La Tanzania que deja Magufuli, el fallecido presidente negacionista de la covid-19
El país no ha informado de casos de coronavirus desde mayo de 2020 debido al negacionismo extremo de su máximo mandatario, condimentado con consejos sobre medicina tradicional, plegarias contra el mal y cero vacunas para su población. Algunos ciudadanos cuentan cómo lo han vivido
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Tanzania despertó este jueves con la muerte de John J. P. Magufuli, su presidente durante los últimos cinco años. Salim, un vendedor de ropa de Usa River, un municipio de la región de Arusha, en el norte del país, es de los que mantienen una opinión favorable sobre el mandatario. “Yo creo que Magufuli ha sido un buen presidente. Gracias a él, tenemos ahora más carreteras, más puentes… Ha conseguido poner en marcha el país”, asegura. “Pienso que con la covid-19 ha tomado las decisiones correctas. Si hubiese dicho que la enfermedad se encontraba por todas partes, la gente se hubiese asustado mucho y dejado de trabajar. Lo que él quería era que la nación siguiera hacia adelante, que las personas no dejaran de ganar dinero para sus familias”. Refiere así a la posición escéptica y negacionista sobre la pandemia de covid-19 de Magufuli, una postura que ha preocupado internacionalmente. Salim finaliza: “Ha sido el mejor presidente. Ninguno de los anteriores ha luchado por el pueblo tanto como él. Su muerte es muy mala para todos nosotros”.
El fallecimiento fue confirmado durante la noche del 17 de marzo por la vicepresidenta Samia Suluhu Hassan en la televisión pública local. Suluhu se dirigió a los tanzanos para informales de que su presidente, el químico y matemático John J. P. Magufuli, había fallecido a las seis de la tarde en un hospital de Dar Es Salaam, la capital económica del país, víctima de un problema en el corazón que arrastraba desde hacía diez años. “Todas las banderas ondearán a media asta. Son noticias muy tristes”, anunció la política, que tendrá que asumir la presidencia de la nación para el resto de mandato de cinco años que Magufuli, apodado tingatinga (el buldócer, en suajili) por su carácter autoritario y su lucha decidida contra los corruptos, comenzó a desempeñar tras ganar las elecciones, primero en 2015 y por segunda vez en 2020.
La última aparición en público de Magufuli data del 27 de febrero. Una semana antes, en otra comparecencia, había recomendado a sus compatriotas usar mascarillas y había reconocido, por fin, que Tanzania enfrentaba un problema con el nuevo coronavirus. La ausencia del mandatario desde ese día dio lugar a rumores sobre su estado de salud durante los siguientes días.
El caso tanzano es inusual. El Gobierno declaró a Tanzania libre de covid-19 en mayo de 2020, solo unos días después de la última confirmación oficial de infección: el contador se paró en los 509 contagios y 21 muertes, y lleva desde entonces sin informar de ningún caso positivo. A mediados de febrero, la Organización Mundial de la Salud volvió a urgir al país a que actualizara sus datos de incidencia del virus y empezase a tomar acción para cortar la transmisión.
El fallecido mandatario atribuyó el milagro a que las plegarias y rezos de sus conciudadanos sirvieron como vacuna. “Quiero dar las gracias a los tanzanos de todas las religiones. Hemos estado orando y ayunando para que Dios nos salve de la pandemia que ha afligido a nuestra nación y al mundo. Pero Dios nos ha respondido. Estoy seguro de que muchos tanzanos también creen que la enfermedad ha sido eliminada por Él”, llegó a decir. Incluso pretendió demostrar la ineficacia de las pruebas de detección cuando dijo haber enviado muestras de una papaya y una cabra para ser analizadas mediante una PCR y que dieron positivo.
Pese a que la versión oficial ha achacado la muerte del presidente a unos problemas cardiacos, no ha faltado en estas últimas semanas quien ha apuntado a la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus como causa del trágico suceso. Tundu Lissu, líder de la oposición y exiliado en Bélgica, advirtió a principios de marzo que Magufuli estaba infectado con covid-19 y que se encontraba en tratamiento en un hospital privado de Nairobi, capital de la vecina Kenia. Unos días después, afirmó que el expresidente había sido trasladado a India para continuar allí su recuperación. Uno de los principales periódicos kenianos, el Kenya’s Daily Nation, informó a su vez de que un centro hospitalario de Nairobi había admitido como paciente a un líder africano y, citando fuentes diplomáticas, manifestó que este se encontraba conectado a un respirador.
