Rajoy: “Las afrentas de algunos no las hemos escuchado”

El presidente reflexiona sobre los abucheos que sufrieron él y el rey Felipe VI en Barcelona

Mariano Rajoy y Felipe VI se saludan antes de la manifestación. Andreu Dalmau (EFE)

“Las afrentas de algunos no las hemos escuchado”. Mariano Rajoy habla de la manifestación de Barcelona un día después de vivir cómo una parte de los asistentes les abuchearon al rey Felipe VI a él. En Galicia, rodeado por cientos de militantes del PP en la ermita de San Xusto, el presidente argumenta la normalidad de su participación en la marcha de condena de los ataques yihadistas de Barcelona y Cambrils (Tarragona). Pide, sobre todo, unidad para combatir el terror. Y proclama: “Algunas polémicas rancias, que n...

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“Las afrentas de algunos no las hemos escuchado”. Mariano Rajoy habla de la manifestación de Barcelona un día después de vivir cómo una parte de los asistentes les abuchearon al rey Felipe VI a él. En Galicia, rodeado por cientos de militantes del PP en la ermita de San Xusto, el presidente argumenta la normalidad de su participación en la marcha de condena de los ataques yihadistas de Barcelona y Cambrils (Tarragona). Pide, sobre todo, unidad para combatir el terror. Y proclama: “Algunas polémicas rancias, que nada aportan a la convivencia, pasarán al olvido”.

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Nunca antes un monarca español había acudido a una manifestación. El histórico gesto de Felipe VI, que como príncipe lideró la concentración con la que Madrid respondió a los atentados del 11-M, quedó empañado por las protestas de los independentistas. Hubo esteladas a su alrededor. Pitidos. Un murmullo constante. Y también carteles y pancartas que vinculaban al Gobierno y a la corona con la violencia en Oriente Próximo: “Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas”, “Mariano, queremos paz, no vender armas”, “Imagina un país que no venda armas”, o “Vuestras políticas, nuestros muertos”.

“Estuvimos donde teníamos que estar, estamos orgullosos de haber estado allí y de que estuviera también el jefe de Estado”, replicó el líder del PP antes de que sus acompañantes evocaran un día “como ningún otro” porque el Rey, el presidente del Gobierno, la del Congreso, el del Senado y distintos ministros escucharon a cada paso muestras de rechazo que rompieron el espíritu de una manifestación convocada para mostrar unidad frente al terrorismo. Para alguno de ellos, el peor día de su carrera política.

Al día siguiente, fuentes de la máxima confianza del presidente relativizaron las protestas y aseguraron que la tormenta sonora captada por los micrófonos no se correspondió en intensidad y dureza con lo experimentado en directo. Destacaron, también, la entereza, dignidad y aplomo del Monarca durante un paseo en el que tuvo que enfrentarse con carteles que le afeaban su presencia. Y subrayaron, finalmente, que la minoría ruidosa suele destacarse, sin por ello reflejar lo que piensa la mayoría silenciosa (hubo 500.000 asistentes, según la policía municipal). Lo ocurrido en Barcelona, argumentaron esos interlocutores, reforzó una parte del análisis que ha hecho el Gobierno sobre el reto independentista: “La política ya no es un enfrentamiento entre ideologías, sino entre emociones. Y contra las emociones es difícil razonar”.

Una semana después de los atentados, las emociones desatadas por los ataques fueron canalizadas por los organizadores en favor de la causa independentista, según la valoración del PP. “La clave de lo que pasó ayer está en asignarle a los voluntarios de la Asamblea Nacional Catalana el orden de la manifestación”, resumieron. “Eso les permitió organizar los laterales de la cabecera y llenar los puntos clave del recorrido con independentistas y esteladas, para organizar la pitada y captar la atención”.

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Ni Ada Colau ni Carles Puigdemont coinciden. “En una manifestación tan grande hay libertad de expresión y mucha gente sale con sus símbolos y con cuestiones complementarias”, afirmó la alcaldesa de Barcelona. El president, por su parte, aseguró que la coordinación de las Administraciones en la respuesta a los atentados había sido digna de elogio, pese a las “legítimas discrepancias políticas en democracia”.

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