¿Y si el PSOE votará ‘Ni’?

El peligro al que se exponen los socialistas acercándose el PP es el de no estar en el Gobierno ni en la oposición

Pedro Sánchez, el pasado 26 de junio durante la Ejecutiva del PSOE.Uly Martín

Pedro Sánchez no está muerto ni termina de estar vivo. Su propia incertidumbre en el duermevela refleja la incertidumbre del PSOE, constreñido a responsabilizarse de un resultado electoral que obliga a facilitar la investidura de Mariano Rajoy.

La cuestión es cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Y qué motivos se irán esgrimiendo para relativizar el maximalismo del Comité Federal previsto este sábado. Saldr...

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Pedro Sánchez no está muerto ni termina de estar vivo. Su propia incertidumbre en el duermevela refleja la incertidumbre del PSOE, constreñido a responsabilizarse de un resultado electoral que obliga a facilitar la investidura de Mariano Rajoy.

La cuestión es cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Y qué motivos se irán esgrimiendo para relativizar el maximalismo del Comité Federal previsto este sábado. Saldrá un "no a Rajoy" categórico, pero seguramente efímero. Un punto de partida extremo que aspira a exigir al PP extraordinarias concesiones. O que pretende incitar, provocar, la implicación de Ciudadanos en ayuda de los populares, de forma que el PSOE podría adjudicarse el liderazgo de la oposición y el antagonismo a los conservadores, aunque fuera sacrificando unos diputados propios en el trance de la votación definitiva

Es una maniobra bizantina, cobardona y complicada. Primero, porque Rivera no pretende carbonizarse en el papel de cooperador necesario de la investidura. Y, en segundo lugar, porque el PSOE no debería incurrir en una degradación del juego parlamentario. Ya lo decía Enric Juliana. O una abstención orgullosa, comprometida, justificada en la conveniencia de acuerdos de Estado. O una abstención cicatera, proporcionada in extremis con la espantá indecorosa de algunas señorías.

El gran peligro al que se expone el PSOE consiste precisamente en no estar en el Gobierno ni estar en la oposición. El acuerdo con los populares que recomendaba Felipe González se explica en la responsabilidad institucional y en el interés patriótico, pero se explica mucho menos en la conveniencia estratégica, partidista de los socialistas.

Un acercamiento excesivo al PP y un consenso elocuente en las grandes iniciativas legislativas regalaría a Pablo Iglesias el gran papel de antagonista. Podría demostrar o delatar el líder de Podemos la connivencia atmosférica de la casta (el PPSOE). Y podría resucitar por encima de sus precarios resultados electorales, trasladando a los ciudadanos que su discurso representa la regeneración de la verdadera izquierda.

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El PSOE necesitaría un barniz de política democristiana italiana, desempolvar ese hallazgo semántico y conceptual que patentó Aldo Moro en el éxtasis del transformismo: entre el sí y el no, existe el ni, prodigio de ambigüedades cuya aplicación exige habilidad, cintura, talento y cinismo, mucho cinismo.

No ha vuelto a hablar Pedro Sánchez desde la noche del 26-J. Y sí lo han hecho todos los demás socialistas —ejecutivos y eméritos— reflejando un guirigay de contradicciones a la altura de un partido que compagina la crisis existencial con sus rutinas prosaicas y cíclicas. Tan cíclica que vuelve a discutirse el liderazgo de Sánchez y que vuelve a replantearse el papel redentor de Susana Díaz, eterna solterona de la política celtibérica a cuenta del vértigo que le provocan las aguas del Rubicón.

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