Negacionismo, hierba y vacunas
El negacionismo del Gobierno vivió uno de sus últimos capítulos a finales de 2020, cuando las principales agencias de medicamentos del mundo empezaron a aprobar el uso de las primeras vacunas contra la covid-19. Entonces, el Ministerio de Sanidad señaló que no tenía la intención de inocularlas a su población. Más aún, Gerald Chamii, portavoz de este organismo, afirmó que su país apostaría por los remedios naturales para protegerse de la enfermedad. “Nuestros científicos expertos están investigando hierbas locales y sometiéndolas a ensayos clínicos”, confirmó Chamii. Magufuli se había expresado anteriormente en términos parecidos. “Estoy en contacto con Madagascar, que ya han confirmado haber descubierto una medicina. Enviaremos un vuelo para traerla para que los tanzanos también puedan beneficiarse”, aseguraba el presidente en mayo de 2020, en referencia a la polémica intención del Ejecutivo malgache de comercializar un falso remedio milagroso contra la covid-19 basado en plantas.
Baraka (nombre ficticio), médico profesional que trabaja en el hospital de Tengeru, en la región de Arusha, afirma: “Yo pasé la covid-19 hace dos semanas y me curé inhalando hierbas; usé la medicina tradicional. Lo hice durante cinco días. Me aislé por decisión personal y me curé. Mucha gente no recibe tratamiento. Ahora, en el centro, hemos habilitado un lugar grande donde mandamos a todos los sospechosos de estar contagiados. El problema es que el único laboratorio capaz de diagnosticar el coronavirus se encuentra en Dar Es Salam, la capital, así que la gente debe esperar en este sitio unos tres días hasta obtener los resultados de la prueba. Por eso hay quien prefiere no venir y no exponerse”, cuenta.
El negacionismo del Gobierno vivió uno de sus últimos capítulos a finales de 2020 cuando anunciaron su decisión de no vacunar contra la covid-19 a la población
Baraka agrega que, en la zona sanitaria correspondiente al hospital en el que trabaja, hay unos 500 pacientes sospechosos de estar infectados de covid-19. Pero no reconoce ni ve que haya problema alguno. “Ya ni siquiera tomamos la temperatura a la gente que viene. No tenemos tampoco test PCR. Pero puedo asegurar que aquí no hay muchos pacientes muriendo por el nuevo coronavirus durante estos días”. Preguntado por su opinión sobre la gestión de su Gobierno y la estrategia de negar sistemáticamente cualquier incidencia del virus en el país, Baraka responde: “Creo que no se suele tener en cuenta que esta enfermedad puede afectar también a la salud mental. Si se le da mucha importancia, la gente puede pensar que va a morir por el coronavirus y vivir con miedo. Esto no ha pasado en Tanzania y por ello creo que las órdenes de Magufuli han servido de mucho”. Y remata: “Pienso que las vacunas pueden ser peligrosas”.
El mismo día que el líder de la oposición decía que Magufuli se encaminaba a India, Ngala (nombre ficticio) acudió al médico para hacerse un chequeo rutinario. Lo hizo en el dispensario de un pequeño pueblo del norte de Tanzania, a un puñado de kilómetros de donde trabaja Baraka, cerca de Arusha, una ciudad de casi medio millón de habitantes situada en el extremo oriental del Gran Valle del Rift. Ngala es masai, un pueblo que vive repartido entre la parte septentrional de la nación tanzana y la meridional de la vecina Kenia. Cuando este hombre habla sobre la covid-19, afirma: “No puedo decir mucho porque no soy un profesional. Sí sé que es una enfermedad que ha matado a mucha gente en el mundo y por eso ahora, que vengo al hospital, he decidido ponerme esta mascarilla”. Y se señala la boca, cubierta por una colorida prenda casera, confeccionada con tela local.
