Atrapados en Polonia: los últimos migrantes de la ruta bielorrusa
La acogida de los refugiados ucranios dio a este país europeo la reputación de estar abierto a la migración. Sin embargo, los últimos dos gobiernos han mantenido una política marcada por un rechazo hacia los solicitantes provenientes especialmente de África o Asia. El pasado marzo, el Ejecutivo aprobó una restricción temporal del derecho a pedir asilo a quienes cruzaran desde Bielorrusia
Al menos 6.530 personas —procedentes sobre todo de Somalia y Etiopía— cruzaron de forma irregular a Polonia entre enero y agosto de 2025 por la llamada “ruta bielorrusa”, según la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex). La cifra es un 44% menor respecto al mismo periodo del año anterior. Desde el 27 de marzo, Polonia implantó en esta frontera una restricción temporal del derecho a presentar una solicitud de protección internacional, que excluye a mujeres embarazadas o personas que, por salud o edad, requieran un tratamiento especial. Quienes logran pedir asilo, son enviados a uno de los seis centros de detención, dependientes de la Guardia Fronteriza. A 9 de septiembre, según información oficial, había allí 900 extranjeros. Otro posible destino es uno de los nueve centros que gestiona la Oficina de Extranjería. Este es el relato de algunos de los últimos migrantes que lograron pedir asilo en Polonia a través de la frontera bielorrusa. La mayoría denuncia devoluciones en caliente, malos tratos en la frontera y un futuro incierto tras el cruce. En la imagen, el centro de Debak, que, al igual que la mayoría de estas instalaciones, se encuentra en un lugar muy aislado, lo que dificulta el aprendizaje del idioma, limita las oportunidades de empleo y reduce las posibilidades de relacionarse o integrarse en la sociedad polaca.Samara, de 23 años y originaria de África central, espera la resolución de su solicitud de asilo en Polonia (entre enero y junio se presentaron 8.499 solicitudes) en el Centro Abierto para Migrantes de Biala Podlaska. Prefiere ocultar su rostro en la fotografía, tomada el pasado julio, y utilizar un nombre ficticio, al igual que la mayoría de migrantes entrevistados por este diario. Dice que solo busca una oportunidad para estudiar. Llegó hasta Polonia después de atravesar el bosque Bialowieza, situado en la frontera con Bielorrusia, cruzando ciénagas fangosas y escondiéndose de guardias fronterizos que vigilan la zona con cámaras térmicas y drones. Fue interceptada, pasó seis meses en un centro de detención y luego fue trasladada a uno abierto. Algunos de sus compañeros de viaje escaparon hacia otros países europeos tras salir de la detención. Ella decidió quedarse. “No quiero volver a estar nunca más sin papeles en un país ni ser detenida; no voy a correr ese riesgo”, afirma. En la imagen, otra solicitante de asilo.Hanna JarzabekMuchas personas llegan a los centros migratorios con la salud muy deteriorada. Algunas han sobrevivido semanas en el bosque; otras arrastran lesiones tras intentar escalar la valla de 5,5 metros que levantó Polonia en 2021, cuando estaba al frente del Gobierno el partido ultraconservador Ley y Justicia. Aunque hay médicos en los centros, los migrantes denuncian que la atención suele reducirse a la prescripción de analgésicos. Nima, un refugiado iraní, empezó a sufrir fuertes dolores abdominales poco después de ingresar. Durante semanas solo recibió ibuprofeno. Cuando al fin lo enviaron al hospital, le diagnosticaron piedras en la vesícula y le recomendaron una dieta especial. De regreso al centro, prefirió callar, porque dice que corría el riesgo de que le obligaran a costear su alimentación: si necesitaba tomar comida especial, recibiría entre 10 y 11 eslotis (menos de tres euros), que es el presupuesto diario destinado a cubrir tres comidas en los centros para migrantes. Jakub Dudziak, portavoz de prensa de la Oficina para Extranjeros responsable de Centros Abiertos para Migrantes, niega esta acusación y afirma que los enfermos con un certificado médico que acrediten la necesidad de una dieta especial “recibirán comidas preparadas conforme a las recomendaciones” aunque reconoce que “también es posible conceder al extranjero un equivalente de dinero en lugar de la alimentación”.Hanna Jarzabek
El hombre de la fotografía, Mohammad (nombre ficticio), viene de Afganistán, donde trabajaba desarmando minas colocadas por los talibanes. Cuando sintió que su vida comenzaba a correr peligro, huyó a Pakistán. Tras ser devuelto de allí en varias ocasiones, decidió probar suerte en Europa. Pero su llegada a Polonia no fue fácil. Se lesionó la pierna al intentar saltar la valla fronteriza con Bielorrusia, y asegura que cuando los guardias polacos lo encontraron, lo golpearon, se burlaron de su petición de asilo y, finalmente, lo echaron al lado bielorruso. Allí, los guardias bielorrusos también lo agredieron y lo obligaron a cruzar de nuevo hacia Polonia. Unos guardias polacos lo hallaron casi inconsciente cerca de la valla y lo trasladaron a un hospital. Allí, una ONG lo ayudó a solicitar asilo. Dos días después fue trasladado a un centro abierto. “Por primera vez en cuatro años sentí que alguien me trataba como a un ser humano”, recuerda.
