El extraordinario final feliz de Paul
Tim Pont, pediatra de Médicos Sin Fronteras en el hospital infantil de Monrovia, en Liberia, repasa la historia de un niño de diez años que sobrevivió a una malaria cerebral. Pocos lo logran
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Paul llevaba varios días enfermo. Su abuela lo llevó al hospital local y allí le recetaron medicamentos, pero el niño seguía quejándose porque se encontraba mal. Horas después, cayó al suelo y quedó inconsciente. Angustiada, la anciana llamó a Lydia, la madre del pequeño, que apenas tiene 10 años. “¡Paul se ha desmayado!”. La madre acudió corriendo a la casa. Cuando llegó, se encontró a Paul en el suelo y con convulsiones. Aquella era una clara señal de que la malaria era grave y de que le estaba afectando al cerebro.
Esta dolencia, que se transmite mediante la picadura de un mosquito Anopheles hembra, es la primera causa de patología y muerte en Liberia. Hay malaria durante todo el año y una misma persona puede sufrir distintos brotes a lo largo de toda su vida. Si no se trata, o al menos no adecuadamente, puede ocasionar complicaciones severas y potencialmente mortales. Especialmente en niños. Y cuando afecta al cerebro, puede llegar a matar a uno de cada dos pacientes que la sufren.
Lydia y su marido pararon un rickshaw y acudieron con el niño al hospital infantil de MSF en Monrovia, también conocido como Hospital Bardnesville Junction. Este centro fue inaugurado en 2015, durante la epidemia de ébola que hizo saltar las alarmas en todo el mundo y que solo en Liberia acabó con la vida de casi 5.000 personas. Aquí atendemos a bebés y chicos gravemente enfermos. Todos los servicios que damos en él son gratuitos.
Código rojo
En urgencias, una enfermera y un auxiliar atendieron a Paul y tomaron sus constantes vitales. Al confirmar su estado crítico, lo trasladaron a la cama roja. Según nos contaba su madre, Paul era un niño muy risueño que disfrutaba aprendiendo a leer y jugando al fútbol. Sin embargo, en aquel momento estaba en coma y su pronóstico era totalmente incierto.
La cama roja en urgencias está rodeada de una gran cantidad de máquinas, materiales y medicamentos que nos permiten evaluar, tratar y estabilizar a los pacientes críticos de la forma más eficaz y rápida posible.
Al pequeño le suministramos diazepam por vía intravenosa para reducir sus convulsiones. Un pinchazo en el dedo nos daría un diagnóstico rápido. La prueba confirmó que tenía malaria y que, además, su nivel de hemoglobina (proteína que transporta el oxígeno por la sangre) era bajo, lo que indicaba que tenía anemia. También se le conectó a una mascarilla para recibir oxigenoterapia y se le empezaron a administrar medicamentos contra la malaria y antibióticos para tratar la fiebre. Una vez estabilizado y con su tratamiento en marcha, pudo ser admitido en la unidad de cuidados intensivos (UCI).
En la UCI, Paul seguía inconsciente, sin responder a nada excepto a estímulos intensos como un pellizco en el dedo. Su ingesta se limitaba a fluidos intravenosos para evitar la deshidratación o niveles bajos de azúcar. Allí le cuidaba Roseline Biago, una de las enfermeras de UCI, que tiene mucha experiencia tratando a pacientes que desarrollan malaria cerebral. En aquel momento, cualquier nuevo inconveniente habría hecho que su condición se desestabilizara aún más. Sin embargo, poco a poco sus convulsiones comenzaron a disminuir. Y a medida que su nivel de consciencia mejoraba, comenzamos a alimentar a Paul mediante sonda nasogástrica.
Cuando Paul salió del coma, los efectos neurológicos de la malaria hicieron que durante varios días tuviera un comportamiento muy agresivo. Abofeteó a una enfermera y pateó a un médico. Su madre lo abrazó y le habló. Le dijo: “No le tengas miedo a esta gente, no estás bien y por eso te traje aquí. Estas personas están cuidándote para que te pongas bien. Son tus amigos”. Para Lydia, la situación fue realmente complicada.
