Angela Wachuka, editora keniana: “Queremos que las bibliotecas sean espacios de acceso democrático a la información”

Book Bunk, la iniciativa de la que es cofundadora, trata de remodelar espacios públicos de lectura en Nairobi y reapropiarse de la cultura y de los archivos históricos

Angela Wachuka, cofundadora de Book Bunk, en la biblioteca de Eastlands (Nairobi) el 13 de junio.JONAH NJOROGE

En la biblioteca de Eastlands se respira calma. Fuera, en el barrio de Makadara de Nairobi, la capital de Kenia, hay ajetreo de boda bodas (motos de reparto y transporte), negocios varios y peatones sorteando coches ante la falta de aceras, pero dentro el único ruido es el de los teclados de ordenador y los pasos suaves del personal que clasifica libros. Dentro, y en voz baja, habla Angela Wachuka (nacida en Nairobi, prefiere no revelar su edad), cofundadora de Book Bunk, una organización sin ánimo de lucro que promueve la “reapropiación” de los archivos históricos y de la cultura de su país. Empezaron siendo dos mujeres del mundo de la cultura empeñadas en hacer accesibles bibliotecas creadas durante la dominación británica que, en algunos casos, no dejaron acceder a los kenianos negros hasta los años sesenta, y hoy son 21 empleados que se financian con una mezcla de donaciones filantrópicas y patrocinios de empresas. El equipo de Wachuka y su cofundadora, Wanjiru Koinange, digitalizan documentos y libros históricos, pero también recopilan historias orales de vecinos y, en sus tres bibliotecas reformadas, incluyen lo que les piden las comunidades de alrededor: internet gratuito, extraescolares para niños o proyecciones de películas.

Pregunta. Wanjiru Koinange y usted suelen decir que quieren convertir las bibliotecas en “palacios para la gente”. ¿Cómo?

Respuesta. Al empezar el proyecto de Book Bunk fuimos a conocer los espacios y las comunidades. En el caso de esta biblioteca, diseñamos un proceso de participación pública que nos proporcionó datos, no solo sobre la historia del edificio, sino también sobre lo que querían los usuarios.

P. ¿Y qué querían?

R. Colecciones de libros actualizadas, talleres de deberes, clubes para niños, internet que funcionara, cosas básicas como aseos —ninguno de los edificios tenía—... También aprovechamos esa oportunidad para reclutar a vecinos, con oportunidades de trabajo remunerado, para arreglar los edificios. Todavía tenemos 10 de esas personas que trabajan en Book Bunk. Viven aquí, y el dinero se queda aquí. El año pasado, por cierto, vinieron 60.000 personas a esta biblioteca. Y el uso de las tres bibliotecas ha crecido un 243% desde sus reinauguraciones [a partir de 2020].

P. ¿Cómo surgió la idea de Book Bunk?

R. Wanjiru Koinange, mi cofundadora, y yo siempre hemos trabajado en el sector creativo: yo en el mundo editorial, específicamente con la publicación de autores africanos, y ella en la escritura [Koinange es autora del libro The Havoc of Choice]. Juntas trabajamos en Kwani?, una revista con temas periodísticos, ficción y poesía; yo organizaba un festival literario cada dos años, y la trajimos como productora. El festival había empezado como un evento en jardines, en restaurantes a los que conseguíamos convencer... Y, debido a eso, se sentía casi como una función privada. Queríamos hacerlo público y fuimos a ver la Macmillan Memorial Library [una biblioteca en el centro de Nairobi], que pensamos que sería un lugar perfecto... pero estaba en muy, muy malas condiciones. Se convirtió en una especie de obsesión. Yo enviaba libros allí y Wanjiru obtuvo una beca y decidió escribir un artículo de investigación al respecto, que fue lo que cimentó nuestro interés.

P. ¿Qué les resultó tan interesante?

R. La biblioteca, que lleva el nombre de William Northrup McMillan [millonario estadounidense que se instaló en Kenia a principios del siglo XX, en la época colonial] es el único edificio protegido por un acta específica del Parlamento keniano, uno de los motivos por los que sobrevive, porque, como ve, es una propiedad inmobiliaria de primera [está en el distrito financiero central de la capital]. Esto y la inmensidad de los archivos, que se remontan a finales del siglo XIX nos pareció fascinante, pero también nos llevó a pensar en cómo era un espacio destinado únicamente a colonos blancos. De hecho, se abrió a la gente como nosotros en 1962, poco antes de la independencia [en 1963].

