El mayor regalo para la atención sanitaria mundial
La pandemia sacó a luz la necesidad de contar con sistemas de salud sólidos y adaptables, especialmente en las regiones más desatendidas. Para construirlos, los trabajadores comunitarios son indispensables, pero no están bien tratados
En cada fase de la pandemia de covid-19, los trabajadores comunitarios de salud han sido indispensables. Ellos han realizado diagnósticos, llevado a cabo el rastreo de contactos, atendido a los enfermos, y administrado vacunas. Además, efectuaron todas estas tareas contando con un nivel mínimo de financiación, supervisión y asistencia.
El uso de trabajadores comunitarios de salud en la atención sanitaria rural tiene un largo historial de éxitos. En la década de 1960, los médicos descalzos de China ayudaron a que este país erradicara la viruela y duplicara la esperanza de vida. Una década más tarde, Bangladés emuló en parte la iniciativa china cuando puso en marcha su propio programa, que ayudó a lograr la mayoría de los Objetivos de Desarrollo del Milenio relacionados con la salud en el país. Por ejemplo, aumentando la tasa de vacunación contra la difteria, el tétanos y la tos ferina de niños en zonas rurales, algo que incrementó dicha tasa desde casi cero en la década de 1980 a más del 90% en la actualidad.
Los agentes sanitarios no son médicos ni profesionales en enfermería. Son residentes locales con capacitación médica básica que ayudan a cerrar la brecha entre los centros de salud y las poblaciones desatendidas. Por lo general, son formados por las ONG y reciben poca o ninguna remuneración de sus gobiernos. De hecho, pocos países llevan registros sobre cuántos y quiénes son o tienen una forma de comunicarse con ellos.
Estas personas comprometidas pueden convertirse en la columna vertebral de los sistemas de salud con la misma resiliencia que será necesaria para gestionar la próxima pandemia. Sin embargo, para que eso suceda, estos sistemas necesitan más apoyo.
Los desafíos que enfrentan los agentes comunitarios en todo el mundo son significativos. Muchos de ellos, como por ejemplo las 50.000 voluntarias en Nepal, no reciben remuneración, a pesar de que el valor del tratamiento y la mano de obra libre de coste que este colectivo brinda en todo el mundo se estima en 1,3 billones de euros.
Pero el dinero es solo uno de los problemas. En Brasil, algunos reciben únicamente una o dos semanas de capacitación antes de comenzar su tarea, que será sin supervisión. En Etiopía pasan más tiempo viajando que tratando a los pacientes debido a la naturaleza rural y remota de las comunidades a las que brindan servicios. Una encuesta en Liberia llevada a cabo los años 2018 y 2019 determinó que menos de la mitad de los trabajadores de salud contaban con existencias de zinc o amoxicilina, que salvan vidas. Además, poco más de la mitad poseía soluciones de rehidratación oral y medicamentos contra la malaria, herramientas que son de crucial importancia en un país donde cada año miles de personas mueren debido a la diarrea y la malaria.
Los trabajadores de la salud comprometidos pueden convertirse en la columna vertebral de los sistemas sanitarios con la misma resiliencia que será necesaria para gestionar la próxima pandemia
No es de extrañar que muchos programas de estos voluntarios experimenten altos niveles de deserción y vacantes. En Bangladés, el 15% de puestos está libre. La rotación de personal aumenta los costes, porque se debe reclutar, capacitar y desplegar al personal que reemplace al que renunció. También reduce la calidad de la atención brindada, ya que los nuevos generalmente tienen menos experiencia práctica en la prestación de servicios sanitarios.
La pandemia sacó a luz la necesidad de contar con sistemas de salud que sean sólidos y adaptables, especialmente en las comunidades desatendidas. Para construir estos sistemas, debemos encontrar la manera de contratar, capacitar, equipar, supervisar y remunerar adecuadamente a quienes están en primera línea.
Para empezar, los grupos que gestionan programas de trabajadores comunitarios de salud deben revisar y esforzarse por seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el apoyo a los participantes. Además, los gobiernos deben desarrollar y mantener registros sobre ellos, y estos deben mantenerse actualizados y deben estar geo-referenciados. Igualmente, deben poder ser utilizados para comunicar mensajes de salud pública, mejorar los vínculos entre las comunidades rurales y las clínicas de salud y gestionar las crisis. Hacer un seguimiento de su desempeño también puede ayudar a garantizar que estén capacitados y equipados adecuadamente.
Por último, los gobiernos y los socios de financiación deberían buscar otras formas de ayudar a este colectivo. Una herramienta poco reconocida y muy rentable es una bicicleta resistente. La organización World Bicycle Relief, en colaboración con entidades de la sociedad civil como la Catholic Medical Mission Board y los ministerios de salud de siete países, ha distribuido casi 175.000 de sus bicicletas Buffalo, las cuales han sido especialmente diseñadas; estos velocípedos permiten que los sanitarios pasen menos tiempo en locomoción y más con los pacientes.
Las bicicletas han mejorado los resultados de salud en varios países africanos. En Kenia, los que se transportan en ellas llegaron a más enfermos, superando la cifra anterior de atendidos en un 88%, y el número de derivaciones de quienes necesitaban pruebas de detección de tuberculosis en una clínica local se incrementó en un 50%. En Zambia se cuadriplicó la frecuencia de las visitas médicas. Y en Malawi, se duplicó. Las encuestas muestran que quienes disponen de este medio de transporte son menos propensos a renunciar. Del mismo modo, cuando los supervisores del programa cuentan con una, pueden proporcionar mayor orientación a los agentes comunitarios, lo que a su vez se traduce en una mejor atención sanitaria y una mayor satisfacción laboral para quienes la brindan.
Cuando la fase aguda de la pandemia de covid-19 llegue a su fin, será en gran parte gracias al trabajo incansable de los trabajadores comunitarios de salud. Lo mejor que el mundo puede hacer para maximizar su eficacia durante futuras crisis es cerciorarse de que ellos estén debidamente capacitados, equipados, empoderados e, incluso, que sus servicios sean debidamente remunerados.
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