Violencia e incertidumbre: ¿cómo recuperar la infancia robada de los niños de Yenín?
Los 15 años de vida bajo el bloqueo militar israelí han dejado a cuatro de cada cinco niños viviendo con depresión, dolor y miedo en la Franja de Gaza. Más de la mitad se han planteado el suicidio
Desde lo alto de uno de los montes que rodean la ciudad de Yenín, al norte de Cisjordania, unas luces rojas parpadeantes recuerdan dónde está la línea divisoria que separa Israel de los territorios palestinos. Es la alusión constante de la Nakba de 1948. De cuando más de 700.000 personas fueron expulsadas de sus hogares para vivir en campos de refugiados como el de Yenín, un lugar en el que, en los últimos meses, son casi diarias las incursiones del Ejército Israelí y los enfrentamientos con los grupos armados palestinos. Y quien sufre más las consecuencias de esta violencia es la población civil, especialmente los más pequeños. Son niños que viven bajo una amenaza constante, sin infancia ni la calidad de vida necesaria en esos primeros años irremplazables.
“Queremos ofrecer a los niños la oportunidad de que les guste la vida, no de que amen la muerte”, dice Mostaham Salameh, activista y coordinadora de proyectos de la organización Not To Forget Women. “Si vives una noche una incursión militar israelí, entenderás muchas cosas. La vida en los campos es muy difícil: la violencia del Ejército entrando en los hogares, sacando a las personas de ahí, derribando sus casas… Y todo esto con los niños como testigos directos, lo que supone un peligro para estas nuevas generaciones, que sueñan con ser el siguiente mártir. Su esperanza es morir, no vivir”.
Para los niños, vivir bajo la ocupación es vivir bajo la incertidumbre, en un lugar donde no te quieren, donde te ven como un enemigo y te tratan como talPeter Nasir, secretario general de The East Jerusalem YMCA
Not To Forget Women trabaja en un proyecto psicosocial, mediante el cual trata de ayudar a que más de 200 niños gestionen el miedo y la violencia por ellos mismos. “En condiciones normales, podríamos apoyar de maneras más efectivas. Para ellos no existe la oportunidad de huir de esa violencia, por eso tenemos que conseguir que encuentren un lugar seguro en su mente”, continúa Salameh. En estas sesiones también acuden las madres, que son las que más dificultades tienen, puesto que muchas de ellas, tal y como comenta la activista, tienen que sacar adelante solas a sus familias. Sus maridos han sido encarcelados o asesinados.
“En las familias palestinas la madre es el pilar más fuerte. Es la que tiene que gestionar la falta de responsabilidades del padre, el miedo de los hijos y, además, ser el sustento económico. El nivel de pobreza en el campo de refugiados de Yenín es trágico”, afirma Salameh. De hecho, según datos de UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para las personas refugiadas de Palestina en Oriente Medio, el campo de refugiados de Yenín es uno de los que tiene las tasas más altas de pobreza y desempleo en Cisjordania.
Renacer en mitad del desastre
Not To Forget Women nació de la mano de mujeres activistas, entre ellas Farha Abu Alhaija, tras el desastre ocurrido en el campo de Yenín en abril de 2002. En plena Segunda Intifada, el Ejército de Israel llevó a cabo una incursión militar durante 10 días, en los que se impidió la entrada de servicios médicos y humanitarios, periodistas, activistas de derechos humanos y una misión de Naciones Unidas. Según organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, se cometieron crímenes de guerra. En un informe de Amnistía Internacional se habla, además, de que durante los días que duró la operación, no se podían recoger los cadáveres de las calles, ya que todo aquel que saliera de su casa automáticamente se convertía en objetivo militar. “En los cuatro meses transcurridos desde el 27 de febrero hasta el final de junio de 2002 –periodo durante el cual la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) realizó sus dos ofensivas más importantes y reocupó Cisjordania–, la FDI mató aproximadamente a 500 palestinos. Si bien varios de ellos perdieron la vida durante los enfrentamientos armados, al parecer, muchos de estos homicidios perpetrados por la FDI fueron ilegítimos, y en más de 70 casos las víctimas fueron niños”, destaca dicho informe.
Si vives una noche una incursión militar israelí, entenderás muchas cosas. La vida en los campos es muy difícil: la violencia del Ejército entrando en los hogares, sacando a las personas de ahí, derribando sus casas...