P. Hoy suele estar muy concurrida.

R. Nunca la he visto vacía: desde 1931, solo no se usó durante la pandemia de covid. Estaba claro que no había un problema de falta de público. Pero, volviendo a lo que nos encontramos, no había ningún sistema para saber, siquiera, cuántas personas leían cierto libro, y daba la sensación de que la ciudad solo le asignaba gastos generales recurrentes, costes de limpieza. Fue muy ingenuo por nuestra parte, tardamos dos años en negociar un acuerdo, en 2018. Durante el proceso nos enteramos de que había una red de bibliotecas públicas gestionadas por la ciudad, incluyendo esta [la biblioteca de Eastlands].

P. Trabajan con la idea de que es necesario reapropiarse, de alguna manera, de la cultura y de la documentación.

R. En el edificio Macmillan catalogamos más de 175.000 artículos, incluyendo periódicos de 1903. Y no podíamos vernos en ese archivo histórico en absoluto, porque tienden a ser como un depósito de lo que el Gobierno considera Historia, no de lo que yo, como ciudadano de Kenia, considero mi historia. Así que invitamos a la gente, especialmente a las personas mayores, y digitalizamos sus testimonios: ¿dónde estabas cuando se izó la bandera en la independencia? ¿Qué llevabas puesto? ¿Qué escuchabais? —hicimos una lista de reproducción con esa música—. También tenemos registros dolorosos, como los carnés de identidad de la autoridad colonial. Se trata de insertarnos en estas épocas como kenianos, porque estábamos ahí, aunque el enfoque del registro colonial británico vaya a ser en su propio interés. Es importante mostrar para la posteridad que existíamos.

P. ¿Cómo calificaría la cultura de la lectura en Kenia?

R. Es curioso, porque Kenia es muy innovadora y nos hemos ganado esta reputación de Silicon Savannah [el Silicon Valley africano], pero no tenemos datos centralizados sobre hábitos de lectura. Y creo que en parte por eso alguna gente suele decir que tenemos una cultura de lectura muy pobre, algo que se origina en los sesenta, cuando un autor de Sudán del Sur, Taban lo Liyong, calificó África del Este como un “desierto literario”. Me frustra como alguien que ha trabajado en el mundo editorial y ha tenido éxito vendiendo libros, y alguien que ahora dirige bibliotecas y ha tenido éxito con el acceso de la gente a los libros. No hay ningún dato que lo corrobore, y creo, de hecho, que quizá tengamos una cultura de lectura bastante saludable. Me interesa, por ejemplo, ver la tasa de lectura de periódicos, que puede rondar entre cinco y diez personas al día. También me frustan las quejas sobre que las personas gastan demasiado tiempo en su teléfono. Pienso: pero a ver, ¿hemos adaptado nuestros contenidos, pensado en un público lector en TikTok?

P. ¿Cómo es su historia personal con la lectura?

R. Tuve la suerte de tener una biblioteca muy bien surtida en la escuela, y una de las razones por las que hago este trabajo es por lo mucho que eso abrió mi mundo. Queremos hacer de eso una realidad común que no esté condicionada por el acceso al dinero, la ubicación o la clase social. Yo crecí leyéndolo todo, viajaba por todas partes a través de los libros. Leía, como la mayoría de los niños en excolonias británicas, ya sea en Kenia, en la India o en Trinidad, Hardy Boys, Enyd Blyton... A medida que me convertí en una lectora más exigente, yo empecé a anhelar un tipo de literatura en la que pudiera verme reflejada. En la universidad ya estaba inmersa en todo un mundo de literatura africana, que hablaba de una realidad cercana a la mía.

P. ¿Cómo puede la cultura ayudar a los kenianos que hoy protagonizan protestas por el coste de la vida y la falta de oportunidades?

R. En Kenia hay un desajuste entre las cualificaciones de los jóvenes y la oferta de trabajo, y la cultura tiene un papel crucial para abordar retos como las oportunidades de empleo limitadas y la desigualdad. Los jóvenes son la mayoría de los usuarios de las bibliotecas públicas que queremos transformar en espacios de acceso democrático y gratuito a la información, la tecnología y la educación. Les ofrecemos programas de alfabetización digital, acceso a cursos en línea y materiales educativos, espacios para reuniones comunitarias y foros como el NBO Litfest [evento literario organizado con el Hay Festival] con pensadores, artistas, científicos y escritores. Aunque no podemos resolver los problemas socioeconómicos, creemos que es un paso vital para una sociedad más equitativa en la que los jóvenes puedan prosperar.

P. Tienen muchas actividades para niños.

R. Tenemos programas en los que te ayudan con los deberes, puedes aprender danza, a tocar instrumentos, jugar al ajedrez, con Legos... Se trata de ofrecer un mundo de posibilidades a la imaginación: creemos firmemente en la educación artística, que ha sido tratada como secundaria en los planes de estudios durante mucho tiempo. No todo el mundo va a ser un ingeniero o abogado, e incluso si lo son, la exposición a las artes mejora esas habilidades.

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