También dice Ngala que ha escuchado rumores en su pueblo de que hay gente que ha muerto por el virus, pero que resulta imposible corroborarlo. No es solo que lugares como en el que él vive (donde la pobreza se hace patente en cada esquina, en cada casa y en cada persona) engrosan esas estadísticas que afirman que en Tanzania, la mitad de la población (esto es, unos 28 millones de personas) vive con menos de un dólar y medio al día. Tampoco es que esta falta de recursos impida acceder a las pruebas PCR para saber si te has contagiado. Simplemente, parece que la epidemia resulta algo lejano para Ngala, para sus vecinos y, en general, también para todos los habitantes de su país.
Ngala afirma que perdió el olfato y el gusto hace ahora unos dos meses. Y ha visto cómo vecinos y familiares suyos han tenido síntomas parecidos. “Si nosotros sospechamos que estamos infectados de coronavirus, usamos la medicina masai tradicional. Cuando me pasó a mí, preparé una bebida con las raíces de mucuta, una planta muy popular aquí. Sabe muy fuerte, pero a las pocas horas ya podía oler otra vez”, recuerda Ngala. Y afirma también que hay gente que usa otro tipo de medicina local más parecida a la que utiliza Baraka: cuece hojas de determinadas plantas y las mezcla con jengibre y limón en un remedio extendido y aceptado entre los tanzanos.
Prohibido hablar de covid-19
Esther (nombre ficticio) acudió a un hospital privado de una gran ciudad tanzana un día de enero del presente año. Extranjera afincada en Tanzania, empezó a sentirse mal y sus síntomas casaban con los que provoca el coronavirus que azota al mundo desde principios de 2020. “Pedí que me hicieran una prueba; si no, no creo que me la hubieran realizado”, cuenta. “Me dijeron que tenía neumonía y me fui a mi casa. A los pocos días, empecé a tener problemas y, cuando volví al hospital, me informaron de que me tenían que ingresar. Pero después vino un médico y me dijo que no, que no quedaban camas, que la planta estaba llena”.
Esther tuvo que pasar la enfermedad en su casa. Los días se sucedían y nadie le respondía al teléfono. Cuando quiso preguntar sobre el resultado de su PCR, la única respuesta fue: “No se ha podido determinar que sea negativo. Por favor, vuelva a repetirlo en siete días”. Y Esther, maestra en un colegio, dejó de ir a sus clases y pasó las tardes combatiendo el cansancio y la falta de oxígeno. “Cerramos un par de aulas en la escuela, pero no pudimos clausurarlo todo. El Gobierno lo hubiera impedido”, afirma. Y no anda desencaminada. El Colegio Internacional de la ciudad de Moshi intentó detener las clases y mandar a sus hogares a los alumnos cuando detectó casos positivos, pero todo lo que recibió del Ejecutivo comandado por el malogrado Magufuli fue una negativa y una exigencia de vuelta a la normalidad.
Ahora, con la muerte del presidente, no parece que este negacionismo y oscurantismo vaya a dar paso a días de transparencia y precaución por covid-19. De hecho, el ministro de Información, Innocent Bashungwa, ha alertado a los ciudadanos tanzanos y a los medios de comunicación del país de que alentar y publicar rumores atenta contra las leyes nacionales. Sin ir más lejos, el pasado 15 de marzo un hombre fue arrestado por hacer circular en redes sociales comentarios sobre que Magufuli se encontraba enfermo. E incluso organismos como Naciones Unidas pidieron que no se compartieran contenidos donde se especulara con la muerte del fallecido mandatario.
Tanzania ha registrado varios casos de políticos y cargos oficiales que han perecido por culpa de la covid-19, según apuntan diversas informaciones. El más sonado ha sido el del vicepresidente primero de Zanzíbar y líder del partido opositor ACT-Wazalendo, Seif Sharif Hamad, que falleció en febrero a los 77 años de edad tras pasar dos semanas ingresado. Pero no ha sido el único. John Kijazi, secretario jefe del Gobierno, también murió repentinamente. Fue en su funeral, el pasado 19 de febrero, cuando Magufuli admitía la existencia de una enfermedad respiratoria en el país, aunque todavía sin especificar si se trataba de la provocada por el nuevo coronavirus.
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