El campo de Yenín quedó destrozado, así lo recuerda Abu Alhaija. Ella nació y creció allí. Su familia se vio obligada a salir de un pueblo cercano a Haifa debido a la invasión de las Fuerzas Armadas de Israel en 1948. La mezquita fue sustituida por un bar. Cuando ocurrió la incursión en Yenín, ella vivía en la ciudad, a cinco minutos de la de su familia en el campo. “Cuando se fue el Ejército entré para buscar a mi familia, por suerte estaban todos vivos, pero no reconocí nada. Los edificios estaban totalmente derrumbados”. Fue en ese momento cuando Abu Alhaija decidió ayudar a la reconstrucción del campo y a las personas que habían quedado, la mayoría mujeres y niños. “Sentíamos que teníamos que trabajar con las mujeres, que sintieran que no estaban solas, y ahí fue cuando decidimos fundar Not To Forget Women. Este nombre es para que no olvidemos el gran trabajo que hacen las mujeres en todo el mundo, pero también para no olvidar nunca lo que ocurrió en Yenín hace 20 años”.
Abu Alhaija es la actual presidenta de la organización y también ha sido elegida por votación como la representante del Comité Popular de Servicio del campo de Yenín. Desde muy joven siempre creyó que las mujeres debían ocupar los espacios del activismo y el liderazgo social y político. “Estas experiencias son ejemplos que les damos a otras mujeres y niñas para que vean que también es posible, que se puede cambiar la mentalidad de la sociedad para que no esté mal visto que nosotras también ocupemos los espacios públicos y políticos”.
Por el derecho a una infancia sin violencia
La Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas reconoce que todas las personas menores de 18 tienen derecho a ser protegidas, desarrollarse y participar activamente en la sociedad, estableciendo que las niñas y los niños son sujetos de derecho. Se aprobó el 20 de noviembre de 1989 y ha sido ratificada por todos los países del mundo, excepto Estados Unidos.
Sin embargo, como afirma la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), los niños de Cisjordania y Gaza se enfrentan a retos que muchos otros no pueden imaginar. Desde inicios de este año, la OCHA ha registrado 20 menores asesinados en Cisjordania y 115 violaciones a los derechos humanos relacionadas con la educación, además de 56 órdenes de demolición pendientes contra escuelas, donde estudian al menos 6.400 alumnos de Cisjordania y Jerusalén Este. “Para los niños, vivir bajo la ocupación es vivir bajo la incertidumbre, en un lugar donde no te quieren, donde te ven como un enemigo y te tratan como tal”, resalta Peter Nasir, secretario general de The East Jerusalem YMCA, una organización palestina que tiene programas de apoyo psicosocial y que trabaja desde 1989 bajo el lema “restoring hope” (restaurar la esperanza).
Durante los días que duró la operación militar, no se podían recoger los cadáveres de las calles, ya que todo aquel que saliera de su casa automáticamente se convertía en objetivo militar
Para Nasir, el apoyo psicosocial es esencial para los pequeños palestinos, porque, además de tratar de aliviar el miedo y la ansiedad, se trabaja para que, bajo estas circunstancias en las que tienen que crecer muy rápido, vuelvan a recuperar la infancia. “Nos encontramos con niños de 13 años que van a la prisión por meses, incluso por un año. Y cuando salen, ya no son niños nunca más. Desde aquí les ayudamos a volver a ganar confianza en ellos mismos y dotarles de herramientas para su resiliencia, que vuelvan a la escuela y estén alejados de la violencia”.
El secretario general de The East Jerusalem YMCA recuerda su propia infancia, en la que jugaban a que unos eran militares y otros palestinos a los que detenían y torturaban. Esa era su normalidad. “Los niños palestinos no tienen una infancia libre y plena. Ni siquiera para ir a la escuela, ya que muchos tienen que ir acompañados por los militares para no ser atacados por los colonos”.
Y en Gaza la situación es todavía peor. Según la OCHA, 17 niños fueron asesinados durante la última escalada de violencia del pasado agosto. “Las condiciones de Gaza para los niños, incluyendo el haber vivido cuatro escaladas de hostilidades durante su vida, aumentan la necesidad de servicios de apoyo psicosocial especializados”, resalta el organismo internacional. De hecho, según el informe Atrapados de Save the Children, estos 15 años de vida bajo el bloqueo han dejado a cuatro de cada cinco niños en la Franja de Gaza viviendo con depresión, dolor y miedo. El estudio también apunta que más de la mitad se ha planteado el suicidio.
Porque las consecuencias de vivir bajo la ocupación se traducen, como dice Nasir, en un constante miedo de estar en el lugar erróneo a la hora equivocada, y dentro del trauma intergeneracional que se ha generado desde 1948 hasta el día de hoy en toda la comunidad. Es por ello que el trabajo en terreno de organizaciones como estas es necesario, especialmente la labor psicosocial en niñas y niños palestinos, que más que cumplir años, parecen cumplir guerras.
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