen a todas luces un trabajo sindical, es decir, defienden los intereses laborales de quienes pertenecen a ellas.

La disolución sindical tiene mucho que ver con el desfondamiento de las izquierdas. Los únicos que parecen haberse repuesto del tsunami que estas sufrieron a partir de 1989 con la caída del muro de Berlín son los rusos, que no estaban ni están para perder el tiempo lamiéndose las heridas, como se ha demostrado claramente. Pero los rusos viven en otro tiempo de la historia y transitan aún, con gloria y sin blandura, por la etapa épica. Que los dioses los bendigan. En Málaga el Museo Ruso acaba de inaugurar una exposición sobre arte soviético que lleva el certero título de Brillante porvenir. Es posiblemente lo más espectacular que puede verse en España en este momento.

En realidad la izquierda occidental usufructuaba un sucedáneo de la moral que, sucedáneo y todo, hacía falta. El ruso, como no vivía ni vive en el mundo grácil y aterciopelado de lo descafeinado, se lo tomó todo terriblemente en serio y fabricó la URSS. Desde que falta el apoyo espiritual ruso y la inspiración soviética, las izquierdas occidentales, que ya habían demostrado su vocación de soufflé sin levadura en Mayo del 68, andan como las almas ante la balanza de Osiris, sin saber si se condenan o se salvan. Esperando el dictamen supremo en el purgatorio de la historia van fabricando catecismos para adultos cada vez más infantiles y contribuyendo con entusiasmo a la infantilización. Porque el mercado de catecismos existe y siempre ha existido. La mayor parte de los seres humanos necesita un manual de instrucciones para la vida. Y por lo tanto hay que poner en circulación productos que satisfagan la demanda. La exposición de Málaga es una bofetada de realismo socialista, de glorificación del trabajo y el esfuerzo. ¿Qué tiene esto que ver con esta izquierda de Pedros y Pablos que a lo que aspira es al chándal y a la subvención?

El único producto que las izquierdas occidentales han colocado con éxito en el mercado, desde 1989, ha sido el enfoque ‘de género’

Hay un cuadro gigantesco, espléndido, de Vasili Yekanov titulado Sesión del Presidium de la Academia de las Ciencias de la Unión Soviética. Al que vaya a verlo hay que recomendarle, sobre todo si es de izquierdas, que se pare enfrente un cuarto de hora y que enfoque bien y lo vea. Y muy especialmente, que lo lea con atención y reflexión. Los ahí representados necesitarían varios traductores para comprender qué es eso de los alumnos y las alumnas y el alumnado y la gestión del mundo a partir de problemas de género, producto estrella de las izquierdas occidentales en estos años y el único que a fin de cuentas han sido capaces de colocar en el mercado con éxito desde 1989, por manifiesta incapacidad para mantenerse en su territorio tradicional, el que les dio razón de ser: el mundo del trabajo. Las izquierdas se han olvidado de que los trabajadores existen, antes como ahora. Y por eso los sindicatos están como un chicharrón sin pringue.

La pérdida de derechos laborales, tan duramente conquistados, que han sufrido los trabajadores en los últimos 30 años es pavorosa. Y eso se ha producido tan suavemente y tan sin protesta que es una maravilla. Una víctima egregia es lo que otrora se llamó la jornada laboral.

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En el siglo XIX y comienzos del XX se trabajaba a destajo y costó décadas de tremendas luchas y esfuerzo colectivo reconducir esta situación. Fue especialmente dura la batalla que libraron los sindicatos ingleses por la reducción del horario laboral, que, en los comienzos de la Revolución Industrial, llegaba a las 14 o 16 horas diarias sin día libre en la mayoría de las fábricas, y esto tanto adultos como niños. En 1919 la OIT se reúne en Washington y acuerda un convenio sobre jornada laboral en una horquilla que va de 40 a 48 horas semanales. Saltamos por encima casi un siglo y aterrizamos en la directiva europea de 2003 (Directiva 2003/88/EC) según la cual no se puede obligar a los asalariados a trabajar más de 48 horas a la semana.

La pérdida de derechos sufrida en 30 años por los trabajadores es pavorosa. Pero la legislación sigue manejando conceptos de los siglos XIX y XX

Entre 1985 y 2000 las horas de trabajo per capita habían aumentado semanalmente un 18% en Estados Unidos (véase Christoph Hermann, Neoliberalism and the End of Shorter Work Hours), y esta es una tendencia que crece sin resistencia apreciable en todo Occidente. La realidad hoy es que la mayor parte de los trabajadores asalariados desconoce conceptos como trabajo efectivo, que es aquel que se destina a la ejecución de las tareas para las que ha sido contratado. ¿Cómo identificamos el trabajo efectivo ahora? Pues es la piedra filosofal. Los móviles, las tabletas, portátiles, el e-mail, el WhatsApp… En definitiva, la pantalla animada y la digitalización de la vida han borrado la distancia entre el trabajo y lo que no lo es. ¿Cuando una profesora rellena en la cola del supermercado el informe de un alumno para una visita de padres, a requerimiento del tutor, está trabajando o no? Esta es la cuestión. La legislación laboral sigue generando literatura con conceptos de los siglos XIX y XX y nadie (la izquierda no está ni se la espera) le hinca el diente a la absoluta necesidad de redefinir qué es trabajo efectivo en estos tiempos y cuándo empieza y cuándo acaba la jornada laboral, que muchas veces no termina hasta que se apaga la luz de la mesita de noche después de haber mirado lo último que ha llegado al correo electrónico o al WhatsApp.

La pura verdad es que trabajamos a destajo, que hacen falta dos para sostener una casa y para pagarla hay que endeudarse toda la vida. La tensión entre el trabajo a destajo y la vida familiar ha llevado los índices de natalidad de España a estar por detrás del Vaticano, y no es broma. Le debo el dato a D. Alfonso Guerra. No es esperable que la derecha más o menos neoliberal afronte estos desafíos, pero lo absolutamente incomprensible es que sigan existiendo tantos sindicatos en el más puro nihilismo, con tantos problemas reales y verdaderos que atender.

De algunos de ellos nos vamos a ocupar en esta serie de artículos que se titularán genéricamente Políticas de izquierda. Trataremos de la necesidad de defender las pensiones públicas con argumentos políticos y económicos sensatos; del desprestigio de la Función Pública como erosión del Estado; del despido en desigualdad escalonada, según quien despide; de un sistema tributario basado en las rentas del trabajo y no en otras fuentes de riqueza; del endeudamiento personal y soberano como modo de vida, y de algunos otros problemas bastante serios que están pudriendo nuestras democracias a ojos vista sin que nuestros políticos parezcan darse por aludidos.

María Elvira Roca Barea es filóloga y autora de Imperiofobia y leyenda negra (Siruela).

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