Columna

Estrategias de distinción

La pobre Europa sigue estando ausente en lo que debería ser su fiesta

Elegir significa escoger, preferir. Y para preferir hay que poder distinguir entre una cosa y otra, marcar la diferencia en la oferta que se nos presenta. Por eso no existe nada más aterrador para un partido político que esa afirmación de que todos son iguales, que no hay verdaderas alternativas. Si ello vale para todas las campañas, en esta de las europeas las estrategias de distinción se están convirtiendo en el issue central de la misma. En la mayoría de los países europeos, y gracias al neopopulismo de derechas, los partidos al menos pueden actuar en un eje que permite diferenciar...

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Elegir significa escoger, preferir. Y para preferir hay que poder distinguir entre una cosa y otra, marcar la diferencia en la oferta que se nos presenta. Por eso no existe nada más aterrador para un partido político que esa afirmación de que todos son iguales, que no hay verdaderas alternativas. Si ello vale para todas las campañas, en esta de las europeas las estrategias de distinción se están convirtiendo en el issue central de la misma. En la mayoría de los países europeos, y gracias al neopopulismo de derechas, los partidos al menos pueden actuar en un eje que permite diferenciar entre más o menos Europa; en España, al carecer de esta opción antieuropea como guía, la hemos sustituido por el eje bipartidismo/multipartidismo. Europa, como era de esperar, queda fuera de la discusión central.

El resultado es fascinante. Fuera de las comunidades con partidos nacionalistas, que tienen otra lógica, el PP y el PSOE se desgañitan por no ser confundidos entre sí, por mostrar sus grandes distancias respectivas. “Yo no soy el otro” podría ser el eslogan de ambos, una afirmación sorprendente en boca de quien dice tener clara su propia identidad. Los otros dos “grandes” partidos, IU y UPyD, una especie de bipartidismo alternativo en la sombra, buscan autoafirmarse también a costa del adversario, fungiendo como la disyuntiva al bipartidismo institucional. “Vótame para acabar con ellos” sería aquí la máxima. Y, en fin, a la izquierda de IU, aunque es poco atrevido ubicarles sin más en el espectro izquierda/derecha, crecen otros grupos políticos —no sé si llamarles “partidos”—, que operan en otro eje, el de políticos frente a ciudadanos. Tanto Equo como Podemos, y en cierta forma también el partido de Ciudadanos (o Ciutadans), se arrogan la representación del hombre común frente a la “casta” política. El problema para ellos no es tanto el bipartidismo como el “sistema” de los partidos políticos que pretenden oxigenar.

Este es el mapa que se está trazando en esta campaña, y que puede tener un final incierto. Tal y como los propios partidos la vienen planteando, se suscitan dos incógnitas. La primera es quién de los grandes acabará como ganador, y la segunda, cuál será su resultado conjunto. Ahora bien, observen que si cala la idea de acabar con el bipartidismo —que PP y PSOE sumados pierdan 20 puntos, por ejemplo—, pero el voto se centrifuga y divide entre una plétora de terceros partidos, entonces, en términos relativos continuaríamos con el bipartidismo. Seguirían reinando después de “muertos” al no haber auténticos aspirantes al trono. Eso sin contar con cómo habría que analizar la abstención.

El caso es que entre tanta polvareda habremos perdido a Don Beltrán, a la pobre Europa, que sigue estando ausente en lo que debería ser su fiesta. Comprendo que queramos ajustar cuentas con nuestro sistema de partidos, pero no a costa de ella. Sobre todo cuando, hoy más que nunca, exige una renovación tan necesaria como la de nuestro propio país.

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