El Coordinador Principal de Cooperación Estratégica en la Oficina del Defensor del Pueblo explica que “es muy difícil verificar denuncias de violencia ejercida por guardias fronterizos y soldados en la frontera polaco-bielorrusa, ya que rara vez hay pruebas”. Aún así, recibe denuncias de organizaciones humanitarias y dice observarlas con preocupación. Hanna JarzabekAli, un somalí de 21 años, posa junto a una de las literas de uno de los centros para migrantes. A petición suya, su rostro ha sido protegido. En Somalia trabajaba como repartidor, pero migró para ayudar a su madre viuda. Cruzó Rusia y Bielorrusia y pasó varios días en el bosque fronterizo con Polonia, donde enfermó gravemente del estómago. Denuncia que fue golpeado en ambos lados de la frontera e incluso amenazado de muerte en el lado bielorruso. Tras dos intentos fallidos, logró cruzar la frontera polaca y siguió hasta Alemania, esperando que allí el trato fuera diferente. Los alemanes le denegaron la entrada y lo devolvieron a Polonia. Tras varios meses, accedió finalmente a un sistema oficial de acogida. EL PAÍS ha intentado recabar la versión de la Guardia Fronteriza polaca para contrastar estas y otras denuncias de migrantes. La Guardia Fronteriza se ha limitado a citar que "las medidas de coerción directa" están amparadas por la ley, que establece que se utilizarán "de manera que causen el menor daño posible".Hanna JarzabekEl centro de Grupa Grudziądz (en la fotografía) resulta especialmente duro para muchos de sus residentes. Situado junto a un complejo militar, los migrantes denuncian el ruido constante de los disparos provenientes de los entrenamientos de los soldados. Es el caso de Nima. Ha solicitado en repetidas ocasiones su traslado, sin éxito, alegando problemas de salud mental agravados por el entorno.Hanna Jarzabek
Tina y Kevin, de 30 y 24 años, decidieron dejar atrás su vida en Colombia porque estaban cansados de la constante sensación de inseguridad. Una agencia de empleo les prometió un futuro en Polonia: un contrato indefinido y un visado de tres meses que, según aseguraban los intermediarios, podría convertirse fácilmente en un permiso de residencia permanente. Pero Tina enfermó, descubrió que no tenía acceso al sistema de salud y se vio obligada a dejar su trabajo. La pareja buscó una alternativa en Alemania pero, desde allí, fue deportada a Polonia y derivada al Centro de Migrantes en Grupa Grudziądz, donde, meses más tarde, nació su hija. Reciben una ayuda de 75 eslotis (unos 18 euros) al mes por persona y, desde el nacimiento de la niña, 10 eslotis (menos de tres euros) diarios para su alimentación. En Polonia, los centros para migrantes no ofrecen alimentos adaptados para bebés.Hanna JarzabekAunque es menos frecuente que en 2021, muchas mujeres y sus familias siguen escogiendo la ruta bielorrusa, por considerarla menos peligrosa que la del Mediterráneo. Amina (nombre ficticio) es una de ellas. Huyó del Congo, embarazada y dejando atrás a su hijo de cinco años, con la esperanza de traerlo después. Los traficantes le prometieron una ruta fácil: un visado para Bielorrusia y, después, solo un bosque que cruzar. En una noche que describe como “helada”, tuvo que atravesar el río que separa Polonia de Bielorrusia junto a otras ocho personas, cuando ya estaba en el octavo mes de embarazo. Dice que estuvieron a punto de ahogarse cuando los detuvieron los guardias polacos. A ella la trasladaron al hospital; al resto los empujaron de nuevo hacia el lado bielorruso, según su relato. Ahora vive en un Centro Abierto para Migrantes. En la fotografía, ropa tendida de los habitantes del Centro Abierto para Migrantes en Debak, el pasado marzo.
Hanna JarzabekLas personas migrantes alojadas en los centros abiertos pueden salir y entrar, siempre que regresen por la noche. Si quieren dormir fuera, deben avisar y no ausentarse más de 48 horas. Quienes intentan vivir por su cuenta reciben 750 eslotis (menos de 200 euros) para todos sus gastos, algo casi imposible en Polonia. Muchos prefieren continuar su ruta hacia otro país europeo, arriesgándose a la deportación. Algunos relataron que los funcionarios los incitaban a irse con un simple “go to Germany” (vete a Alemania). Frente a estos testimonios, el portavoz de la Oficina de Extranjeros responsable de los Centros Abiertos se ha limitado a responder que quienes presenten una solicitud de protección en Polonia deben depositar su pasaporte y no pueden abandonar el país. En la imagen, una sala de control de seguridad, en el Centro Abierto para Migrantes en Linin, en marzo de 2025.
Hanna JarzabekAsí luce la salida del Centro Abierto para Migrantes en Biala Podlaska. Justo a la derecha, se encuentra un Centro de Detención para Migrantes. Este proyecto es parte de una investigación financiada por el programa Periodismo de Investigación para Europa (IJ4EU) y realizada en colaboración con el periodista alemán Roberto Jurkschat.Hanna Jarzabek
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