Hasta diez horas al día sin luz en Sudáfrica en su peor crisis energética desde 2019
El ‘loadshedding’, cortes programados de electricidad que ejecuta la compañía estatal Eskom para evitar la sobrecarga, obedece a un sistema obsoleto que deja a los sudafricanos muy a menudo sin luz. Los pobres lo acusan especialmente
Sudáfrica es uno de los países más industrializados de todo el continente africano. Arrastra, sin embargo, un problema impropio de un Estado que aspira a ser una potencia emergente. Son los cortes de electricidad controlados, o el llamado loadshedding, vocablo inglés que literalmente significa “desconexión de la carga”. Y esto suena a chino mandarín a los recién llegados a este país. Luego, se van enterando con el método más infalible que hay: la experiencia.
Cuando un extranjero se instala en Sudáfrica por primera vez, lo primero que le recomienda su nuevo casero es: cómprate una linterna. Y lo segundo: descárgate en el móvil la app Eskom SePush. Y el guiri no entiende nada, claro. Se trata de una aplicación que te avisa con antelación de cuándo Eskom –la compañía estatal, que genera el 95% de la electricidad en el país– te va a dejar sin luz. Esto es lo que acaba de suceder en la que ya se ha convertido en la peor crisis energética de los últimos tres años.
Lo que ocurre, a grandes rasgos, es que el sistema está obsoleto. Para empezar, las centrales eléctricas funcionan con carbón, un recurso que representa alrededor del 80% de la combinación energética del país. Sudáfrica es el séptimo productor mundial de este material, y se quiere pasar a las renovables y ser una nación limpia antes de 2050, pero esto es otro tema que daría para escribir un libro.
Durante las últimas décadas, la población aumenta; también las industrias. Y la red, sin embargo, no evoluciona con los tiempos, sino al revés: las plantas cada vez rinden menos –están alrededor del 65% de su capacidad– debido a averías y falta de mantenimiento. Ya en 1998 un informe de expertos en la materia vaticinó que el sistema no iba a aguantar y que a partir de 2007 habría problemas serios si se seguía con el ritmo de electrificación del país, sobre todo en zonas rurales y antiguos guetos de población negra de la época del apartheid. Al final, la oferta no va a la par que la demanda, y eso desestabiliza la infra dimensionada red.
Toda esta explicación viene para contar qué es el loadshedding dichoso. Ante los problemas de suministro, Eskom realiza cortes controlados desde el año 2007 para evitar los apagones imprevistos por sobrecarga de la red y para reponer las reservas de emergencia. Los expertos del informe lo clavaron. Así, nos dejan a oscuras unas horas determinadas del día para ahorrar energía y compensar, si puede llamarse así.
Estos cortes no son iguales en cada ciudad, ni siquiera en cada barrio. Y aquí es donde entra en juego esa app del móvil que a los extranjeros nos parece totalmente marciana. El sistema de Eskom divide por fases esos cortes. La 1 significa que te retiran el suministro entre las seis y las ocho y media de la mañana. En la 2, se añade la franja horaria de 22.00 a 00.30. Las fases suben y suben hasta la octava. Cuando se llega a esta, significa que en total casi estás más horas sin luz que con ella: no hay de 4.00 a 8.30, ni de 12.00 a 16.30, ni de 20.00 a 00.30. Una faena. Por suerte, a esta no se ha llegado aún.
Por lo que cuentan los sudafricanos, es tremendamente inusual pasar del cuarto nivel, a pesar de que cada año que pasa las interrupciones de suministro aumentan: 1.130 horas en 2021, récord histórico. Pero lo más alto a lo que se ha llegado fue a la seis, y aquello ocurrió en noviembre de 2019. Hasta ahora. Esta semana, Sudáfrica ha entrado en la sexta fase: seis horas del día sin luz. Pero hoy, en Ciudad del Cabo, entre los apagones de la mañana y los de la tarde, con cambios de fase a mitad del día incluidos, a mí las cuentas me dan 10 horas. Al principio, una piensa que no llegará a tanto, porque lo cierto y verdad es que a veces avisan de un corte y luego no ocurre nunca. Y que, de hecho, a lo largo del año no suele haber más de 40 o 50 días de loadshedding.
Pero esta vez la amenaza se ha materializado, y ha sido por varias razones: primero, por una huelga de trabajadores por sus condiciones salariales, o, según la compañía, “una acción laboral ilegal en una serie de centrales eléctricas que ha provocado retrasos en los trabajos de mantenimiento y reparación previstos”. A ello se une que, el lunes por la noche, 10 unidades de generación eléctrica se averiaron y solo se ha restablecido el servicio en tres de ellas por la huelga.
