Columna

El poder del lenguaje

En Cataluña hay dos lenguajes: el de la razón democrática y el de una democracia imaginaria

El desafío soberanista catalán se plantea a un doble nivel: el de los actores políticos (Gobiernos, Parlamentos, partidos) y el de los ciudadanos, en lo que nos interesa ahora, los ciudadanos catalanes. Este es un punto clave para entender lo que ahora realmente está pasando en Cataluña. En efecto, tras tantos años de insistir sobre la contraposición entre España y Cataluña, entre catalanes y resto de españoles, así como las dificultades de encaje entre ambos, estamos donde estamos.

¿Y dónde estamos? Pues estamos en la situación siguiente: alrededor de dos millones de catalanes están co...

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El desafío soberanista catalán se plantea a un doble nivel: el de los actores políticos (Gobiernos, Parlamentos, partidos) y el de los ciudadanos, en lo que nos interesa ahora, los ciudadanos catalanes. Este es un punto clave para entender lo que ahora realmente está pasando en Cataluña. En efecto, tras tantos años de insistir sobre la contraposición entre España y Cataluña, entre catalanes y resto de españoles, así como las dificultades de encaje entre ambos, estamos donde estamos.

¿Y dónde estamos? Pues estamos en la situación siguiente: alrededor de dos millones de catalanes están convencidos de que Cataluña accederá a la independencia de forma rápida y fácil, que ese proceso es imparable, que la independencia solo aportará beneficios, que Europa y el mundo aplaudirán este cambio con entusiasmo y, en fin, que los discrepantes con esas posiciones solo tratan de infundir miedo a un pueblo ilusionado debido a su nacionalismo español. Este es el resultado de 35 años de hegemonía ideológica.

Para muchos que no viven en Cataluña, quizás la lectura de la conversación entre tres diputados de partidos catalanes partidarios de la independencia y otros tres de partidos contrarios a la misma, que bajo el título “Líneas rojas en Cataluña” se publicó en EL PAÍS del pasado domingo, ha podido resultar reveladora. Ahí encontramos dos lenguajes: el de la razón democrática y el de una democracia imaginaria. Desde la interpretación interesada y falsa de la última sentencia del Tribunal Constitucional hasta sostener que el proceso hacia la independencia es imparable precisamente por razones democráticas, el lenguaje de los diputados independentistas es absolutamente distinto al de los otros tres. Tan distinto que el entendimiento parece imposible.

Pues bien, este es el tipo de lenguaje que leen y escuchan los catalanes a través de sus medios de comunicación. ¿Cómo se forma una opinión publica? Cambiando el lenguaje, dando a cada palabra el significado que más conviene para una finalidad ideológica determinada: democracia es derecho a decidir, derecho a decidir es derecho a la autodeterminación, las balanzas fiscales calculan los expolios, España es un país centralizado, el 11 de septiembre de 1714 fue el día que España derrotó a Cataluña, desde aquel día la agresión ha sido constante hasta hoy. Etcétera, etcétera.

Lean la conversación de EL PAÍS y verán la pasmosa facilidad con la que se hacen afirmaciones, implícita o explícitamente, parecidas. Pues bien, esto no es nada si lo comparamos con la presión mediática y social en la Cataluña de estos últimos 35 años. Comprenderán quizás la buena fe de los dos millones de independentistas, la mala fe de quienes les han engañado.

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