La enfermera Victoria Pewee era consciente de lo preocupada que estaba. Pero para el equipo médico, el papel que juegan los padres y acompañantes de los pacientes puede ser un factor muy importante a la hora de ofrecer una atención de calidad. Así que la sanitaria animó a Lydia a participar de forma activa en los cuidados que le estábamos dando a Paul: “Ven e infórmanos de cualquier cosa anormal que veas para que podamos intervenir rápidamente. Aunque lo comprobemos constantemente, si tiene diarrea, fiebre o vómitos, tú eres quien está con él todo el tiempo, así que avísanos y vendremos de inmediato”.
La esperanza y la confianza se reforzaron. Pero un análisis de sangre reveló una noticia desagradable: los niveles de hemoglobina habían vuelto a bajar. Era necesario realizar una transfusión urgente de sangre compatible del banco de sangre del hospital.
Un giro inesperado
Los pacientes que sufren de malaria grave en el hospital pueden tardar hasta una semana en recuperar la consciencia y solo entonces pueden ser trasladados de cuidados intensivos a la sección general de pediatría para la fase final de su recuperación.
Pero este caso era diferente. Tras solo cuatro días en la UCI, los anticonvulsivos habían terminado de hacer efecto y Paul se mostraba mucho más tranquilo. Cuando recuperó la consciencia, empezó a responder a las voces de la gente. Así me lo contó Pewee: “Le dije ‘¿Quieres comer?’ y él dijo ‘¡mmm!’. Yo respondí ‘no, di que sí’, porque intentábamos saber si estaba orientado. Poco a poco pudo empezar a hablar, estaba despierto, quería comer y podía decirnos qué quería comer”.
“Su recuperación fue increíble. Ver cómo pasó de estar casi inconsciente a volverse semiconsciente… Y luego a estar alerta y poco a poco comunicativo. Más adelante, empezó a formular frases con sentido”, expresó George Tengbeh, el asistente médico. Todo el equipo estábamos eufóricos.
Al poco tiempo, recibió el alta y pudo irse a su casa. Cuatro días después, se presentó a los exámenes de inglés y matemáticas de su escuela
Al poco tiempo, recibió el alta y pudo irse a su casa. Cuatro días después, se presentó a los exámenes de inglés y matemáticas de su escuela. Y Lydia, con una sonrisa de oreja a oreja, me decía: “Me senté junto a él en la escuela y les dije a los profesores que no me apartaría de su lado. ¡Lo hizo muy bien!”.
La prevención es mejor que la cura
Para nosotros, los que sufren complicaciones o malaria grave son un recordatorio constante de lo importante que es la prevención y el diagnóstico precoz si un niño muestra síntomas de la enfermedad.
Las mosquiteras tratadas con insecticida son una de las claves, especialmente en los menores de cinco años
Las mosquiteras tratadas con insecticida son una de las claves, especialmente en los menores de cinco años. Aunque su uso en Liberia va en aumento, a día de hoy menos de la mitad de este grupo de edad duerme bajo ellas. En las sesiones de educación sanitaria dentro y fuera del hospital, animamos a los cuidadores y padres a usarlas en casa. Estas se entregan al ingresar en el centro sanitario y las pueden conservar. La formación es otro puntal en la lucha contra la patología, ya que también incluye información sobre cómo reconocer si un niño está enfermo y cómo de peligrosas pueden ser las convulsiones sin tratamiento médico.
El coste económico de la medicación es una enorme preocupación. Por eso, subrayamos siempre la importancia de hacer pasar el mensaje de que vengan a hacerse pruebas en cuanto los pacientes muestren los primeros síntomas. Aquí siempre les decimos que están en el lugar adecuado, porque MSF es gratis.
Tim Pont es pediatra de Médicos Sin Fronteras en el Hospital Infantil de la ONF en Bardnesville Junction, en Monrovia, que atiende a menores de 15 años y cuenta con servicios de cirugía pediátrica. También facilita la formación de sanitarios de Liberia. En 2020, admitió a un total de 4.251 pacientes.
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