La diferencia de ser pobre o no
Los primeros cortes comenzaron el viernes pasado y el país lleva toda la semana escandalizado. ¡Una fase seis a nivel nacional! Pero, aunque todo el mundo se lleva las manos a la cabeza, ni siquiera en este asunto son iguales los pobres y los ricos. Porque no se puede obviar que Sudáfrica también es el país más desigual del mundo: eso quiere decir que en una misma ciudad te puedes encontrar, en la misma acera, un concesionario de Ferrari y una mini chabola donde alguna persona sin hogar malvive. Este es el ejemplo pequeño, claro. El grande es el de las estadísticas del propio Gobierno, que dicen que el 10% más adinerado del país gasta ocho veces más que el 40% más pobre.
Esta diferencia queda patente en Ciudad del Cabo, metrópolis turística y acogedora a más no poder. Por ejemplo, el famoso funicular que sube a los turistas hasta lo alto de la montaña de la Mesa (1.067 metros de viaje hacia las nubes) es impulsado gracias a cuatro generadores. Lo mismo las cafeterías y comercios más pudientes. Que teniendo en cuenta que esta ciudad alcanzó el puesto 22 de las ciudades más instagrameables del mundo, cualquiera puede imaginar que son unos cuantos.
A los que no tenemos generadores, nos ocurre que te levantas bien temprano y, para empezar, te tropiezas hasta con tu sombra. Un detalle: en este país ahora mismo el sol no sale hasta las siete y media de la mañana y se está poniendo a las cinco y media de la tarde. Ocurre que cuando te vas a hacer el café, no se enciende la vitro. Y te toca ponerte a trabajar sin la imprescindible cafeína matutina. O que vas a poner la lavadora y te fastidias. O que te quedas sin ducha de agua caliente, por lo menos durante un rato. O que solo puedes trabajar frente al ordenador hasta que la batería se agota y tirando de los datos del móvil... Hasta que se te apaga también. Los cortes nocturnos a partir de las 22.00 también son inconvenientes porque a esas horas una quiere ver Netflix o utilizar la lamparita para leer la novela en la cama. Si son a partir de las ocho, te quedas sin cenar caliente. Y menos mal que estos días estamos a una media de 20 grados a pesar de que nos encontramos en pleno invierno. Pero todo esto se puede asumir.
Sin embargo, millones de personas tienen preocupaciones más serias que estos grandes problemas pequeñoburgueses. Para aquellos que bordean el umbral de la pobreza, o que viven de lleno en ella, el loadshedding es mucho peor. Para los pobres, todo es siempre peor. Por ejemplo, aquellos que regentan pequeños negocios: las peluqueras no pueden encender sus secadores, a los tenderos se les descongelan los comestibles y los tienen que tirar… Mucha gente no puede pagarse un café de tres euros en un local con generador si se han quedado sin poder tomárselo en casa. También a los empleados por cuenta ajena, que no pueden coger el tren para ir de su barrio a su lugar de trabajo y tampoco pagar un taxi. Y también a los niños, que no pueden hacer los deberes en casa porque no ven ni torta.
Y no hay que olvidar que el loadshedding, en general, también supone un tremendo perjuicio para la salud humana. Porque sin electricidad, cuando los semáforos y otras señales luminosas fallan, hay riesgo de que se produzcan más accidentes de tráfico; porque la comida en mal estado por una incorrecta refrigeración –pescado, lácteos…– provoca intoxicaciones. O porque los medicamentos y las vacunas que también requieren frío se van al garete. Tampoco se pueden realizar cirugías ni pruebas diagnósticas ni de laboratorio, por ejemplo. De hecho, en 2019 se calculó que a los hospitales sudafricanos les cuesta unos 45.000 euros mensuales de sus presupuestos mantener un solo generador.
Todo esto, al final, es un freno para el crecimiento económico de este país, que además ya venía tocado desde la crisis global de 2008 y casi hundido por el impacto de las medidas restrictivas derivadas de la pandemia de covid-19. Hasta Goldman Sachs avisó en 2017 de que Eskom era “el mayor riesgo individual” para el crecimiento del país.
Pero no hay visos de que aquí vaya a cambiar nada a corto plazo. Las negociaciones con los trabajadores están en punto muerto y este viernes se retomarán. Sin embargo, aunque se pongan de acuerdo y acabe el conflicto, la compañía ya ha avisado de que los trabajos de mantenimiento atrasados van a tardar semanas en resolverse.
De momento, el país sigue atascado en la fase 4 y a ratos en la 6, y así va a seguir, por lo menos, para el común de los mortales. Porque me acabo de enterar de que la cafetería desde la que escribo estas líneas (utilizando su corriente y su wifi) siempre tiene luz. “Es que nosotros estamos conectados a la red de los edificios del Gobierno, que están aquí al lado, así que nunca nos quedamos sin electricidad, somos unos privilegiados”, me ha explicado el camarero, muy sonriente. Menos mal que me puedo pagar cafés a mansalva.