Se acerca el verano: ¿voluntariado en África?
El extendido comúnmente como ‘volunturismo’ nace del privilegio de unos para satisfacer sus experiencias personales basándose en las necesidades de otros. Es una industria creciente que se nutre de jóvenes no cualificados
Llegan aviones a todo un continente del que apenas salen sus residentes. A menudo cargados de mochilas de aventura, cámaras, pastillas contra todo mal y unos prejuicios que, transformados en firmes sentencias, tienen asiento propio en el billete de vuelta.
Los países del África subsahariana, convertidos en campos de saqueo, en permanentes estereotipos y en oportunidades de futuro para quienes pueden decidir sobre él, son ahora foco del llamado turismo de voluntariado y humanitario. 49 países que en el imaginario colectivo conforman uno solo, pero que laten a ritmo propio con sus innumerables idiomas, expresiones culturales, pueblos, índoles, condiciones y pretensiones; que mutan a impresionante velocidad. Únicamente el desconocimiento lleva a pensar que África es una y que en cualquiera de sus esquinas, los blancos somos necesarios.
Este es uno de los vestigios del colonialismo: el discurso etnocéntrico que asume que el Norte salvará al Sur, que impone sus métodos y que contempla una única forma de desarrollo. El extendido comúnmente como volunturismo nace del privilegio de unos para satisfacer sus experiencias personales basándose en las necesidades de otros. Es una industria creciente que se nutre de jóvenes no cualificados que no llegan a valorar el impacto negativo que provocan sus buenas intenciones.
En ocasiones, esta ayuda no demandada perpetúa y agrava los problemas que pretende combatir. Son resonadas las voces que denuncian el crecimiento de orfanatos en los países empobrecidos que funcionan como tapaderas de empresas occidentales. Negocios que llegan a ofrecer dinero a cambio de menores que ocupen sus paredes y se conviertan en publicaciones de Instagram para sus voluntarios o, para ser correcta, clientes. Son alarmantes la cantidad de proyectos vacíos que invaden este continente, convirtiendo la pobreza en una atracción y no creando ningún tipo de conciencia ni compromiso real –y mucho menos duradero– con las causas.
Los viajes carísimos y exprés al sur global se han convertido en una especie de vocación aplaudida de la que las personas profesionalizadas que desarrollan labores significativas en el terreno siempre huyen
De alguna manera, los viajes carísimos y exprés al sur global se han convertido en una especie de vocación aplaudida de la que las personas profesionalizadas que desarrollan labores significativas en el terreno siempre huyen. Quizá el primer requerimiento antes de formar parte de esta moda sea cuestionarse los motivos e intenciones que nos empujan a ella. Distinguir si nuestra aportación puede ser particularmente sustancial, porque si la respuesta es no, entonces será lo contrario. Formarse previamente en materia de racismo, en asuntos panafricanistas, escuchar sus voces y atender a sus expresiones culturales para deconstruirnos y cambiar nuestra mirada. Salvaguardar los derechos humanos y de la infancia, promover la dignidad. Darnos cuenta, en definitiva, de que el mundo no es un escenario en el que proyectarnos.
“La independencia no es más que el preludio de una nueva y más comprometida lucha por el derecho a dirigir nuestros propios asuntos económicos y sociales; a construir nuestra sociedad de acuerdo con nuestras aspiraciones, sin el obstáculo del aplastante y humillante control e interferencia neocolonialista”, proclamaba el primer presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, en la primera Organización para la Unión Africana en 1963. Si aquel presidente, al que todo ciudadano ghanés aún recuerda como el mejor, contemplara el panorama actual, condenaría este nuevo tipo de interferencia, igualmente aplastante y humillante.
Erigir nuestra identidad social sobre historias de salvadores y salvados perpetúa todo aquello que debemos cambiar y nos aleja de lo más importante para nuestra cultura hoy en día: la diversidad y el entendimiento.
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